Alba Quintanilla, estudiante Erasmus en Ferrara, Italia, durante el pasado curso, en la Plaza Zorrilla del centro de Valladolid. Aida Barrio

De vuelta en Valladolid tras el Erasmus: «Las empresas valoran la experiencia para contratarte»

Entre 600 y 700 estudiantes de la UVA hacen las maletas cada año becados por el programa de movilidad, con Italia como opción preferida

Raúl R. Méndez

Valladolid

Sábado, 2 de agosto 2025, 19:49

No son pocos los que creen, tras pasar por la experiencia, que un Erasmus enseña más sobre uno mismo que sobre cualquier cuestión relacionada con ... la carrera universitaria. El traslado a una universidad en el extranjero suele suponer una de las primeras tomas de contacto de los estudiantes con la vida más allá de la casa de sus padres, y también la primera ocasión en que deben aprender a desenvolverse en un entorno que les es completamente ajeno. Diferente gastronomía, distinta cultura, otro idioma al que adaptarse, un sistema académico que «dista en ciertos momentos» del español. Todo cambia, e incluso las situaciones más cotidianas, como relacionarse con sus compañeros de clase o pedir un café en una cafetería, se convierten en un «reto» o una «oportunidad para aprender».

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Entre 600 y 700 estudiantes de la Universidad de Valladolid hacen las maletas cada año para continuar sus estudios fuera de España, normalmente en otro país europeo, aunque también hay ofertas con destino a otros continentes, como América. La cifra se mantiene estable en el último lustro, pero con tendencia ascendente. Si en el año académico 2021-2022 fueron 597 los participantes en este proyecto, de cara al próximo curso son 726 los alumnos matriculados en la Universidad de Valladolid que ya cuentan con plaza en alguna facultad extranjera y que se embarcarán en el programa de movilidad. Los países más demandados por los universitarios vallisoletanos, según los datos facilitados por la UVA, son Italia, como opción preferida, además de Francia y Portugal. La duración, escogida siempre por el alumno durante la fase preliminar de la experiencia, puede ser de cinco meses (equivalente a cursar solo un cuatrimestre en el extranjero) o de nueve (el curso académico completo).

La universidad pública de Valladolid se encuentra dentro de las diez españolas que más dinero reciben en materia de ayudas para la gestión de estudios dentro del programa Erasmus+. Asimismo, la institución académica colabora con el Banco de Santander para la adjudicación de becas extraordinarias y complementarias que ascienden hasta los 1.000 euros, todo ello con el objetivo de facilitar que más estudiantes se embarquen en la experiencia con independencia de sus posibilidades económicas. En todo el país, el programa Erasmus+ 2025 tiene previsto financiar 4.538 proyectos de movilidad que beneficiarán a 153.717 estudiantes y personal educativo de todos los sectores educativos, con una dotación histórica de 377,5 millones de euros, como anunció hace unos días la ministra de Ciencia, Innovación y Universidades, Diana Morant, a través de un mensaje en redes sociales. Estos 377,5 millones de euros suponen un «incremento global de un 17% respecto a la anterior convocatoria».

La cuantía de la beca percibida por el estudiante vallisoletano varía atendiendo a la nación de destino y a sus costes de vida aproximados. Para países como Bulgaria, Croacia, Hungría, Serbia o Polonia, considerados de tercer grupo (los de costes de vida más bajos), el alumno recibe mensualmente una ayuda de 300 euros. En el caso de Grecia, Portugal, Malta, Eslovenia o Eslovaquia, del grupo dos, la cuantía asciende a 350 euros mensuales. Para los países con un nivel de vida considerado muy elevado o de primer grupo, como Alemania, Finlandia, Noruega, Austria, Italia, Irlanda, Países Bajos, Suiza o Reino Unido, el universitario recibe 400 euros al mes para costear sus gastos diarios en destino. A mayores, el programa Erasmus también contempla una ayuda extraordinaria «de apoyo a la inclusión» por importe de 250 euros mensuales destinada a todos aquellos estudiantes que pertenezcan a alguno de los siguientes colectivos:

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Estudiantes que pueden recibir la ayuda extraordinaria «de apoyo a la inclusión»

  • Beneficiarios de la Beca del Régimen General del Ministerio de Universidades el curso anterior a la movilidad Erasmus

  • Familias numerosas

  • Familias monoparentales

  • Víctimas de terrorismo o de violencia de género (o huérfanos por estas causas)

  • Perceptores del Ingreso Mínimo Vital

  • Personas en riesgo de exclusión social

  • Personas en situaciones de especial necesidad y emergencia social consideradas por la administración pertinente

  • Personas en situación de dependencia o participantes con dependientes a cargo

  • Personas con discapacidad, legalmente reconocida, igual o superior al 33%

En cuanto a la existencia de listas de espera dentro del programa Erasmus de movilidad europea, la Universidad de Valladolid afirma que «existen» -no concreta el dato- y que, en caso de que la demanda de plazas sea superior a la oferta disponible, estos casos «se resuelven siempre» beneficiando al estudiante con mejor expediente académico y nota media más alta.

