Una «tormenta perfecta» sepultó Valladolid bajo las aguas del Pisuerga hace veinte años
La presa de Castrovido en el Arlanza, cuya entrada en funcionamiento se prevé para 2022, está destinada a minimizar riadas como la de 2001
«Quizás lo más impresionante fue navegar por Arturo Eyries y tener que meternos con la barca hasta el interior de un portal para sacar a los vecinos cuando el agua llegaba a la primera planta de los bloques», recuerda Fernando Moratinos, aún hoy responsable del Grupo de Salvamento y Rescate de Protección Civil, quien vivió hace veinte años en primera persona las devastadoras consecuencias de la mayor riada protagonizada por el Pisuerga en los últimos 150 años. Ocurrió el 6 de marzo de 2001. El caudal del río alcanzó aquel día una punta inédita de 2.340 metros cúbicos por segundo, superior a cualquier registro anterior de la era moderna, incluida la 'gran crecida' del 1 de enero de 1962, la segunda vez que se tiene constancia de que el caudal superará los dos mil metros cúbicos.
El que fuera presidente de la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD), Carlos Alcón (dirigió el organismo entre los años 2000 y 2003), relata que aquel invierno se dieron una serie de circunstancias, «entre las que no se encontraba ningún desembalse ni nada parecido en un río que no estaba –ni está– regulado aguas abajo de Aguilar», como fueron cuatro meses y medio consecutivos en los que llovió la misma cantidad esperada para todo un año –435 litros por metro cuadrado–, unido a copiosas nevadas y a un incremento de las temperaturas que causó un deshielo repentino. «El terreno estaba saturado, no podía asumir ni una gota más, y aquella madrugada se conjugaron una serie de circunstancias extraordinarias imposibles de predecir con más antelación que la que se hizo», afirma el expresidente de la CHD, hoy jubilado a sus 74 años, quien considera que «avisar se avisó» antes de matizar que «no se puede predecir ni controlar una avenida de este tipo que se producen cada cien o doscientos años».
Carrión, Arlanza y Esgueva
Fue la «tormenta perfecta». Aquella madrugada del lunes al martes (6 de marzo) entraron en carga a la vez dos de los principales afluentes del Pisuerga, como son el Carrión y el Arlanza, además del Esgueva –inicialmente se temió más el desbordamiento de este río en la ciudad–, y luego el propio Pisuerga, lo que generó un tsunami que alcanzó Valladolid en pocas horas. «La gente nos acusó de abrir a todo lo que deba el embalse de Aguilar (Palencia), cuando no fue así, y de haberlo hecho se hubiera inundado Aguilar, pero es que las puntas de las crecidas se dieron a la vez, algo sumamente improbable, aguas abajo en cauces sin regular en esos puntos y eso fue algo imposible de prever con la suficiente antelación», apuntan hoy desde la CHD.
Las indemnizaciones de los seguros sumaron nueve millones de euros
Las indemnizaciones abonadas por el Consorcio de Seguros a los afectados por la riada del 6 de marzo de 2001 alcanzaron los nueve millones de euros en los dos años posteriores para cubrir parcialmente, solo eso, en muchos casos, los desperfectos que la crecida del Pisuerga ocasionó en las viviendas y, sobre todo, en cientos de coches que quedaron sepultados en garajes comunitarios, como ocurrió en los bloques de El Cuadro (calle Francisco Suárez), donde los vehículos llegaron a flotar en las plantas inferiores hasta pegar contra el techo. Los afectados recibieron una media de seis mil euros, en el caso de los daños más cuantiosos, y cantidades muy inferiores en cuanto a los vehículos. Entre los receptores de aquellas indemnizaciones se encontraba el Ayuntamiento, por los destrozos en el polideportivo Pisuerga o el Museo de la Ciencia.
El caso es que la ciudad sucumbió a un tsunami de agua que a partir de las ocho de la mañana a punto estuvo de superar el Puente Mayor –el agua alcanzó prácticamente la calzada– y que anegó literalmente la explanada del barrio de Arturo Eyries en el punto más próximo a la curva del río –una zona inundable–. El agua se coló a su vez en garajes y bajos de viviendas situadas al borde de la ribera, además de inundar pabellones como el Huerta del Rey o el Pisuerga; derribar taludes, como el situado en la margen derecha justo antes del Puente Colgante, y de causar daños también en el Museo de la Ciencia, recién construido entonces. Y, pese a todo, «no hubo que lamentar víctimas», según destaca el veterano bombero Abilio de Vega, hoy suboficial, que aquel día tuvo que rescatar «en barcas o en brazos con el agua cubriéndonos por encima de la cintura» a decenas de vecinos que quedaron atrapados en las plantas superiores de los bloques de viviendas de la calle Ecuador y la plaza de Cuba, en Arturo Eyries. Allí el río convirtió la explanada en «un mar con el agua alcanzando la primera planta de esos pisos».
