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Juan Ortega posa en Toros de Brazuelas, en el término de Alcazarén. César Mata

Toros

Juan Ortega: «En Valladolid saqué mi lado más salvaje, a ese Juan sin límite»

El torero sevillano, que alterna este sábado el coso del paseo de Zorrilla con Morante y Emilio de Justo, reivindica su toreo de pellizo y su amor propio para perseguir «por orgullo y amor propio» el trono de la tauromaquia

Jueves, 15 de mayo 2025, 19:13

Hace unos minutos que el tentadero en Toros de Brazuelas ha concluido. Juan Ortega, el matador de toros sevillano que este sábado actúa en el ... coso vallisoletano (alterna con Morante de la Puebla y Emilio de Justo, antes reses de Núñez del Cuvillo), dentro de la feria de San Pedro Regalado, ha sido el encargado de someter a tres vacas del hierro cuya propiedad ostenta Jesús Pérez a la ineludible prueba empírica de bravura. Tanto el diestro como el ganadero se muestran satisfechos. Dos, dicen, extraordinarias, y la tercera interesante en su juego ante la muleta. Ortega, ya vestido de paisano, sugiere que la entrevista se le haga en una pequeña estancia, cercana a la plaza de tientas. Donde se cambian los toreros para protagonizar las faenas de selección que toda vacada necesita. Un lugar sosegado, ligero de mobiliario, de luz tenue. Acogedor. Solo le falta, pienso, una chimenea. Aunque entonces la tentación de quedarse allí sería irreprimible.

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En su órbita de torero de los denominados artistas, siempre cabe preguntarse si es mejor ajustarse a los cánones técnicos o dejarse arrastrar por la pasión de lo emocional: «Es necesario que haya una técnica, que haya oficio, hay que ir haciendo al toro, porque el toro tiene que romper, y luego, después, pues hay que dejar a un lado lo más racional y dejarse llevar, porque esa es la línea que hace que no tengas techo», contesta Ortega. La respuesta hace un alto en el camino. Pero remata: «Buscar la perfección técnica puede ser agotador, creo que agota mucho psicológicamente, mejor la búsqueda de lo salvaje…». Por su mirada y el gesto con las manos parece que quedan palabras sin decir. Quizá sea un sentimiento inexplicable.

Usted tiene formación universitaria, es ingeniero agrónomo, ¿aplica algún conocimiento de su formación académica a su profesión en los ruedos? «En lo que es propiamente el toreo no, pero sí que entiendo que mi paso por la universidad fue una etapa que tenía que vivir, porque tener formación y cultura es bueno para todo en la vida». Entre pregunta y pregunta se cuela el leve eco de un reburdeo lejano. A poca distancia, en sus cercados, erales, utreros y toros pacen en los predios de El Refugio, la finca de Toros de Brazuelas en el término municipal de Alcazarén.

«La recordaré toda la vida, ha sido una de las tardes más rotundas de mi trayectoria como matador de toros, además de principio a fin», comenta Juan Ortega cuando se le pregunta por su paso por Valladolid en la feria de septiembre de 2024, cuya tarea fue premiada con el galardón a la mejor faena de los trofeos San Pedro Regalado. Fue ante el toro Belicoso, de Núñez del Cuvillo, el 9 de septiembre. Continúa su respuesta el torero, con el gesto más vivo y la mirada encendida: «Es que esa tarde… esa tarde saqué ese toreo salvaje que persigo, ese Juan salvaje que no tiene límite». Y, también, con las manos construye en el aire un laberinto del minotauro donde, quizá, aloja ese lado imprevisible y telúrico de su toreo. Más desmelenado, desde luego, que la imagen de impecable formalidad que desprende en otras distancias.

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Esa búsqueda de sus registros indómitos tiene un lugar cierto para su conjuro. Lo explica Ortega: «Busco la sensación de la belleza, pero de la auténtica, de la que no está impostada, de allí donde no hay nada artificial, nada preparado, del campo, de la naturaleza». Ahora su mirada divaga; no busca ningún objeto… Busca, y encuentra, al fin, cómo explicar lo que siente, pasar a palabras la vertiente más espiritual de su oficio en los ruedos: «Es que lo que me gustaría, lo que de verdad me gustaría es que se me viera, que yo transmitiera como torero lo mismo que siento al ver un paisaje bello, bello y profundo». Quizá, pienso, por eso un poco antes me ha comentado que lo de la inteligencia artificial le queda un poco lejos.

«Lo que de verdad me gustaría es que yo transmitiera como torero lo mismo que siento al ver un paisaje bello, bello y profundo»

Así como que no quiere la cosa saco a colación que he leído días atrás unas declaraciones de Morante en las que indicada que el trono del toreo sevillano es suyo, y que la pasada Feria de Abril lo confirmó. En una corrida en la que también estaba Juan Ortega. ¿Algo que declarar?, le pregunto, como si hubiera una invisible aduana jerárquica: «Todos los toreros somos egoístas, tenemos amor propio y ese celo por sobresalir por encima de los demás y no compartir un triunfo en tu casa, que la sientas como propia, tuya. Y yo, claro, pues también quiero ser el mejor, estar por encima, más allá de cortar una oreja, que es algo que puede pasar a un segundo plano». Entendido. Que en Valladolid va a intentar darle un repaso al de La Puebla. Una competencia, y competitividad, que le viene muy bien a la tauromaquia.

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Antes de terminar la entrevista y dar un pequeño paseo junto a los cercados en los que los astados de Toros de Brazuelas muestran hechuras proporcionadas y un pelo lustroso, le pregunto por su opinión sobre los conceptos de duende, ángel y similares, aplicados a los toreros artistas: «Sí, están bien, me gustan, aunque también está el del pellizco, pero claro, no se debe abusar de algunas palabras como excusa para no buscar la verdad, lo profundo». Y entonces le sugiero que lo de pinturero no está lejos de esos modos llamativos, y superficiales, de hacer las cosas con el toro. Y asiente.

Este sábado, en el coso del paseo de Zorrilla, se intuye una pugna sin más leyes que el temple y la verdad. Un duelo impío de pellizco y sensaciones sin impostar. Juan Ortega está dispuesto a imponerse a sus compañeros de terna. No dudará en invocar su lado más salvaje, más indómito. Guste o no guste. Acreditado está que no se casa con nadie.

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