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Antonio explica su situación mientras su mujer, Adoración, echa leña a la estufa en la chabola principal de Juana Jugan. / J. S.
VALLADOLID

«Estamos condenados a morir aquí, sin agua y debajo de cuatro plásticos»

Los últimos inquilinos del poblado chabolista de Juana Jugan cumplen 30 años malviviendo en él sin que el Ayuntamiento encuentre una salida

J. SANZ

Martes, 6 de enero 2009, 02:10

Entrar al 'salón', por llamarlo de alguna manera, de la chabola de Antonio Barrul Maya, 'el Abuelo', es como viajar en la máquina del tiempo. Nada ha cambiado, salvo su edad (81 años), desde que el 14 de enero de 1979 levantará allí su primera chabola al quedarse fuera del realojo en el poblado de La Esperanza. Treinta años contemplan ya al eterno poblado del camino de Juana Jugan, en Delicias, sin que el Ayuntamiento haya sido capaz de encontrar una salida en todo este tiempo para que Antonio y su mujer, Adoración, puedan huir para siempre de la miseria.

«Sabemos que vamos a morir aquí debajo de cuatro plásticos y sin llegar a ver un grifo con agua corriente», lamenta el fundador del gueto y uno de sus últimos cuatro inquilinos. Sólo su esposa, un hijo y un vástago de éste de 12 años sobreviven ahora en los dos cobertizos que aún se mantienen en pie. Hace ya dos años desde que la última familia salió del gueto rumbo a un piso de realojo temporal en Pajarillos y ningún responsable del Área de Acción Social ha vuelto a pasar a visitar al anciano matrimonio que continúa allí.

Antonio y Adoración subsisten gracias a sus exiguas pensiones, que no alcanzan los 600 euros entre ambas. «Estiramos lo poco que tenemos para nosotros, nuestro hijo -padece una enfermedad mental- y el nieto porque no nos queda otra», aclara la mujer de la 'casa' antes de matizar que «tenemos que aguantar, aunque sólo sea para sacar adelante al pequeño».

Pero el trigésimo invierno está siendo «muy duro» este año y el cabeza de familia apenas tiene ya fuerzas para salir en busca de chatarra para ganar un 'sobresueldo'. «Somos dos ancianos peleando contra el tiempo y sólo queremos que el alcalde se acuerde de nosotros», deja caer Antonio Barrul.

Pero la solución no es sencilla y así lo reconoce la propia Adoración: «No podemos irnos a un piso porque mi hijo tiene muchos problemas y es capaz de encender una hoguera dentro como hace en la chabola». De hecho, el matrimonio ha rechazado en múltiples ocasiones esta salida a la espera, y ya van tres décadas, de que «nos busquen un 'cacho' de planta baja para poder vivir allí más seguros».

El 'cacho' no llega y los veteranos chabolistas continúan cobijándose bajo sus chamizos al calor de una estufa que Adoración prende al amanecer. «La verdad es que no nos podemos quejar», se consuela, «porque al menos nos dejan quedarnos en esta casita».

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