Obituario
Adiós al exjefe superior de Policía en Asturias que nació en UrueñaGregorio Marbán falleció el pasado fin de semana a los 89 años con una importante trayectoria profesional que dejó una profunda huella en todos sus destinos
La historia de la Policía Nacional, en especial la de Valladolid, Navarra y Asturias, guarda un lugar especial para Gregorio Marbán Corral, que fallecía este ... fin de semana a los 89 años con una importante trayectoria profesional que dejó una profunda huella en todos sus destinos.
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Los azares de la vida quisieron que Gregorio Marbán naciera en Urueña, donde su padre, Luciano Marbán, se había trasladado para ocupar la plaza de maestro, recién casado con María Corral, naturales de Castromembibre. En la villa amurallada, Goyo, como siempre fue conocido, pasó su infancia, junto a sus hermanos, Eulalia, Raimundo y María, bajando a la ermita de la Anunciada, antes de que la familia Marbán Corral se trasladara a Medina de Rioseco, donde su padre iba a ocupar la plaza de maestro en las escuelas. En la Ciudad de los Almirantes, Goyo estudió en el colegio San Buenaventura, siendo compañero de Carlos Amigo, el que sería arzobispo de Sevilla y cardenal. Todavía hay riosecanos que recuerdan, como el que fuera teniente alcalde del Ayuntamiento de Medina de Rioseco Ignacio San José, que les dio clase en la escuela cuando faltaba su padre.
En la siguiente etapa de su vida, Goyo entrará en la Universidad de Valladolid para cursar la carrera de Derecho e iniciarse como procurador, no tardando en acceder a la Policía Nacional por la rama de inspectores, gracias a la Ley de Compatibilidad, donde tendrá una importante trayectoria profesional, llegando a ser jefe superior de Policía en Asturias, de 1982 a 1988, donde le tocó, como una de las situaciones más complicadas, lidiar con el conflicto de los astilleros y las fuertes protestas que tantas veces derivaron en enfrentamientos entre los trabajadores y la Policía Nacional.
Tras su etapa en Asturias, regresó a Valladolid para ejercer como secretario en el cuerpo hasta su jubilación. En la memoria quedan sus años en Navarra viviendo los duros tiempos de la banda terrorista ETA o en Valladolid para intervenir en importante casos de resonancia nacional, aunque sin olvidar su participación en la investigación del robo de la Virgen de Castilviejo, la patrona de Medina de Rioseco, en 1974.
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En el aspecto más personal, junto a su esposa, Mercedes Calzón, formó una larga familia con un total de ocho hijos, Mercedes, Ana, Goyo, Luciano, Belén, Pepa, Beatriz y Nacho, con la singularidad de que entre la mayor y el pequeño solo hay 9 años y 11 meses de diferencia. De la etapa de la familia en Oviedo, ha quedado el que algunos de sus hijos sigan viviendo en Asturias. También el recuerdo de cuando su esposa logró poner en fuga a individuo al tratar de quitarle un collar de oro por el procedimiento del tirón. Su hijo Goyo, que trabaja en Oviedo como investigador en el CSIC, le recordó con emoción expresando que «mi padre no era un superhéroe, ni una persona libre de defectos. Era, como muchos padres de su época, autoritario y algo irascible cuando la montaña de responsabilidad se hacía notar sobre sus hombros». Aunque también le recordó como un hombre liberal, con ideas progresista, quiso destacar que «si había algo que emergía en su carácter de entre el resto de virtudes y defectos era su alegría. Una alegría trufada de guiños sarcásticos que, en mayor o menor medida, hemos heredado todos sus hijos». En este sentido, quiso traer al presente que, en el periodo en que pasó en Inglaterra, su padre le envió una carta mostrándole su tristeza porque acababan de comunicarle que su etapa en Oviedo había terminado, mostrándose nervioso porque aún desconocía su nuevo destino, que «por fortuna terminó siendo Valladolid». En aquella carta, para despedirse su padre, le escribió lo siguiente: «Pero todo pasará y donde quiera que vayamos, volveremos a reir». Por eso, ahora que ha fallecido, con mucho cariño, el tercero de sus hijos expresó que «así es como le recuerdo, no con las sombras de sus defectos ni los brillos de su personalidad; le recuerdo riéndose, con sus ojos claros contagiando esa risa a quien tuviese la suerte de escucharla. Y por eso sé que, cuando pase el dolor, tanto mi madre como todas sus hijas e hijos, volveremos a reír. Bendita herencia».
Goyo Marban fue durante años presidente de festejos de la plaza de toros de Valladolid, en una faceta de la que su hijo recordó, como anécdota, cuando en una entrevista le dijeron que si tenía algo que decir a su fama de ser demasiado generoso concediendo orejas, a lo que «mi padre, con la socarronería que le caracterizaba, contestó: prefiero conceder orejas de más, a que me tiren una pedrada».
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Con su fallecimiento, familiares y amigos han recordado a Goyo con cariño como un hombre a una sonrisa pegada, muy cordial, prudente y cercano, con todas las virtudes de una buena persona, «siempre con un singular y elegante aire de distinción que le hacía ser tan especial». En la memoria queda su gran afición al billar, que le hizo participar en el Campeonato Nacional de Liga Primera División, siendo normal verle en los billares que hubo junto a la Catedral de Valladolid.
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