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Valladolid
La clase de Diego Ortega y la raza de Guillermo Herrero entusiasman a los tendidosAmbos diestros vallisoletanos cortaron a una oreja en una novillada de gran juego del hierro de El Collado celebrada ante casi 8.000 espectadores
Malas noticias para los antitaurinos. La juventud está por los toros. Y en la novillada, clase práctica de alumnos de escuelas taurinas, celebrada en el ... coso vallisoletano con motivo de San Pedro Regalado, se mostró de modo fehaciente. Inapelable. Diestros noveles en el ruedo y chavalería a miles en los tendidos. Ambiente efervescente y jovial para contemplar los primeros pasos de seis chavales que buscan la gloria de los ruedos. Difícil que la encuentren, pero el camino, marcado por las escuelas taurinas de Salamanca, Palencia y Segovia, será, es ya, sin duda fructífero. Disciplina, respeto y esfuerzo para luchar por un ideal. Móviles fuera, concentración dentro.
Los datos de la tarde
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Plaza: Valladolid, 13 de mayo. Novillada sin picadores (clase práctica de las escuelas taurinas de Salamanca, Palencia y Segovia).
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Alumnos: Eduardo Rodríguez (Estocada contraria, oreja); Noel García (dos pinchazos, vuelta al ruedo); Jorge Oliva (Media estocada, aviso, oreja); Guillermo Herrero (pinchazo y estocada baja, oreja); Diego Ortega (pinchazo hondo, oreja); y Jaime Hermosa (pinchazos, aplausos).
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Ganadería: Erales de El Collado. Encastados, con movilidad, nobles y con fijeza. Destacaron el segundo y el quinto. Aplaudidos al arrastre.
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Entrada: Algo más de dos tercios del aforo.
Se daban cita en el ruedo tres escuelas con estilos diferentes, con seis diestros de distinta trayectoria. Unos un poco más curtidos, otros con menos experiencia. Todos con una ilusión y un arrojo desbordantes. Desde el oficio de Noel García, quizá el más preparado de todos, hasta la debilidad argumental de un bisoño, aunque corajudo, Jaime Hermosa, en todos se atisbaba una afición impetuosa, a veces enfocada con más serenidad ante los erales de El Collado, en otras con cierta precipitación. Inevitable, pues todos lucían la L de toreos en prácticas.
Además, el excelente encierro de El Collado, de extraordinaria movilidad y encastado en diversas versiones, exigía dominar la embestida con un código aún por descubrir por los chavales. Torear por abajo para someter las embestidas, prontas y nobles de los erales de Fernando Sánchez Arjona, no era cosa fácil para ellos. Exige técnica y decisión en estado de sazón. Aún es pronto, aunque ya se atisban cualidades en los alumnos que ayer hicieron un paseíllo ante una multitud que, ya por sí misma, hubiera atenazado al más lanzado. Si bien la mayoría de los astados fueron aplaudidos en el arrastre, el segundo, Osado, de pelo castaño y bociclaro, mereció una póstuma vuelta al ruedo.
Cuatro fueron las orejas que se cortaron durante la tarde: Eduardo Rodríguez, de la escuela de Palencia, Jorge Oliva, de la de Segovia, Guillermo Herrero, también de Palencia, y Diego Ortega, de la de Salamanca, fueron los acreedores de los apéndices, aunque en este tipo de festejos los trofeos deben pasar a un segundo plano. Sin caer en juicios categóricos y definitivos, en cada faena se puede atisbar, de modo indiciario, que continuará una progresión en los ruedos y quien en ningún caso debe abandonar los estudios, aunque esto último no debe hacerse en ningún caso. Atrás ha de quedar aquello de que algunos toreros, tras retirarse, volvían a los ruedos porque, confesaban, era lo único que sabían hacer.
Pese a no tocar pelo –es lo de menos– cabe destacar la incipiente madurez de Noel García, un chaval que manejó con solvencia el capote y la muleta, con inteligente y honesta colocación ante la cara de su oponente, un encastado, noble y repetidor eral de El Collado. Ofreció la distancia oportuna para provocar los embroques y ejecutó tandas por ambos pitones de factura limpia y ligada. También toreo, templado, de hinojos. Una faena, que brindó al empresario y apoderado taurino Carlos Zúñiga –padre– y que abrochó con unos ayudados genuflexos y un desplante con mucho sabor. Pinchó por duplicado, y dio una clamorosa vuelta el ruedo, tras presenciar el arrastre ovacionado de su oponente.
Si Noel García permitió intuir un oficio que promete retos mayores, el vallisoletano Diego Ortega sorprendió por la serenidad y elegancia con la que construyó la lidia de su bravo y fijo eral, en una faena de equilibrada y templada arquitectura. Labor que brindó a su hermano Pablo. Tras lancear garboso a su oponente con el percal, afrontó el inicio de su trasteo con la muleta de modo genuflexo, con cadencia. Toreo de clase ante un novillo enclasado de El Collado. Ritmo unísono de muletazo y embestida. Encajado el chaval, al natural, deslizó con transparencia el trazo textil que seguía, fijo y codicioso, Glorioso. Un pinchazo hondo fue suficiente para que el animal doblara las manos y los tendidos se poblaran de pañuelos. Una oreja de mérito para una faena de mérito.
Comenzó dubitativo el también pucelano Guillermo Herrero, que milita en la escuela palentina. Poco a poco se fue asentando, y con arrojo y decisión logró dominar a su oponente, tanto con derechazos de buen trazo como al natural, en una faena que había iniciado con un valeroso recibimiento a portagayola a su oponente. Voluntad a raudales y decisión firme, antes de entrar dos veces a matar. Un trofeo que premió una disposición encomiable.
Tanto Eduardo Rodríguez, ante el primero, como Jorge Oliva, ante el tercero, cosecharon una oreja, en gran parte debido a su lucimiento en el tercio de banderillas. Sus novillos, encastados y con movilidad, favorecieron su quehacer con los rehiletes, aunque dificultaron el hacerse con las embestidas con la muleta. Faenas, ambas, vibrantes e intensas.
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