El río alcanzó los 2.340 metros cúbicos por segundo, un caudal superior al de la gran crecida de 1962
La ciudad, y en eso coinciden todos los especialistas consultados, no estaba preparada entonces para una avenida de esas dimensiones, en la que el nivel del río llegó a crecer hasta siete metros, puede que más en algunos puntos, por encima de su lámina de agua habitual. ¿Podría volver a ocurrir algo así? Pues los expertos advierten de que sí. «Son circunstancias extraordinarias que se producen cada 150 años, lo cual no quiere decir que no pueda ocurrir tres veces en un año, aunque sea altamente improbable», apuntan desde la CHD antes de aclarar que ahora, cuatro lustros después, «contamos con más estaciones de medición que en aquella época» y, sobre todo, la inminente entrada en funcionamiento de la presa de Castrovido, que regula el cauce del Arlanza en Salas de los Infantes (Burgos), está llamada a «minimizar los daños ante una posible avenida de esas características, ya que permitirá regular la salida de agua del afluente de manera progresiva».
Pruebas de carga
Esto ocurrirá, en principio, en torno a finales del año que viene. La presa, cuya construcción comenzó en 2004 y concluyó en diciembre de 2020, está pendiente de la «autorización del Ministerio para comenzar su llenado en pruebas, algo que podría tardar un año, como mínimo, para que comience a funcionar si soporta las pruebas de carga». El Pisuerga, entre tanto, mantiene tres presas aguas arriba de Aguilar de Campoo (a 150 kilómetros de la capital) y el Carrión, por su parte, cuenta con una a su vez en Guardo (Palencia).
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Valladolid, eso sí, aprendió de la experiencia y a raíz de aquella crecida, de la que ahora se cumplen veinte años, se construyeron diques de contención en los puntos más sensibles, sobre todo, en la margen derecha entre Huerta del Rey y Arturo Eyries. También se habilitaron tanques de tormentas en la red de alcantarillado público, inexistentes hasta entonces, y se aseguraron edificios como el del Museo de la Ciencia y taludes como el de la calle Francisco Mendizábal. En esta última vía, situada justo antes del Puente Colgante, al borde de la avenida de Salamanca, se produjo aquel día un corrimiento de tierras que obligó a desalojar tres bloques de pisos de once alturas y a sus más de cien familias al quedar al descubierto los cimientos de los torreones. Al día siguiente se permitió la entrada a dos de los bloques, no así al del número 5. «Nos dijeron que saliéramos corriendo, pudimos volver con un policía a coger algo de ropa y así estuvimos unos días, en mi caso, en casa de mi hija, hasta que construyeron el talud y nos permitieron volver (el 15 de marzo)», recuerda Julio López, vecino del número 5 de la calle Francisco Mendizábal, rodeado hoy por un murete y que luce aún algunas de las enormes piedras que se metieron en la ribera para levantarlo.
La ciudad construyó diques de hormigón para contener las aguas en los barrios de Arturo Eyries y Huerta del Rey
Otro punto sensible de la riada fue el del entorno del puente de García Morato (hoy de Adolfo Suárez), donde el agua anegó dos de las cuatro plantas del garaje subterráneo de los bloques de El Cuadro. Allí estaba apostado el policía local Fernando Millán, que entonces comenzaba su carrera y que no podrá olvidar lo vivido en aquella «jornada interminable». Los vehículos, recuerda, «flotaban dentro del garaje hasta el punto de estar aplastados contra el techo en las plantas inferiores». Y eso que en las horas previas a la punta de la avenida habían intentado sacarlos. «Fuimos avisando, pero fue imposible localizar a todos los vecinos y que pudieran sacarlos a tiempo». Los daños allí fueron más que cuantiosos.