Alba Quintanilla, Erasmus en Ferrara, Italia

«Éramos 180 en clase y los profesores se comunicaban a través de un micrófono»

Alba Quintanilla, en la Plaza Zorrilla de Valladolid. Aida Barrio

Alba Quintanilla observa la estatua de Miguel Delibes que da la bienvenida al Campo Grande de Valladolid con la mirada melancólica de quien ha estado demasiado tiempo separado de sus raíces y de la ciudad de la que preferiría no alejarse nunca. Orgullosamente de Delicias, como ella misma se denomina, cursa el grado en Periodismo de la Universidad de Valladolid. Y el pasado curso, «animada» a tomar esa decisión desde su entorno más directo, hizo parada en Ferrara, una pequeña localidad italiana a una hora de distancia de Bolonia construida en torno a arquitectura de época renacentista. O una «joya desconocida del norte itálico», como la describe Alba.

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«Al principio aterricé creyendo que el idioma no iba a ser una dificultad, pues al venir del latín pensé que iba a ser similar al castellano. Nada más lejos de la realidad. Tuve que matricularme en un curso de italiano básico para poder ser resolutiva en las materias, relacionarme con compañeros, comunicarme con los profesores y atender las clases», relata acerca de sus dificultades con la lengua italiana, sobre todo en las primeras semanas de su erasmus.

«Para enfrentarte al erasmus creo que hay que tener cierta liquidez económica. En mi caso, el gasto mensual, tan solo en alquiler, sin contar luz, gas o cesta de la compra, era de 425 euros», afirma Alba sobre la necesidad de contar con un colchón económico para que un estudiante pueda embarcarse en este programa. Y eso sin contar con el gasto que suponen los viajes, que, aunque opcionales, son una de las opciones más codiciadas por los becados. En su caso, Florencia, Venecia y Bolonia fueron algunas de las ciudades a las que tuvo tiempo de escaparse. «Fuera de Italia, he viajado también a Londres, Viena y Budapest. Aunque he preferido integrarme algo más en la cultura italiana», resume.

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El ambiente universitario de Ferrara fue también radicalmente distinto al que conoció en Valladolid. Tan solo el medio de transporte habitual de los italianos locales, la bicicleta, y el hecho de que todos se desplazaran de un lugar a otro con ella, sin pensar siquiera en el coche o en el transporte público, la descolocó al principio de su experiencia. Aunque la mayor sorpresa apareció el primer día lectivo, cuando se dio cuenta de que las clases se componían de unos 180 alumnos. «Era totalmente inviable que se conocieran entre todos. Había, por ejemplo, hasta tres asignaturas en las que el profesor debía comunicarse a través de un micrófono».

Con todo, «mi estancia en Italia será una experiencia que no voy a olvidar en la vida», resume. En su caso, lo ha llevado al sentido más literal del término, y conserva aún una pulsera de cristales de Burano, una de las piezas artesanales más famosas y anheladas de la región de Véneto. Según cuenta la tradición local, es como si hubiera decidido llevar consigo, y para siempre, una porción de sol veneciano en su muñeca izquierda.

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Nacho Ordóñez, Leiría, Portugal

«El coste de la vida no es muy diferente al de Valladolid»

Nacho Ordóñez, con la Casa Consistorial de fondo. Aida Barrio

Conservar pequeños recuerdos de una estancia Erasmus suele ser una práctica frecuente entre los estudiantes que se han embarcado en una. El caso de Nacho Ordóñez, vallisoletano de 25 años residente en el barrio del Hospital, tampoco es distinto. En su cartera conserva algunos de los resguardos que en las universidades portuguesas acostumbran a entregar tras terminar cada hoja de examen, quedándose los profesores con una copia. «Lo hacen para que no puedas inventarte que habías escrito más en una hoja que se ha perdido o se les ha terminado traspapelando», explica.

