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Bien conocido es el uso del término coño para expresar diversos estados de ánimo en nuestro país, especialmente para mostrar asombro, extrañeza o enfado. El vocablo ha sido usado hasta la saciedad por políticos y escritores. En el imaginario colectivo ha quedado ese «Se sienten, coño» de Antonio Tejero durante el fallido intento de Golpe de Estado del 23-F y que se ha reproducido en infinidad de ocasiones. En Valladolid fueron más allá. Los vecinos de la capital del Pisuerga hicieron uso de esta sonora palabra para renombrar una céntrica calle de la ciudad. Y por triplicado. La calle Arribas, que tiene en su número uno a la Catedral, fue conocida el siglo pasado como la calle de 'los tres coños'. Algunos todavía lo recuerdan. Abro hilo:
↓ Fue el escritor gallego Camilo José Cela quien consiguió que la palabra coño se incluyera en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. También hizo lo propio con cojón. Se lo propuso Gloria Fuertes en mayo de 1983, en el programa 'Su turno' presentado por Jesús Hermida. Cuando el premio Nobel español (que en esa fecha aún no lo era) fue invitado a ese espacio de la televisión pública en el que múltiples personajes notables le lanzaban preguntas, la poeta madrileña fue tajante: «Camilo, como gran novelista, como amigo, sobre todo, y como académico, ¿cuándo se va a introducir el coño en el diccionario?», preguntó Gloria Fuertes en su turno. Cela no esperó ni un segundo en responder: «Ya está. Sí, lo llevé yo con la autoridad de Quevedo, y la Academia Española, que es mucho más abierta y liberal de lo que la gente piensa, lo admitió perfectamente y, no sé, saldrá en una próxima edición».
↓ Dada una pincelada al término, entremos en harina. Son tres los motivos que llevaron a los vecinos de Valladolid a rebautizar la calle Arribas como la calle de 'los tres coños'. El primero –¡Coño qué catedral!– se refiere al majestuoso edificio que encontramos en el número uno de esa vía: la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, conocida popularmente como La Inconclusa, un ambicioso proyecto de Juan de Herrera que se vio truncado por los problemas financieros de la época. El edificio, que se asienta sobre una colegiata de estilo románico impulsada por el Conde Ansúrez, solo está construido hasta el crucero y en la actualidad también le falta una de las torres, que se hundió en 1841.
↓ Hay que pasear por los apenas 150 metros de la calle para entender el segundo coño del sobrenombre: ¡Coño qué frío! En la céntrica vía vallisoletana hay una brisilla fresca casi permanente. Cuando hace frío en Valladolid, parece que aquí se nota más. Este coño no es muy original y se podría extrapolar a otras travesías de una ciudad, la del Pisuerga, que tiene el frío, pero sobre todo la niebla, como uno de los fenómenos meteorológicos por excelencia. «Las nieblas de Londres llevan la fama, pero quien carda la lana –siguiendo con el refrán– son las de Valladolid», decía hace unas semanas el catedrático de Física Francisco Javier Tapiador en un artículo que explicaba que «hay cinco tipos de niebla, dependiendo del mecanismo de enfriamiento del aire» y que las de aquí «son las nieblas de radiación». La calle Arribas, como la mayoría de las rúas estrechas, sufre el denominado efecto túnel de viento, que se produce cuando la 'marea' se acelera al pasar por espacios estrechos y entre edificios altos. Este fenómeno se conoce también como 'canalización'. Al estar los bloques de viviendas muy cerca entre sí, el espacio por donde se mueve el viento es más pequeño y esto provoca que la presión atmosférica disminuya, lo que hace que el viento se mueva más rápido. Vamos, que hay corriente día sí y día también.
↓ La calle Arribas, con inclinación creciente, desciende desde López Gómez a la calle Catedral en Portugalete y nos adentra en el corazón de la ciudad. Es un paso obligado para los que van a pie desde más al norte hasta la Plaza Mayor. Hay constancia de que existe desde el siglo XIII y en documentos de la época se la menciona con otro nombre, como Cal de Tovar, por tener allí sus casas principales algunas de las familias de tal apellido que abundaron en Valladolid. Fue en junio de 1894 cuando el Ayuntamiento acordó poner el nombre de calle de Arribas que ha llegado a nuestros días, en memoria de Julián Arribas Baraya, catedrático de la Universidad de Valladolid fallecido ese mismo año.
↓ Medio siglo después, en el número 10 de la calle Arribas, donde hoy está La Española Cuando Besa, abrió sus puertas un estanco. Albertina Alonso Alonso solicitó en mayo de 1952 al Ayuntamiento la licencia para poner en marcha la expendeduría de tabaco y timbre número 20 de Valladolid. Vivía en el tercer piso del edificio. Albertina, viuda de Luis Alonso Otero, militar de la Academia de Caballería, y madre de cuatro chiquillos, fue la causa de la tercera admiración de la calle Arribas: ¡Coño cómo está la estanquera!
