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Sor Natividad (derecha), abadesa de las clarisas, acompañada en el huerto del convento de Castrojeriz (Burgos) por sor María Jesús y sor Teresia, llegada de Kenia./ Fran Jiménez
Verano en el convento
VACACIONES

Verano en el convento

18 monjas dan vida a este monasterio burgalés del siglo XIII en el que Internet ‘convive’ con las rejas. La visita a Brasil de Francisco la siguieron por la web. «Es el Papa que necesitábamos»

ANTONIO CORBILLÓN

Jueves, 15 de agosto 2013, 13:24

Nuestra vida es como las raíces, no se ven pero están ahí, alimentando». Los verdes ojos de sor María Jesús brillan al otro lado de la reja al expresar con esta metáfora su existencia de clausura junto a sus 17 hermanas en el monasterio de Santa Clara de Castrojeriz. Situado a mil pasos exactos del centro de este pueblo burgalés, parada y fonda obligada en el Camino de Santiago, la vida intramuros del convento parece estar un poco menos alejada durante estos días en los que la naturaleza llama a sus puertas de diversas formas. El resto del año, esa distancia suele parecer mucho más larga por expresa elección de sus moradoras. «En verano se nota más la relación con los de fuera y en agosto es raro que no haya visitas. Tal vez algún peregrino... Pero a veces pensamos que ya se irán y volveremos a nuestra tranquilidad». Sor María Jesús habla desde el otro lado de la reja acompañada de la abadesa, la hermana Natividad, aunque nacida Teresa en la vida civil. Una de las primeras renuncias de una clarisa es a su pasado mundano, y el cambio de nombre es una prueba. Lo de mudar el nombre es una decisión desde la «libertad individual» que no ha sentido sor María Jesús, que lleva la mitad de sus poco más de 40 años en la orden. Ella representa el eslabón entre un pasado cercano de crisis de relevo vocacional y un futuro que busca despejar dudas para que la cadena de entrega y renuncia de estas religiosas pueda celebrar 700 años en Castrojeriz (están aquí desde 1326). Cuando llegó ella en 1992 acabó con 17 años seguidos sin savia nueva para regar las raíces del convento.

Para el visitante este primer contacto con reja de por medio tiene un aura de invasión de un espacio vedado. Da pudor incluso pedir permiso a la comunidad para que abra la reja y, tras los barrotes, salten otros cerrojos. La complicidad del exalcalde de Castrojeriz y pionero en promover la ruta jacobea, Eduardo Francés, ayuda a despejar el camino. Es uno de los que mejor conoce a la comunidad (una prima suya forma parte de ella). «De vez en cuando hago de taxista cuando tienen que hacer alguna gestión en Burgos o una visita médica», comenta. Es a Eduardo a quien la abadesa acaba confiando la llave que permitirá franquear la zona del compás, término monacal para nombrar ese espacio de transición desde el exterior.

En la charla previa, sor Natividad y María Jesús tratan de explicar algunos porqués siempre difíciles de entender desde el otro lado y que se resumen en la propia elección de la santa italiana Clara de Asís, que en 1211 se fugó de casa para cumplir con el mandato divino que ha marcado a la orden estos 800 años: el privilegio de ser pobre. «Ahora parece inconcebible que una joven se plantee esta vocación, pero el Señor sigue llamándonos reflexiona sor María Jesús. Y son llamadas para romper con lo vivido porque la vida contemplativa exige eso: romper con todo». Pero, ¿hasta dónde llega ese abandono de lo humano? «Yo sé que están muy bien informadas de casi todo, ¿cómo se enteran de lo que pasa fuera?», tercia en la charla Eduardo Francés. La abadesa sonríe cómplice y confiesa que, desde que la hermana María Jesús ha avanzado en el manejo de Internet, se ha abierto una nueva ventana al exterior para todas. Por supuesto marcada por esa contención. «Internet tiene sus peligros pero te da la opción de elegir las noticias», afirma. «Tratamos de combinar las novedades con el voto de clausura. Tiene que haber una distancia desde la libertad», remacha la abadesa. Hasta ahora se limitaban a prensa religiosa, algunos ratos en que la madre abadesa enchufaba la Cope y y la misa del domingo en la tele «para las mayores». Ahora incluso han seguido la visita papal a Brasil por la web de la televisión vaticana. «Es el Papa que necesitábamos, hasta nosotras estábamos susceptibles del cambio pero fíjese ¡incluso ha elegido el nombre de Francisco!» (su orden hermana masculina), alaba la abadesa, que va camino del medio siglo de vida monacal.

