La tapadera

Todos llevamos dentro un antropólogo dispuesto a aportarle teorías a la ciencia. Gracias a esa inclinación sabemos de buena tinta el porqué de dar la mano, el origen del aplauso y la diferencia de la raya en el pelo o de las abotonaduras según el sexo. Así pues, no ha de dudarse sobre el camino que recorrió la palabra tapa para asociarse con la pitanza, aunque yo sí la tenga y me explico: Acaso la tradición oral insista en que la palabra vino a parar a la rodaja de embutido o al trozo de pan que el posadero ponía sobre la jarra de vino con el fin de taparla y protegerla de las moscas. La tapa fue, por tanto, lo que ha sido siempre; aunque en esta ocasión acabara deglutida una vez hubiera cumplido con su misión. Sin embargo me reconcome la duda debido a dos cuestiones que se ha saltado por alto la antropología doméstica. En primer lugar, ¿cómo es posible tanto celo hostelero en proteger el vino de la trompa de la mosca con un artículo comestible que, al inicio o a la postre, acabaría en el estómago de la clientela? Me maravillan las contradicciones como al que más pero esta raya lo inquietante. En segundo, ¿cómo explicar la similitud entre el nombre de la tapa y su proverbial misión política que, de últimas, anda despistando al personal con sus múltiples manifestaciones? ¿Qué sería, en fin, la política local sin tanta tapa?

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