Los tres pueblos de Valladolid que nacieron desde cero con el esfuerzo de sus vecinos
Dos libros de reciente publicación y varias investigaciones universitarias exploran la historia de los núcleos nacidos en torno a los planes de colonización agraria
«Fue un movimiento migratorio rural único en España durante el siglo XX», dicen Marta Armingol y Laureano Debat en 'Historia de los pueblos sin historia' (editorial La Caja Books).
Fue «un ejercicio político relativamente costoso, parcial, muy limitado e injusto, al servicio de la mayor gloria del dictador», defiende Antonio Cazorla Sánchez en 'Los pueblos de Franco' (Galaxia Gutenberg).
Fue «parte de un gran plan desarrollado por el Régimen para la exaltación del medio rural, entendidos como 'silos' de abastecimiento nacional, como 'carteles' propagandísticos y como 'celdas' procuradoras de la paz necesaria para el nuevo Estado», apunta Antonio Álvaro Tordesillas, doctor arquitecto por la Universidad de Valladolid y autor de la tesis 'Pueblos de colonización en la cuenca del Duero'.
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Y fue el impulso también por el que se crearon, desde la nada, tres pueblos pedáneos en Valladolid: San Bernardo, La Santa Espina y Foncastín.
Las librerías lucen estos días en sus estanterías dos ensayos que abordan la historia y origen de los pueblos de colonización, justo cuando uno de estos núcleos vallisoletanos celebra los 80 años de su fundación y cuando los otros dos están a punto de cumplir 70. Son tres de los 276 pueblos (otros seis se ampliaron y hubo 16 enclaves diseminados) impulsados por el Instituto Nacional de Colonización, un organismo creado por decreto el 18 de octubre de 1939 (activo hasta 1971) y cuyo objetivo era, por un lado, convertir en regadío tierras de secano o improductivas, y por otro, buscar el reacomodo a familias cuyos pueblos quedaron anegados por la construcción de pantanos.
En total, esta macroperación («para poblar las zonas rurales vacías y hacer de sus tierras yermas campos productivos», explican Armingol y Debat), asentó a 47.820 colonos y 7.781 obreros agrícolas. Se construyeron 28.210 viviendas para colonos y 1.609 para otros profesionales. También 223 iglesias, 671 escuelas, 357 centros sociales… Los datos proceden de 'Pueblos de colonización en la provincia de Valladolid', un trabajo universitario de Luis Silva Velasco en el que se presta especial atención al caso de San Bernardo.
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'Los pueblos de Franco' Antonio Cazorla Sánchez
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Galaxia Gutenberg 264 páginas. 21 euros.
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'Colonización' Marta Armingol y Laureano Debat
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La Caja Books 288 páginas. 22,50 euros.
Aunque hubo tentativas anteriores (un primer proyecto de noviembre de 1953), el diseño definitivo de esta pedanía de Valbuena de Duero es de febrero de 1955, con la firma del arquitecto Jesús Ayuso Tejerizo, que diseñó una malla de viviendas para acoger a 45 familias que habían sido desalojadas de Santa María de Poyos y Pálmaces de Jadraque, dos localidades que iban a ser inundadas por los embalses de Buendía y Pálmaces. El proyecto contemplaba la construcción de 84 viviendas, así que el resto fueron ocupadas por 29 colonos de Valbuena de Duero y diez del propio San Bernardo, trabajadores de la antigua explotación de Pardo-Coello, los propietarios de la finca (de 1.037 hectáreas) que ocupaba esos terrenos.
Antonio Cazorla Sánchez, catedrático de Historia de la Universidad de Trent (en Ontario, Canadá), recoge en su libro 'Los pueblos de Franco' el testimonio de Pedro Sola Arranz, vecino de Valbuena de Duero que en mayo de 1954 (como consignó la hemeroteca de El Norte de Castilla) ganó el concurso provincial de azada. Dos años y medio después, en octubre de 1956, lo entrevistaba el Instituto Nacional de Colonización y esas palabras alimentan el ensayo de Cazorla. «Antiguo pastor y obrero agrícola 'en tres fincas diferentes, a satisfacción completa de los tres patronos'», Sola decía no aspirar más que «a mejorar la situación de mis hijas y que tengan mejor posición que su padre». El historiador, en su libro, define estas palabras como «lógicas y sabias de una generación y una clase social que sufrió mucho y se caracterizó por su enorme sacrificio y generosidad hacia sus hijos». Pero, al mismo tiempo, recuerda que en la entrevista se incluían loas al Instituto «por las facilidades que nos da».
En realidad, esas facilidades no eran tan generosas. Lo recordaban la semana pasada los vecinos de Foncastín en el reportaje de Laura Negro publicado en El Norte de Castilla. «Les prometieron casas y tierras, pero cuando llegaron aquí no había nada. Solo unas viviendas a medio hacer», contaban los descendientes de los pioneros.
Eso mismo aparece recogido también en el libro 'Los pueblos de Franco', que cuenta cómo fue la salida desde el municipio leonés de Oliegos. Aquel era un pueblo inusual. «No era solo que no hubiera analfabetos, sino que muchos hablaban inglés y francés como resultado de la emigración a Estados Unidos y Francia desde comienzos del siglo». La mayoría regresó a un pueblo que luego, por la construcción del pantano, tuvo que abandonar. En un primer momento, se barajó su destino en Huesca. Finalmente, se eligió Foncastín. «Los metieron en un tren: dos vagones de pasajeros, treinta de carga cerrada y una plataforma grande para carros». Cuando las 38 familias llegaron a su nuevo destino, se encontraron con el pueblo sin hacer. «Tardaron seis años en terminales sus casas», recuerda el catedrático de historia en Canadá.