Es agosto y la luz exterior lucha por colarse y hacerse sentir en cada resquicio, en cada ventanal, en cada claustro, por muy cerrado al mundanal ruido que sea este lugar. En esta hermosa mañana de martes y 13 no hay espacio para supersticiones paganas y en el ambiente de esta orden de «clausura contemplativa» se respira todavía un aire de divina resaca. Dos días antes, el domingo 11, han celebrado su día más festivo en honor a su fundadora, Clara de Asís, que falleció tal día en 1253. Inspirada en su paisano San Francisco, también decidió ser rica de su propia pobreza y entregó su vida a la renuncia, la oración y el trabajo interior. El pasado domingo han culminado nueve días de actos litúrgicos e invitados especiales que sus moradoras han vivido como un acontecimiento, un crucero interior vacacional. Porque aquí dentro, lo más parecido a unas vacaciones siempre se vive hacia dentro.

Luz interior

Los muros y pasillos de convento tamizan siempre la vida e invitan a recoger el ánimo. A_caminar de puntillas. A media mañana, la jornada monástica ya ha vivido su primera y básica ocupación: la Eucaristía (8:30 horas). Aunque el día empezó mucho antes, con los laudes matinales. El resto del tiempo se reparte en las labores que permiten la autosuficiencia económica, como su muy apreciada repostería. La dulzura del obrador se anuncia sola en el pasillo de acceso. Allí oficia de jefa de cocina sor Amelia, a la que ayuda Margarita, una de las dos últimas incorporaciones a la comunidad llegada desde Paraguay, junto con Teresia, que vino de Kenia. De ambas, que rondan la treintena, dice la abadesa que «viven la fe con esa pureza que nosotras teníamos... hace 50 años». La crema pastelera de los famosos puños de San Francisco, la estrella de su cocina, lo invade todo. «Tienen mucho mejor aspecto cuando salen del horno», promete sor Amelia mientras ofrece una muestra sin hornear.

Una lavandería industrial que da servicio a la residencia de ancianos de Castrojeriz completa los ingresos diarios. Pero no da para más y las sucesivas obras que han acometido han sido posible gracias a patrimonio familiar y donaciones. Nunca han pedido ayuda pública para «no someternos a nadie», advierte María Jesús. La enorme huerta, que parece mucha finca para tan pocos brazos, acaba de llenar su despensa. La hermana Teresia, todavía con su tocado blanco de novicia, se esfuerza en atender tanto frutal «cien por cien natural, sin pesticida ninguno».

La oración, previa a la comida, reúne a toda la comunidad en el coro alto. Sor Pura, en el convento desde hace 61 años no tiene muy claro eso de las fotos y se aleja apoyada en su muleta «¿qué pintamos nosotras en un diario?», pregunta. Por contra, la joven Margarita lucha por llegar corriendo desde la cocina tras cambiar el mandilón por el hábito. Distintas sensibilidades, siempre desde la armonía, pero que deben luchar contra un futuro incierto. A pesar de su elevada media de edad, son muy cautas en la captación de novicias. Prefieren no pronunciarse frente a fenómenos cercanos como las veroniquesas de Lerma, una escisión de su orden que ha reunido en pocos años a más de 200 novicias, muchas de ellas universitarias. Como todo, fían el futuro a la voluntad de Dios. «Seguiremos si el Señor quiere. Y, si no, la última que apague la luz», remata sor María Jesús.

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