Rosa del Barrio: «Nos avisaron demasiado tarde de lo que venía y aquel día lo perdí todo»
«¿Qué si me acuerdo?, pero cómo no me voy a acordar si aquel día lo perdí todo», recuerda Rosa del Barrio, una vecina del bajo del número 21 de la calle Ecuador, en Arturo Eyries, que aquel 6 de marzo de 2001 vio cómo el agua «cubría más de un metro y medio de altura» cuando aún se encontraba en su domicilio. Sus imágenes, cuando fue rescatada en brazos por los efectivos de los servicios de emergencia (izquierda) aquella mañana y, al día siguiente, cuando miraba desconsolada el barrizal que el río dejó en su vivienda (debajo), ilustraron hace veinte años el desastre causado por la mayor avenida del Pisuerga del último siglo, que convirtió literalmente el barrio en una laguna.
Rosa relata cómo aquella mañana, aún de madrugada, un policía pasó por su casa para avisar de que el río venía muy crecido. «Nos dijo que nos asustáramos». Aquello ocurrió a las seis de la mañana. «Nos avisaron demasiado tarde de lo que venía y un par de horas después ya no pudimos hacer nada cuando el agua comenzó a entrar en casa hasta cubrirla casi hasta el techo», explica.
Rosa, preocupada, pero inicialmente ajena a lo que estaba por venir, tuvo tiempo de hacer las camas, limpiar la casa, levantar a su padre y desayunar. Una hora después, a las siete, empezó a tomar conciencia de lo que ocurría al ver cómo el agua había superado ya el cauce del río y se acercaba peligrosamente a su vivienda, situada a ras de suelo, en los bloques más próximos a la herradura del Pisuerga. «Intentamos salvar algunas cosas, hicimos un tabique en el salón...». Pero apenas pudieron salvar una mesa y los sofás. Horas después, cuando el agua anegaba ya su domicilio, tuvo que ser sacada en volandas por los bomberos. Al día siguiente, cuando el agua volvió al cauce, regresó a su domicilio y se topó con «un auténtico desastre». Lo perdió todo. «Tuvimos que esperar a que se secara y entonces comprobamos que había que tirarlo todo». Y todo es todo. Muebles, puertas, ropa... «Estuvimos tres meses viviendo fuera hasta que pudimos rehabilitar la casa con mucho esfuerzo», añade la vecina de la calle Ecuador, que aún reside en la vivienda. Un dique, construido en los meses siguientes a la riada en la herradura del Pisuerga, impediría hoy, en teoría, que algo así volviera a ocurrir.
También unos metros más abajo, en la misma ribera, donde se encuentran las instalaciones del club de piragüismo Pisuerga. Su presidente, Joaquín Alonso, recuerda que cuando acudió a intentar rescatar parte del material se topó con un río enfurecido que anegaba ya el local. «Entramos con una barca hinchable al interior e intentamos salvar el material más valioso, pero prácticamente lo perdimos todo». Los daños en su club, según afirma, superaron los cuarenta mil euros. «El seguro apenas nos compensó después con doce mil y nos costó muchos meses, muchos, recuperarnos y salir adelante. Fue algo terrible».
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La zona cero de la avenida
Pero la zona cero, sin duda, de aquella crecida histórica fue la explanada de Arturo Eyries, en la que hoy se levanta un muro de hormigón que abarca todo el perímetro del barrio destinado a evitar futuras inundaciones. Allí, en el primer bloque del final de la calle Ecuador, vivía Juan Ignacio Pérez. Las imágenes de los vecinos, muchos de ellos mayores y en sillas de ruedas, sacados en barca o en brazos por los efectivos de los grupos de rescate dieron la vuelta al país. «A mí me pilló trabajando, y cuando salí de madrugada venía el río muy alto –el día anterior marcó una punta más de notable de 1.500 metros cúbicos por segundo–, pero nadie nos avisó de nada». Cuando llegó el aviso, pasadas las seis de la mañana, fue demasiado tarde. Su hermana y su sobrino tuvieron que ser rescatados, al igual que muchos de sus vecinos, en barca. «Se pidió a los residentes que permanecieran confinados para evitar problemas, ya que el agua llegaba ya a la primera planta, y poco a poco les fuimos sacando a todos», recuerda el suboficial Abilio de la Vega.
La capital tardó semanas en recuperar la normalidad cuando las aguas del Pisuerga volvieron a su cauce.
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