Valladolid
Los primeros colonos del 56 de La Santa Espina: «Nos tocó la lotería»Cipriano Rodríguez y Pilar Duque vieron nacer el pueblo, llegaron cuando aún no había nadie y casi setenta años después mantienen la «misma ilusión que el primer día»
Lucía San José
Valladolid
Lunes, 18 de agosto 2025, 07:17
Bajo la sombra de los Montes Torozos y sobre la tierra labrada de quienes eligieron empezar una nueva vida en un pueblo de colonización, se construyó La Santa Espina a mediados del siglo XX. Cipriano Rodríguez y Pilar Duque, él de Castromonte y ella de La Mudarra, fueron la pareja más joven y los primeros en entrar a estas viviendas creadas por el Instituto Nacional de Colonización en la posguerra española, con el objetivo de trabajar sus 27 hectáreas asignadas y criar a su hija. Casi setenta años después, afirman que su sitio «siempre ha estado aquí, aunque haya cambiado todo», porque ya ha desaparecido la panadería de Julián, la tienda de Silvina o el bar de Nicolasa.
El día de San Pedro, 29 de junio de 1956, Cipriano y Pilar entraron por primera vez a su hogar de La Santa Espina. «Nos dio Hipólita la llave y abrimos. Al entrar y verlo todo, qué bien», recuerda la pobladora antes de explicar la impresión al conocer su nueva vivienda: «Fue como si nos hubiese tocado la lotería, porque las de Castromonte eran pequeñas y viejas».
Las casas estaban diseñadas de forma sencilla: entrada, salón, cocina, una habitación en la planta baja y dos más pequeñas arriba, y un patio exterior. Hoy, «sigue todo exactamente igual que como nos la dieron, solo hemos hecho este pasillo», señala Duque, orgullosa de mantener la estructura original.
El pueblo comenzó a construirse en 1955 y dos años después se ocuparon todas las viviendas. La elección de las casas fue cuestión de suerte, «un hermano de un lado, otro del otro y nosotros caímos en el medio», porque a ellos les ubicaron entre dos parejas de la misma familia, «Isidro y Máximo», apunta el colono. Como dictaba el protocolo, el 29 de octubre de 1959 Francisco Franco hizo la entrega oficial del pueblo. A lo largo de los treinta primeros años, se mantuvo «como un barrio más de Castromonte», asegura, hasta que en 1980 se le reconoció como Entidad Local Menor.
«Nos casamos y nos fuimos a vivir a Castromonte», explica la vecina, ya que el matrimonio era uno de los requisitos para poder conseguir la casa. Fue desde allí donde comenzaron a desplazarse para labrar las tierras que se les habían asignado, incluso antes de tener casa.
25 hectáreas de secano y 2, de regadío
El reparto de las parcelas formaba parte del Plan de Colonización del Instituto Nacional de Colonización, que transformó la economía rural en distintas zonas de España. En La Santa Espina, los veinte colonos recibieron 25 hectáreas de secano y 2 de regadío. También llegaron treinta obreros a los que se les asignó 0,30 hectáreas de huerto y una casa más pequeña.
«Trigo, cereal, remolacha, alfalfa…», enumera el labrador, que recuerda la dureza de utilizar los aperos de los años 50. «Al principio todo se hacía con mulas, no había maquinaria» y, en su caso, las técnicas agrícolas ya las traían aprendidas por sus padres, que desde los doce años ya le llevaban a trabajar al campo.
«No se puede comparar a ahora. Trabajábamos mucho y no cogíamos nada»
Cipriano Rodríguez
Primer colono de La Santa Espina
Las jornadas de trabajo eran «interminables». En verano, se empezaba a trabajar antes de que saliera el sol, se trillaba al mediodía, cuando más calor hacía, y se recogía la paja antes de que se hiciera de noche. «Sudar y no hacer nada», afirma Cipriano Rodríguez con ironía. Dormir era un lujo raro, porque «durante la campaña de verano como mucho alguna siesta, porque estábamos todo el día trabajando». El colono asegura que «no se puede comparar a ahora. Trabajábamos mucho y no cogíamos nada». La pareja llevó su experiencia, sus animales y sus costumbres a La Santa Espina para asentarse durante ya casi 70 años «con la misma ilusión que el primer día».