↓ '¡Coño qué catedral, coño qué frío y coño cómo está la estanquera!' es la frase que completa el sobrenombre de una vía que, como no podía ser de otra manera, ha visto pasar durante siglos por sus bajos decenas de comercios y negocios de lo más variopinto. En esta calle, según detalló Juan Agapito y Revilla en el libro 'Calles de Valladolid', estuvo la imprenta Garrido, donde se editó el 'Diario Pinciano', el primer periódico de Valladolid que, aunque se titulaba diario, tuvo una periodicidad semanal. Salieron 46 números durante los miércoles de 1787 y 1788. Fundado y redactado el religioso y doctor en Teología José Mariano Beristáin y Souza, publicaba los sucesos y noticias particulares de la ciudad del Pisuerga y su provincia, así como noticias sociales, culturales y jurídicas de la Real Chancillería, de la universidad y demás sociedades y academias vallisoletanas.
↓ Andando en el tiempo, ya en el siglo XX, ha quedado constancia en el Archivo Municipal de la solicitud para instalar en esta calle un pequeño taller de explosivos. En 1925 Rafael Casado pidió por escrito al Consistorio abrir en el número veinte un establecimiento para fabricar cohetes. No había peligro para los vecinos. La fábrica y el taller de carga de explosivos de la Unión Española de Explosivos, alegó Rafael entonces por escrito, estaban en el barrio de Las Delicias.
↓ La de los tres coños no ha sido el único remoquete de la calle Arribas. Lo cuenta Luis Candelas Álvarez, uno de los muchos jóvenes de Valladolid que en la década de los sesenta pasaba por allí a diario camino de la Universidad: «También fue conocida, mucho antes, como la calle de la Obra debido a que allí se acumularon todos los materiales para levantar la torre de la catedral» desde 1880. Pero los andamios se armaron muchos años antes. Primero, en la primavera de 1730, para finiquitar la fachada principal de la seo; luego, con la construcción del atrio, que estrechó la calle notablemente y, después, durante los trabajos para levantar la única torre que conserva el templo y que fue inaugurada en 1885. «Incluso una vez terminadas las mejoras de la Catedral [como se puede ver en la imagen principal del artículo] seguían las plataformas», asegura Luis a sus 82 años de edad. También hubo un tiempo –apunta– que fue conocida como la calle de las pulmonías, por ese relente continuo que siempre se dejaba y se deja notar al transitar por esta vía.
↓ José María Solana Sáinz, que en los años sesenta se alojaba en una residencia de estudiantes de la Calle Tintes, también atravesaba a diario la calle Arribas camino de la Facultad de Filosofía. «Recuerdo un puesto de frutas y, en el portal de al lado, una pensión que solía estar llena. Cuando vine desde Santander en 1963 para examinarme de PREU [curso preparatorio para la universidad] tuve que dormir en el comedor de la pensión, por donde pasaban los huéspedes». Después, durante los años de carrera, entre 1965 y 1970, frecuentó en muchas ocasiones el estanco de Albertina, aunque no la recuerda. «Compraba muchos sellos para pocas cartas, cosas de la juventud», asegura José María, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Valladolid.
↓ Hace ya décadas, Arribas y otras calles adyacentes se cortaron al tráfico y se hicieron peatonales. En 1978 se abrió un bar, El Largo Adiós, el mítico Cafetín, en el número dos. Fue la iniciativa de un grupo de amigos y el nombre fue tomado de la novela homónima de Raymond Chandler. Gustavo Martín Garzo rubricó entre otros (varios poetas) la constitución de este café. En este local que hoy mantiene cierta fama de cenáculo progresista, se reunía la intelectualidad de la ciudad. Corría enero de 1981, la Transición. El 6 de enero ultras radicales de extrema derecha lanzaron un cóctel molotov y dispararon cuatro tiros al interior a través de sus ventanales. El saldo fue un estudiante de Derecho malherido al que dejarían secuelas de por vida.
↓ En los años ochenta estaba abierta una frutería, un acceso a las Galerías López Gómez y hasta un centro dedicado al yoga y la meditación. La librería Beagle, especializada en libros de viajes, que ocupaba una esquina en Cascajares, se trasladó a esta calle y permaneció largos años en ella. Echó el cierre en 2022. Hubo varios comercios peculiares, como la Casa de las Ollas. Han desaparecido. Resiste una panadería, La Deliciosa, regentada por Patricia; la librería Castilla Cómic y un nuevo negocio, un centro de estética con nombre en inglés, Glow Nails And Beauty, «uno de los mejores sitios de Valladolid para hacerse las uñas», según comentan en los foros. Y muchos bares. El Pispás, en el dos; el Café Berlín, en el tres; Wine Bar Castizo, en el cinco; La Española Cuando Besa, en el número seis; el restaurante Melêl, en el ocho; la sala Kafka, en el catorce; el Bizarro, en el dieciocho... Un abanico de establecimientos que dan vida a una calle con no pocos nombres, mucha esencia y un birujis que corta el cutis.
El hilo recuerda el gran drama que se vivió en la Estación del Campo Grande en marzo de 1988.
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