Polémica por el derribo del Arco de Santiago
La demolición de esta histórica edificación, que en 1626 sustituyó a la Puerta del Campo, suscitó acaloradas discusiones con eco en la prensa
Como, en palabras de Narciso Alonso-Cortés, se trataba del arco «más vallisoletano» de todos, su demolición en 1864 suscitó enconadas discusiones que tuvieron puntual ... reflejo en la prensa de la época. Estamos hablando del célebre Arco de Santiago, cuya historia trazó en este periódico Sonia Quintana pues era, en cierto modo, el heredero de la no menos emblemática Puerta del Campo. De hecho, había sido edificado por Francisco de Praves en 1626 en sustitución de aquella, por lo que su ubicación concreta en la actual calle de Santiago se encontraba entre las antiguas vías de Alfareros (hoy Claudio Moyano) y Boariza (María de Molina). De estilo greco-romano, se decía de él que carecía de mérito artístico y que únicamente presentaba «esbeltez y buen gusto en el decorado», pero que era muy estimado por los vallisoletanos.
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Su nota más característica era la hornacina rectangular que lo coronaba, con la efigie de San Miguel Arcángel (que era entonces el patrono de Valladolid) mirando hacia el Campo y la de la Virgen de San Lorenzo en la parte que daba a la calle de Santiago. El poeta Leopoldo Cano le dedicó una composición que no tardaría en hacerse popular: «Diz que había un angelón/ en el Arco de Santiago/ (que ha sucumbido al estrago de la civilización)/ Como ex-voto, o como muestra/ del nuestro de cada día/ creo que el ángel tenía/ un panecillo en la diestra;/ y, si un vallisoletano/ de gloria con el anhelo/ huía del patrio suelo,/ mostrando el pan en la mano/ con que habría un ventanillo/ gritaba el ángel: ¡Al loco«!/ ¡Buen viaje!... Dentro de poco/ vendrás por el panecillo». Según Ventura Pérez, en el arco también se incorporaron los retratos del rey Carlos II y de su esposa, que en 1707 fueron sustituidos por las figuras a caballo de Felipe V y Luisa Gabriela de Saboya. Y en 1858, con motivo de la vista a Valladolid de la reina Isabel II, se restauró y se le añadieron «inscripciones relativas a los hechos célebres de los Alfonsos, reyes de España».
El crecimiento de la ciudad, sin embargo, le afectó negativamente. Ya en 1861, varios vecinos comenzaron a quejarse por las dificultades que causaba para el tránsito de carruajes, hasta el extremo de motivar, el 14 de enero, un informe del regidor Martín Sanz proponiendo dos opciones: la construcción de dos arcos laterales para dejarles pasar o, directamente, demolerlo. Las opiniones no tardaron en dividirse. Mientras Bellas Artes estudiaba el caso, la Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo y un número considerable de vecinos pedían mantener el arco por considerarlo «un monumento de decoración arquitectónica. recuerdo histórico y edificio que sostiene en su cima una capilla dedicada al culto a la Virgen». Acto seguido, varios vecinos escribieron al Ayuntamiento solicitando el derribo, pues, al igual que determinados concejales, creían que era la única manera de acometer la prolongación de la calle de María de Molina hasta Claudio Moyano.
El debate público no se hizo esperar. Las páginas de El Norte de Castilla, por ejemplo, acogieron cartas de protesta contra un derribo que se consideraba injusto por atender, exclusivamente, a los gustos e intereses de una parte muy concreta de la población, la que vivía en la zona céntrica y próspera, obviando las necesidades del resto. No era esta, sin embargo, la opinión del rotativo: «La calle de Santiago, una de las principales de Valladolid, es sin disputa la más deforme y la que más imperiosamente reclama una reforma radical. Quizás hubiera sido mejor comenzar por el extremo opuesto, pero si el Exmo. Ayuntamiento ha pensado lo contrario, si cree oportuno aprovechar la ocasión que ahora se le presenta, con motivo de haber quien pretende edificar una magnífica casa en la vetusta posada próxima al arco mencionado, sería de desear, y así lo esperamos nosotros, que no se resuelva a medias la cuestión, que no se adopte una medida contraria a la reforma general que, más tarde o más temprano, ha de sufrir dicha calle. El arco de Santiago, cuanto más se le defiende, cuanto más se discurre en favor de él, más se prueba que puede y debe desaparecer sin que las artes pierdan nada, y más se demuestra la necesidad que hay de quitar, antes hoy que mañana, lo que en realidad no es sino un gran estorbo en medio de la vía pública».
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Aprobado el derribo en sesión edilicia de noviembre de 1863 por 9 votos frente a 2, a mediados del año siguiente llegó la Real Orden autorizándolo. En el mes de junio de 1864, el arquitecto municipal publicó las condiciones facultativas y económicas: se haría por subasta y cediendo al rematante los materiales resultantes. Las obras comenzaron el 29 de agosto y finalizaron el 14 de septiembre, día en el que este periódico sentenció, con esta breve frase, la demolición: «Arco. El de Santiago pertenece a la historia. Ya no existe». Aunque se ha escrito que las imágenes de San Miguel y de la Virgen fueron trasladadas a la iglesia de Santiago, la de esta última, a decir de García-Valladolid, terminó en una casa particular.
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