De verbena por las fiestas de Valladolid: «Donde hay orquesta hay alegría»
Así es una jornada de concierto de las formaciones musicales que, como Génesis, recorren durante estos meses la provincia para ponerle banda sonora a los festejos patronales
Tiene la orquesta Génesis en su repertorio más canciones casi que vecinos hay empadronados en el pueblo al que esta noche han venido a tocar. ... Siete Iglesias de Trabancos, provincia de Valladolid, 419 habitantes, según el registro oficial. «En invierno no creo que lleguemos a los 300», matiza Estíbaliz Alonso, concejala de Festejos, mientras disfruta con la velada que acaba de empezar. «Durante el concierto tocaremos fácil 150. Y me quedo corto. Seguro que llegamos a las 200», asegura José Z., teclista y director musical. Las 300 se alcanzarían con facilidad si se contaran los descartes, las incorporaciones de última hora, los temas que lo petaron otros veranos y de los que nadie se acuerda ya. «Eso sí, casi ninguna orquesta toca canciones enteras. Nadie aguanta cuatro minutos de un tema que no le gusta». Las verbenas son ahora una charcutería de estribillos, un muestrario de hitazos, un picoteo eterno en el spotify.
Publicidad
Quisiera ser el eco de tu voz.
Yo quiero bailar toda la noche.
Que tú no puedes ser rey si no tiene' a la reina
Pedro Pedro Pedro Pedro Pé.
Recoge el programa de fiestas que hasta medianoche no empieza este latigazo de fusas, este relámpago de estrofas, esta descarga eléctrica en sol mayor. «La alcaldesa dice que nos avisa cuando el encierro esté a punto de terminar». Así que, mientras los músicos afinan instrumentos y calientan voces, mientras los técnicos supervisan luces y micrófonos, hay un par de toros sueltos por las calles de la localidad. Se escuchan de fondo los gritos de los mozos, los 'ayayayay' desde las talanqueras, cuando aquí, en la Plaza Maryor, Jenny Fervi escala hasta los agudos imposibles del 'Let's get loud' (Jennifer López) con el que a las 23:17 horas comienza la prueba de sonido.
Jenny es una de los cuatro cantantes de Génesis, una de las orquestas señeras de Castilla y León. Comenzó su andadura hace 17 años con formato de dúo musical. Miguel Hernáez, su fundador, tocaba como teclista en otra formación cuando se alió con una cantante para recorrer plazas y salas con su hatillo de canciones. El dúo se transformó en banda con los años y ya como «orquesta potente» funciona desde 2013. «Hemos llegado a tener 80 bolos al año. Ahora serán 65, que está muy bien, aunque en los últimos tiempos se ha frenado un poco», reconoce Hernáez.
1 /
Desde Cantabria («allí triunfa más la bachata, la cumbia, los sonidos tropicales») hasta Castilla y Madrid («cuanto más al sur, más rock nos piden»). «Después de la covid subieron los cachés y los pueblos pequeños no podemos traer orquestas todos los días de fiestas», explica Sonia Alonso, alcaldesa de Siete Iglesias. Es más barato tirar de discomovida. «Pero aquí nos gusta la orquesta, al menos el día del patrón». Eso sí, hay que reservarla con tiempo para garantizarse la fecha. «En diciembre ya lo cerramos», cuenta la regidora. Por esa época es cuando Génesis comienza los ensayos para la temporada estival. Hay que elegir repertorio, que diseñar vestuario, coreografía, puesta en escena, iluminación. En abril llegan los primeros conciertos. Los últimos, en octubre. Ahora, pleno verano, esto es la locura. Borrachera de kilómetros, sobredosis de canciones.
Publicidad
Y suelto mi pelo y pinto mi cara, me pierdo en la noche, me quemo en la playa.
Mueve tu cosita, ahí, ahí, mueve tu cosita.
Qué pasará, qué misterio habrá.
Si ella es diva cantando como un pez en el mar.
1 /
David López, técnico de sonido y de montaje, ha llegado a Siete Iglesias cinco horas y media antes de que comience la actuación. «Solo la preparación del escenario lleva más de tres horas». Y eso que con el tráiler es más sencillo. «Recuerdo cuando teníamos que levantar el escenario desde cero, con barras de acero. Un currazo». Ahora, se aparca el camión y se empieza a extender la infraestructura.
Publicidad
«También tiene sus problemas, ¿eh? Antes de salir a un bolo lo primero es mirar por Internet, meterme en Google Maps, para ver los accesos, por dónde podemos entrar. Hay veces que las calles son tan estrechas (o que están ocupadas por encierros, hinchables, carruseles), que no podemos pasar». Aquí en Siete Iglesias lo tienen fácil. No es la primera vez que vienen. Conocen el camino y el tráiler entra perfecto en esta Plaza Mayor decorada para la ocasión.
De los balcones cuelgan las banderas de las 47 peñas del pueblo. Los Manolos, Que lo Sepas, la Sin Nombre, El Candao… Desde un poste en el centro de la plaza se despliegan siete guirnaldas luminosas que, como longanizas de bombillas, alumbran las fiestas. Hay un puesto de almendras garrapiñadas, otro con dardos para explotar globos y ganar peluches, una máquina de boxeo para que los chavalines presuman de bíceps y un remolque que es el paraíso de la fritura, con su olorcillo a ketchup y su oferta de patatas, perritos, durum y 'kebap'.