Pese a venir de pueblos distintos, principalmente de Castromonte, Torrelobatón y San Pelayo, la comunidad que se formó entre colonos fue inmediata. Las mujeres se reunían por las tardes a coser y escuchar la radio. «Sacábamos cada una su silla y nos daba mucho de sí el día. Yo hice tres colchas, una para cada uno de mi hijos», se enorgullece Pilar Duque. Las tertulias en la puerta, las labores compartidas y la telenovela de turno eran el centro social del momento.
Después de veinte años, los habitantes se podían hacer con la propiedad. «Estuvimos de arrendamiento hasta que ya pudimos comprarla», explica Rafael Rodríguez, hijo de la pareja, quien recibe este nombre por nacer en el día del patrón del pueblo, ya que antes de tener el nombre actual se llamaba San Rafael de La Santa Espina. Esa misma fecha «fue la única que hubo toros aquí», afirma el hijo. Una casualidad «que nunca pensamos que pasaría, anda que no hay días», sonríe la colona.
En 1955, cuando comenzaron las obras de creación, durante los primeros meses el pueblo estuvo vacío y «todas las casas estaban cerradas», asegura Duque. De hecho, «solo estábamos una familia más y nosotros. Cuando queríamos conversación nos juntábamos». El proceso de población de todas las viviendas «fue poco a poco», asegura.
Al principio, los vendedores ambulantes se encargaban de llevar la comida, «uno de Barruelo y otro de Urueña que traía víveres para toda la semana», explica la pobladora. «No había nada de fruta. Venía un hombre desde San Cebrián y nos dejaba una caja y duraba una semana», hasta que aparecieron los primeros negocios: la tienda de Silvana, el bar de Nicolasa, la panadería de Julián y después la de Asunción. La red de abastecimiento creció a la vez que la población.
El trazado urbano de este pueblo creado durante la dictadura mostraba sus huellas del franquismo. «La calle de arriba se llamaba José Antonio y la de abajo, paseo Generalísimo», recuerda el vecino. También se daban clases a la Sección Femenina y, al principio, solo los varones podían acceder a la educación que se impartía en el Monasterio. «Aquí en el pueblo nos separaban por edades, párvulos y mayores», apunta Rafael Rodríguez, el segundo hijo de la pareja.
«Nos pusieron unas tablas de madera para cruzar el río»
Pilar Duque
Primera colona de La Santa Espina
«Los primeros años no había agua corriente. Íbamos al río con cántaros», rememora la colona, cuando el Bajoz tenía «mucho agua» en su paso por el pueblo. Tardaron cerca de diez años en tener suministro en casa, para lavar colocaban piedras debajo del puente y para cruzarlo «nos pusieron unas tablas de madera». Por otro lado, la leche, al principio, la daban en la escuela: «Nos lo dijo Don Eugenio, que fuéramos a por ella al monasterio».
Escuela de Agricultura más antigua de España
La Escuela de Capacitación Agraria de La Santa Espina, iniciativa de la marquesa de Valderas para dar asilo a los pobres, es la más antigua de España. «Al principio había muchísimos alumnos, más de 100», afirma el colono. Ahora, es un centro público de la Junta de Castilla y León, donde imparten ciclos formativos y programas de cualificación profesional.
Con el paso de los años, la maquinaria cambió por completo el ritmo de vida. «Ahora se cosechan 30 hectáreas en un día. Antes había una trilladora por pueblo, si acaso», afirma el hijo. Los avances tecnológicos llegaron tarde pero arrasaron rápido. La Santa Espina, como otros pueblos, pasó de depender de las mulas a tener cosechadoras, tractores y sistemas de riego en apenas unas décadas.
Ahora, muchas casas están cerradas o se usan para veranear. La agricultura dejó de ser el motor del pueblo y con ella se fue parte de su juventud. Aun así, La Santa Espina sigue en pie, con menos gente, pero con más historia.
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