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Reloj de sol en una fachada. / L. B.
Gnomon, el que sabe
LA ELIPSE

Gnomon, el que sabe

LUIS BESA

Miércoles, 24 de octubre 2007, 12:31

De todas las cosas, es el tiempo la más misteriosa e inexplicable. ¿Qué es el tiempo? Nadie lo sabe. Físicamente, hablamos de una magnitud que permite medir «el periodo que transcurre entre dos eventos». De ahí no hemos pasado en los últimos 2.450 años, cuando Platón acuñó una definición bastante más poética y precisa: «El tiempo es la medida del Sol».

La limitación del intelecto humano se evidencia en hechos así, en que puestos a definir algo tan esencial como el tiempo, no podemos, y nos vemos en la humildad filosófica de desplazar la realidad de la cosa a la forma como medimos la cosa. Así pasa que medimos pero no sabemos de cierto qué. Tal vez por eso, a la ciencia de medir el Sol los griegos la bautizaron como gnomónica, que viene de gnomon, que quiere decir «el que sabe». Un gnomon no es un geniecillo, ni un mago, ni otra cosa que un palo hincado en el suelo cuya sombra proyectada nos indica, en cierta manera, la hora del día. De siempre, la pregunta que más se ha repetido es ¿qué hora tenemos?, de donde cobra un infinito sentido que el encargado de responder a esa pregunta fuera, simple y llanamente, gnomon: El que sabe.

De todo esto habla el libro 'Relojes de Sol de Segovia', del gnomonista Javier Martín-Artajo, un libro de los que justifican la labor editorial de Caja Segovia. En 360 páginas profusamente ilustradas, el autor clasifica 164 relojes de la provincia de Segovia. De forma clara y amena explica, como de propina, la historia de la medición del tiempo y los fundamentos astronómicos sobre los que descansa la gnomónica. Obviamente, no es un libro para leer en el autobús, pero si lo tienen a mano no dejen de abrirlo.

Se entera así uno de cosas geniales. Como resulta que la sombra responde a la posición del sol en el horizonte, para el hombre antiguo las horas eran más breves en invierno que en verano. Lo cual es pura y dura justicia para los que trabajaban al jornal y en el campo; no es lo mismo cavar en enero que en junio. Tampoco el Sol es siempre el mismo. Su cenit, su altura al mediodía, cambia y alcanza su tope en el solsticio de verano y su mínimo en el de invierno. En consecuencia, un buen reloj solar es igualmente un calendario. Cuando se introdujo el reloj mecánico, y durante muchos años, coexistieron dos clases de tiempo; el de la naturaleza, que sigue el ritmo del amanecer-ocaso; y el mecánico, que obedece al capricho del relojero. Así, cuenta Martín-Artajo que al nacer Ricardo II de Inglaterra en 1357 se consignaron dos horas distintas para un mismo parto. Ricardito nació a la hora tercia según el Sol, y a las 10 en punto según los péndulos, ambas horas se anotaron escrupulosamente por mor del zodiaco, de donde cada uno de nosotros tiene, cuando menos, dos destinos distintos escritos en las estrellas. Aún hoy hablamos de día solar, que es el día verdadero, pero para acostarnos, trabajar y levantarnos utilizamos el tiempo medio, que divide el tránsito anual del Sol en segmentos iguales asumidos por convenio. Visto así, somos nosotros los hombres modernos los que nos equivocamos al pensar que una hora dura siempre lo mismo estés en Segovia o en Pakistán.

De ser la medida del Sol, el tiempo ha pasado a serlo de los hombres, convirtiéndose por tanto en más inestable e inseguro que nunca. Nos empeñamos en pensar que hoy es miércoles, 24 de octubre. Y lo cierto es que inquieta pensar que de todas nuestras creencias esta mentirijilla tan dudosa es la más incuestionable.

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