Atrás ha quedado ya el primer cuatrimestre del curso 2023-2024, cuando se instaló en Leiría, ciudad en la región Centro de Portugal. Ahora, a punto de graduarse de un doble grado en Derecho y Administración y Dirección de Empresas, terminando su Trabajo de Fin de Grado (TFG), trabaja al mismo tiempo para una céntrica auditora legal del centro de la ciudad. «Creo que hacer un Erasmus no es una condición que directamente te facilite encontrar un buen trabajo. Sin embargo, es cierto que las empresas, a la hora de contratar o no a un estudiante, se basan mucho en las distintas experiencias que hayan tenido».

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En el Erasmus «te relacionas con gente de distintas localidades de España, de las que aprendes mucho; de Sevilla a Pamplona, por ejemplo. Luego es cierto que haces amistad con algunos portugueses. Conocimos a algunos nativos de Leiría con los que terminamos haciendo un grupo de amigos», relata acerca de la integración en la dinámica universitaria portuguesa, que además, asegura, tiene «una serie de costumbres y ritos muy arraigados que en España no tenemos».

En opinión de Nacho Ordóñez, Portugal es mucho más fiel al llamado Programa Bolonia (instaurado en el año 1999) que armonizó los sistemas de educación superior europeos en torno a rúbricas de evaluación que pasaron a centrarse más en la práctica que en la propia teoría. «En el país vecino, es común que te evalúen de forma continua: trabajos, prácticas, exámenes parciales, etcétera. Portugal aplica Bolonia de una forma mucho más rigurosa», explica. «Somos unos afortunados por poder vivir la experiencia Erasmus. Aunque el costo de vida en Leiría, que no es Oporto, tampoco Lisboa, no es muy diferente al de Valladolid, por ejemplo», precisa, antes de asegurar que, debido a la carencia de aeropuerto que tenía la localidad en la que residía, no pudo viajar tanto por Europa, sino más bien «aprovechar para recorrer la geografía portuguesa». «Visitamos las ciudades típicas, como Oporto, Braga, Aveiro o Lisboa. Yo no pude desplazarme al sur porque solo estuve cinco meses. Me quedé sin poder ver el Algarve, por ejemplo. Aunque me gustaría regresar a Portugal en algún momento de mi vida».

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Nicholas Erlank, Idaho, Estados Unidos

«Fue una oportunidad para diferenciarme en un mundo en el que cada vez es más fácil elegir caminos similares»

Nicholas Erlank, manteado por sus compañeros de equipo en Estados Unidos. Imagen cedida por Nicholas Erlank

«Fue una oportunidad que me llegó, y no pude dejar pasar ese tren. Es uno de esos viajes que solo se pueden hacer una vez en la vida. Creo que me ha permitido diferenciarme en mitad de un mundo en el que cada vez es más fácil elegir caminos que se parecen mucho».

Según explica este joven vallisoletano, vivir en Estados Unidos «me ha facilitado tener nuevas experiencias, mejorar mi nivel de inglés y jugar para un equipo de fútbol local. Sobran los motivos», relata acerca de su experiencia en Idaho, estado del noroeste americano.

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Erlank también afirma que esta clase de experiencias son una apuesta, o una especie de «ruleta rusa» en la que no existen medias tintas ni términos medios. «Como todo en la vida, ha tenido sus partes positivas y negativas. Muchas veces no es fácil la adaptación a una nueva cultura, y según qué persona la distancia puede ser un factor que recrudezca la estancia fuera de casa, lejos de la familia. Nunca sabes lo que puedes encontrarte allí. Hay gente que no lo ha llevado tan bien como lo he hecho yo. Aunque en mi caso, la balanza se ha decantado por el lado positivo, así que estoy muy contento de haber dado el paso. El simple hecho de intentarlo merece, y mucho, la pena», afirma.

En cuanto a las enormes diferencias existentes entre el sistema educativo estadounidense y el español, Nicholas destaca que, sobre todo a lo largo de las primeras semanas, es «muy chocante». «Cuando volví a España, vi a mis amigos hincar los codos para aprobar los exámenes finales y evitar las temidas convocatorias extraordinarias. Mientras tanto, yo venía de algo muy distinto, de un sistema que se centra en el aprendizaje activo y no solo en el estudio o la memorización de contenidos, como ocurre aquí. Allí el objetivo es que repliques la lección en un trabajo en grupo, aplicándolo por ejemplo a casos prácticos y reales. Sin embargo, no me atrevería a decir qué sistema es mejor. Son simplemente muy diferentes, y creo que en España, pese a sus partes malas, tenemos un sistema educativo envidiable a nivel mundial».

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