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BARQUERITO
Lunes, 22 de septiembre 2008, 12:15
Lo primero que hizo José Tomás fue un quite por desmedradas gaoneras al toro que rompió el fuego. De los seis escogidos para la ocasión por Álvaro Cuvillo, el único con cierta agresividad. Dos severos puyazos no bastaron para ajustarlo. Escarbó sin dejar de estar nunca dentro de combate y rebañó con correa en latigazos sueltos. Esplá tuvo el detalle de banderillear y de poner, además, tres pares distintos. Manejó luego el toro sin sufrir ni enredarse, y le encontró la igualada con cuatro hermosos muletazos de costadillo y uno de castigo. De la vieja escuela.
Luego apareció el primero de los dos que iba a matar José Tomás. Iba y sólo iba, porque el quinto fue indultado en clima irresistible. Casi cinqueño, negro mulato el segundo de la tarde. Noble, pastueño y bondadoso, uno de los tres de calidad del envío.
Bajo de agujas, corto de manos, hondito. De infalibles hechuras. No falló. No terminó de redondear con el capote José Tomás en el recibo. Por no ponerse o por los pies.
Pero, sin ser de bisutería, no hubo faena preciosa. Ligera y espumosa la cosa. Lo más brillante o jaleado fueron dos tandas de toreo por arriba -una tanda de estatuarios de apertura, las habituales manoletinas de cierre, encarecidas por cobrarse en los medios- y dos variaciones sobre el pase de las flores. Las dos veces cambió José Tomás el viaje al toro antes del embroque. Fue detalle carísimo. Sin embargo, faltó una tanda ligada en serio, abundó el uno a uno bastante bien enmascarado, y también el toreo de abajo arriba, y no hubo en realidad toreo de fraseo. Como un colchón de plumas fue el toro. Y larguísima la faena, castigada con un aviso, entibiada por larga. Y rematada de estocada ladeada cobrada en los medios.
El quinto de corrida, colorado, acapachado, carifosco, de ancho y corto cuello, ligeramente montado y pechugón, vino a ser versión en carne viva del toro de peluche. Con 550 kilos y sus dos pitones.
La faena de muleta fue un coser y cantar. Por la mano derecha, a base de colocación, toques o ligeros enganches por fuera, el torero de Galapagar, en cite primero a la distancia, le encontró al toro el compás. No siempre las tandas, abundantes, fueron de ligazón rigurosa. A veces no soltaba José Tomás toro y el toreo de pases se convertía en circular en dos o tres tiempos. El toro, que se le había ido a tablas dos veces a José Tomás en un quite trabajado a la verónica, se abría lo justo como para dejar estar a placer. En los medios, por cierto. Y sólo ahí. Al soltarse, el toro meneaba el rabo como el perro feliz de tener dueño. José Tomás se pegó bastantes paseos, que se celebraban.
Delirio
Empezó a abrirse hueco un coro de «Torero, torero!», José Tomás no terminó de encontrar la manera con la mano zurda en una única y rácana tanda sin ligazón ni gobierno y sólo insistió a última hora en una tanda de toreo de frente muy irregular. Al volver a la diestra, se recompuso el mecanismo del toro. Pasó el tiempo, que parecía haberse dejado correr intencionadamente, sonó un aviso y la gente casi se come al presidente por mandarlo. Y entonces se extendió la idea del indulto como si fuera una consigna. «Indulto, indulto, indulto...!» De este juego de soltar a Barrabás, por decir algo, salió el toro vivo. Pero ya en tablas. José Tomás lo llevó a la puerta de toriles con muletazos pretenciosos. Fue un delirio, más o menos. José Tomás aceptó llevar en las manos, o en una sola, las orejas y el rabo de otro toro corrido antes. Y la vuelta al ruedo fue de campeonato. Al llegar a la altura del burladero donde estaba Álvaro Cuvillo, el torero le dio un abrazo.
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