Como llovido del cielo
Los vecinos de Bustillo rezan a Jesús Nazareno para evitar que el pedrisco dañe la cosecha
S. DE LAS SÍAS
Miércoles, 19 de septiembre 2007, 02:31
Domingo al mediodía en Bustillo del Páramo de Carrión. El toque de las campanas se funde paulatinamente con el movimiento de las agujas del reloj, que se aproximan hacia la una. Los vecinos salen de sus domicilios en dirección a la iglesia parroquial de San Andrés Apóstol, en el centro del pueblo. Mientras llega el tercer y último repique que anuncia el comienzo inmediato de la eucaristía, el viajero se topa con una de esas estampas típicas que hablan del medio rural: ellos, buscando un debate o conversación en el atrio o el pórtico; ellas, en el interior, arrodilladas en los bancos, cabizbajas, con gesto serio y respetuoso, ofreciendo en susurros sus oraciones antes de que el sacerdote, Eduardo Herrero, salga de la sacristía hacía el altar e inicie la misa.
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Hay algo más que llama la atención del curioso, que dirige ahora su mirada por el templo humilde, pero curioso y adecentado gracias a la labor de mantenimiento que desempeñan los fieles y los vecinos, concienciados de la importancia que tiene la conservación del patrimonio. Un compromiso que viene de años atrás, de finales de los noventa, cuando llegaron varias ayudas de las instituciones públicas para acondicionar el templo. Podían haberse quedado de brazos cruzados mirando la labor que desempeñaron los albañiles, eliminando goteras y humedades, o de los pintores, que limpiaron paredes y restauraron la pintura de las bóvedas, decoradas con yeserías barrocas. Pero no lo hicieron.
Creyeron oportuno hacer sus propias donaciones y arrimar el hombro, colaborando con la sustitución de los bancos o el acondicionamiento de la tarima. «Esta bastante deteriorado como consecuencia de un incendio ocurrido décadas atrás y que, al parecer, se originó con las velas de un antiguo hachero, un candelabro», explica la vecina Josefina Fernández, que indica en varias maderas delante del altar que aún quedan marcas del fuego que no se han conseguido borrar.
Limpiaron los retablos quitando las manchas que el polvo y el humo habían dejado, y asistieron asombrosos al descubrimiento de algunos dibujos y símbolos que aparecían en la parte inferior de los mismos, especialmente en el de las Ánimas, el más antiguo, del siglo XVII, y quizás el más valioso. «Incluso los jóvenes se implicaron, ya que se encargaron de forrar todo el altar mayor con pan de oro. Estuvimos varios meses trabajando, pero mereció la pena», señalan Guadalupe, Filomena, Estefanía y Nazaria.
«También se adecentó el altar de Jesús Nazareno», irrumpen Isabel, Goya y Asela, que recuerdan la gran devoción que el pueblo le regala y demuestra, especialmente los agricultores, en respuesta y agradecimiento al amparo que les ofrece ante las tormentas y el pedrisco, que puede minar sus cosechas de cereal. «Siempre que truena se le saca en una especie de altarcillo en la entrada de la iglesia, para que proteja los campos de cultivo. Y funciona», agregan todas, mientras apuntan, medio en bromas medio en serio, que la costumbre no es tan bien acogida en los pueblos de alrededor. Porque si el Nazareno les espanta el nublado, se lo traslada a ellos como llovido del cielo. Próximo pueblo: Ledigos
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