Publicidad
Por delante de estos puestos pasa, a las 20:50 horas, Rebeca Benavente con una maleta a rastras. Llegó la mami, la reina, la dura, una Bugatti. Ella es la otra cantante femenina y ahí dentro lleva los trajes («al menos seis cambios») que lucirá esa noche, con su derroche de brillos y lentejuelas. Rebeca cumple 28 años en el mundo de la música y su voz ha iluminado varias orquestas. Raúl García también encadena casi tres décadas de verbena desde que a los 14 años se subió a un escenario. «Es un trabajo duro, muchos viajes, horarios trastocados, pero es un oficio precioso. No solo disfrutas tú, sino que acompañas a mucha gente en uno de los días más importantes del año».
«La verbena es la mili de los músicos, más exigente de lo que parece porque tienes qeu controlar muchos estilos»
«La verbena es muy agradecida, todo el mundo viene a disfrutar», apunta Rubén Jiménez, cantante con formación en teatro musical y monitor de actividades dirigidas para completar ingresos. Muchos músicos de estas orquestas de verano tienen otros trabajos. En la hostelería. En gimnasios. En otras formaciones musicales. Es el caso de Danail Mitkov, responsable de la percusión. «Hoy estamos aquí hasta las cinco de la madrugada y mañana tengo bolo con otro grupo en Madrid», cuenta, sentado frente a la batería, y con una bolsa de gominolas a mano. «Necesito meter azúcar al cuerpo». Justo enfrente tiene a Nora Supiot, bajo. Al otro lado del escenario, Pablo Jiménez, guitarrista de Huelva que aquí encontró nido musical. «La verbena es la mili de los músicos, más exigente de lo que parece porque tienes que controlar muchos estilos». El grupo lo completan Lucía Hernández, acróbata y bailarina, Mateo Bolado (saxofonista) y Olmo de Andrés, que toca el trombón y es además técnico de montaje. Y desmontaje. Porque cuando la función termina, se acaba el 'Vicio' con el que suelen rematar, hay que recoger bártulos para llevarse la música a otra parte. Entre otros, los 95 metros cuadrados de pantallas led con los que se ambienta la actuación, como explica Diego Rico, técnico de luces.
Publicidad
Boooooomba.
1 /
«Muy buenas noches, Siete Iglesias. Desde el minuto uno tenéis que saltar con nosotros», anima Raúl García cuando, a las 00:09 horas, comienza el recital. «Y esa gente tímida del fondo, que se acerque». La noche se suele descorchar cohibida. Con mucho niño que salta y corretea. Los bancos llenos de parejas veteranas con la chaquetilla al hombro. Disfrutones que se arrancan («suavecito para abajo, para abajo, para abajo») con los primeros bailes. Colegas con el cachi por estrenar. Peñas, como El Maragato, que convierten la música en combustible para aguantar toda la noche. «Hasta el final, que es cuando dan caña», dicen los 14 integrantes (Jesu y Macu, Transi y Fermín, Rober y Ana, Atilano y Carmen, Inma y Antonio, Ascen y Fátima, Crisan y Emi) de esta cuadrilla, de camiseta verde, que acaba cumplir 40 años.
Muchos de los asistentes a la verbena vienen con el cuerpo alicatado de pegatinas, enmoquetada la sudadera de adhesivos fosforitos. La culpa es de los 22 chavales de El Picadero, peña juvenil (tienen entre 18 y 20 años) que ha repartido entre los vecinos dos mil pegatinas con frases que lanzan guiños a la localidad (»Siete Iglesias, tierra de arrope y cangrejos») y las fiestas («¿Borracho yo? Si eres tú el que estás borroso»).
Noticia Patrocinada
Junto a ellos («con la mano arriba, cintura sola») Mari Paz Valle y Roberto García celebran con bailes sus bodas de oro. «Nos conocimos en un guateque y cumplimos los 50 años bailando juntos. Somos bailones, no lo podemos evitar», asegura Mari Paz, originaria de Sestao y veraneante en Siete Iglesias. Hay muchos vecinos que en su día emigraron al País Vasco y vuelven al pueblo con el calor. Como Lauri Valencia, 85 años, que vive el resto del año en San Sebastián y baila ahora, en su pueblo natal, 'Devórame otra vez' abrazada a su hija Henar. «Donde hay verbena, hay alegría», dice Lauri, con un montón de adolescentes alrededor. La verbena es pegamento social, argamasa para un pueblo que, ahora en verano, llega a tener más de 1.200 residentes y rejuvenece su población.
«Aquí solo seis vivimos aquí el resto del año», dicen Irenka, Irene, Sofía, Santiago, Gonzalo y Diego, los adolescentes de Siete Iglesias. Ahora, en fiestas, llegan refuerzos (de Madrid, Valladolid, Bilbao, «pon Fuentelapeña también») para enfundarse la camiseta rosa La Revolución. O la de La Gotera. O la de El Pilón. Peñas jóvenes que vacían de tractores las cocheras y corrales para llenarlas de sofás viejos, calimocho y besos furtivos.
Publicidad
Cuando parece que la cosa desfallece, que los culos piden silla, las piernas tiempo muerto, las gargantas pausa de hidratación, la Génesis ataca con un arma infalible. «The room, the room, the room is on fire». Suena una de esas canciones que nadie en su sano juicio escucharía por gusto en su casa, pero que todo el mundo baila en la calle cuando empieza a sonar. «Follow the leader, leader, leader, follow the leader, sígame». Y entonces, la plaza entera sigue las instrucciones que dicta la orquesta («un paso izquierda, un paso derecha») en una estampa gozosa en la que un puñado de gente (de diferentes edades, gustos, problemas y aspiraciones) comparte por unos minutos, como si la vida les fuera en ello (porque acaso la vida les va en ello), el embrujo de una canción, el conjuro de un estribillo, el poder hechizante de una noche de verbena como esta que está a punto de terminar.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión