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'La mujer por fuerza', en Olmedo. / F. JIMÉNEZ
CRÍTICA

Aplauso merecido

ROSA SANZ HERMIDA

Viernes, 26 de julio 2013, 14:51

Ya rozando el ecuador de este Festival de Teatro Clásico de Olmedo ha llegado una comedia que podría apellidarse indistintamente 'de enredo', 'cómica' o 'de honra', pues todos estos elementos confluyen en ella. (La etiqueta de las comedias barrocas españolas depende, en buena parte y como es sabido, del estudioso que se ocupe de ellas). Su autor, Tirso de Molina, y el texto, una adaptación de José María Ruano de la Haza que, a su vez, ha versionado Amaya Curieses. Por todo vestuario escénico, la elegante y preciosa indumentaria ideada por María Luisa Engel.

La pieza es un verdadero 'tour de force', con un acción dramática creciente que alcanza su paroxismo cuando el conde Federico, la gran víctima de esta hilarante comedia, se entera de que, además de haber raptado, forzado y embarazado a Finea, dama a quien nunca ha visto, es acusado de haber acabado con su vida. En este momento, el clímax de la obra, Federico cree volverse loco pues sólo él contradice lo que afirman el resto de los personajes. La habilidad de Tirso estriba en hacer cómplice al espectador de las artimañas de Finea, que se hace pasar por hombre Celio para conseguir los amores del conde. A su vez, la habilidad del director de escena, José Amaya, ha sido la de concentrar el foco sobre las sucesivas complicaciones de la trama y sobre los estados anímicos de los personajes que sufren las consecuencias del ardid de la osada Finea: su hermano, al sufrir deshonra por su aparente rapto; Fiorela, la prometida del conde, al pensar que es engañada por éste; el rey de Nápoles al tener que vengar la supuesta deslealtad de su súbdito Federico... . Tesituras emocionales que Amaya materializa con un estupendo recurso, haciendo que los actores los gesticulen como si fueran un 'aparte'. Quedan así exteriorizados los 'adentros', como las galletas en las viñetas de tebeos, provocando situaciones desternillantes. Los actores realizan en este sentido un trabajo expresivo excelente (baste mencionar la 'rueda de los locos' que improvisan para traducir visualmente la confusión del personaje Federico (quien, por cierto, hace una soberbia pantomima de locura). Álex Tormo borda su doble papel Alberto/Marqués Ludovico, transformándose sólo con rapidísimo giro y retoque de tupé y gafas en uno u otro personaje, como por arte de birlibirloque; también hace un trabajo fantástico simulando colgarse, clavarse un cuchillo o disparar a su antagonista, al igual que Chiqui Maya.

Tan logrado está el crescendo del ritmo y tan bien conseguido el nudo y el desenlace tarea, insisto, de un meritorio elenco actoral y de una buena dirección escénica que la recitación del verso, que no es todo lo brillante que debiera (sobre todo en los roles de Federico y Alberto), logra pasar a un segundo plano, eclipsada por la rutilante acción dramática. No quisiera terminar sin hacer mención a la música y efectos sonoros de Toni Madigan, que anima y empuja la escena con su guitarra, ocarina y canto, convirtiéndose, por momentos, en un personaje más.

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