«Recién llegados [desde Oliegos] se encontraron con que el pueblo nuevo prometido no existía y tuvieron que refugiarse en los corrales de la finca», cuenta Cazorla Sánchez, quien en su libro explica que los de Foncastín no fueron los únicos colonos a los que les pasó esto. «La indemnización (unos 3,9 millones de pesetas, incluyendo el valor de los montes comunales) apenas bastó para la mudanza. Durante los veinte años que siguieron a la colonización, los 'olegarios' pagaron al INC las deudas por su desalojo involuntario y tan estupenda acogida».
Porque, como concluye el autor de 'Los pueblos de Franco', la historia de la colonización agraria en España es doble. Por un lado, la del régimen y sus terratenientes. Por otro, la de los colonos. «La colonización, tal como fue concebida, sirvió para financiar, a costa de enormes transferencias de capital público, a los grandes terratenientes que vendieron al INC sus tierras o, especialmente, a los que se vieron afectados por peculiares expropiaciones», con precios «manipulados o revalorizados». Y mientras, «los supuestos beneficiarios principales de la propaganda fascista, los colonos, pagaron con intereses durante décadas todo lo que recibieron, ahorrando mediante unos sacrificios que hoy nos parecerían insoportables. A ellos no les regalaron nada: lo pagaron mucho con sus vidas y muy caro con su dinero», concluye Cazorla.
Historias de pioneros
El libro 'Colonización. Historias de los pueblos sin historia', reúne varios testimonios de esas personas que llegaron a vivir a estos nuevos núcleos de población. Relatos de primeros colonos… y también de las colonas, y del importante papel que jugaron las mujeres en la creación de estos pueblos y en el tejido de redes sociales. «Eran familias enteras que se marchaban de núcleos rurales donde los jornaleros no tenían posibilidad alguna de ser propietarios o que abandonaban municipios inundados para construir pantanos», explican. También abordan la memoria de los lugares de los que procedían. O de cómo se crean en un nuevo emplazamiento las señas de identidad.
Y recuerdan que los trazados urbanísticos de estas nuevas localidades respondían a un mismo patrón: «Una calle principal que sirve de eje urbano, las casas idénticas con ambientes amplios y un gran corral, y la plaza, concebida para el desarrollo de la vida en común, donde se sitúan el ayuntamiento y los locales comerciales. Y la iglesia como el edificio de mayor tamaño, con su torre», escriben Laureano Debat y Marta Armingol. «Los pueblos de colonización son hermosos de arquitectura y urbanismo», defiende Cazorla Sánchez. «Todos los proyectos del INC partían de los mismos cánones y preceptos. Sus arquitectos se solían guiar, en el proceso proyectual, por ideas y soluciones análogas, que adaptan a las necesidades particulares de cada lugar», indica Antonio Álvaro Tordesillas.
En La Santa Espina, por ejemplo, tuvieron que adaptarse a las peculiaridades del terreno, con pendientes que condicionan la trama urbana. Las obras del pueblo comenzaron hace ahora 70 años, en 1955, cuando el Instituto Nacional de Colonización compró los terrenos (3.434 hectáreas) a los herederos de Susana Montes y Bayón. El impulsor del proyecto fue Rafael Cavestany y Anduaga, ministro de Agricultura en aquel momento, y el arquitecto que diseñó el pueblo fue, precisamente, su sobrino, Fernando Cavestany Pardo-Valcarce. Hasta allí llegaron veinte colonos y treinta obreros, que procedían de los pueblos de alrededor (Castromonte, Torrelobatón, Torrecilla de la Torre y San Pelayo).
Luis Silva, en 'Pueblos de colonización en la provincia de Valladolid', recuerda los requisitos que, según la circular interna 73 del INC, debían cumplir los colonos. Saber leer y escribir. Ser mayor de 23 años, menor de 50 o licenciado en el Ejército. Estar casado, viudo con hijos o soltero con pareja estable y comprometido. Agricultor. No poseer taras fisiológicas hereditarias o defectos físicos. Y mostrar una moralidad y conducta aceptables. «Una vez asentado, el colono estaba obligado a amortizar el valor de la tierra y de su vivienda en un periodo máximo de 40 años», explica Silva, quien en su trabajo desvela que su abuelo fue uno de los obreros que intervino en la construcción de San Bernardo y su bisabuelo y su familia, una de las 84 familias que se asentaron inicialmente allí.
Estos tres pueblos de Valladolid forman parte de los veinte de Castilla y León. «En total, en la cuenca hidorgráfica del duero se levantaron 1.227 viviendas. La tipología más habitual fue la de dos plantas (746) y tres dormitorios (830) y en menor medida de cuatro (214). Las viviendas de los colonos rondaban los 95 metros cuadrados. Las de los obreros, los 45», resume el arquitecto Antonio Álvaro Tordesillas en su investigación, donde se recuerda esos tres pueblos vallisoletanos que nacieron bajo el paraguas de la colonización.
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