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Martín Sanz, con una batería de cocina en la calle donde tiene la Casa de las Ollas.

La calle donde las españolas besan, los bares recuerdan tiroteos y se operan las ollas

Arribas, la vía que abraza a la fachada de la catedral de Valladolid, atesora algunos de los bares más representativos e históricos de la ciudad

LORENA SANCHO

Miércoles, 22 de abril 2015, 18:24

No hay postureo que valga a la hora de fusionar labios. Al menos no lo había cuando Manolo Escobar, mítico conquistador setentero con el arma del pasodoble, hizo popular aquello de La española cuando besa, es que besa de verdad. No lo hay tampoco ahora cuando el romanticismo se asoma en balconadas con vistas a la catedral de Valladolid. Y mucho menos, cuando la banda sonora que mece el momento es cualquier éxito ochentero remezclado en versión 2015. Aquí la pasión va en serio. Tanto como un edificio de tres plantas instalado en el centro de Valladolid en el que durante 14 años hosteleros de la ciudad han puesto todo su amor por construir el bar más emblemático de cuantos se levantan a orillas del Pisuerga. Y el camino va sembrado. La española cuando besa se erige ya en atractivo turístico de visitantes y en punto de encuentro de vallisoletanos que apuestan por un ambiente distinto para disfrutar de un café o un vermú. «El rollo de que son tres pisos, cómo está decorado por dentro y esas vistas privilegiadas a la catedral» es, a juicio de su actual propietario, Roberto Picó, lo que buscan los clientes de este bar de la calle Arribas, situado justo frente a la puerta principal de la catedral pucelana.

Hace año y medio que este hostelero vallisoletana tuvo la oportunidad de adquirir el establecimiento, y no lo pensó dos veces. «Es uno de los bares más bonitos de Valladolid. Salió la oportunidad y otro compañero y yo decidimos apostar por ello. Ahora lo tengo yo solo, y me siento un privilegiado por tener un sitio así, uno de los mejores bares», señala Picó.

Desde las 16:00 horas (y los sábados desde el vermú), este edificio, que anteriormente abrió sus puertas como mercería, sirve los afamados tornillos (chupito de ron, miel, nata y canela) junto con mojitos que se pueden degustar con vistas a la historia de Valladolid. Un punto de encuentro que cada día atrae a un mayor número de turistas que entra a ver el local, y de visitantes que el propio vallisoletano lleva a tomar café para que conozca y disfrute con una decoración propia, en la que destaca un enorme árbol justo en la entrada. «Nuestra intención es que nos puedan incluir en alguna guía o algo como uno de los lugares a visitar por cualquier turista que se acerque a Valladolid», añade el propietario.

La calle Arribas, la que abraza a la catedral por su fachada principal, presume de vistas, pero también de historia. Porque aquí tiene su dirección postal uno de los cafés que abanderaron la hostelería durante la Transición vallisoletana. Cafetín El Largo adiós, bautizado como la novela de Raymond Chandler, se erigió desde el 78 en escenario de la cultura, la poesía y, en parte, la reivindicación de la época. Gustavo Martín Garzo, escritor vallisoletano, rubricó entre otros (varios poetas) la constitución de este café. Una historia de un bar significado de izquierdas, presidido por un cuadro de Antonio Machado y acompañado por varias imágenes de escritores, cineastas y personajes de la cultura. Un establecimiento que atesora la esencia con la que nació, con azulejos que se conservan desde que abriera sus puertas hace 37 años, y mesas y sillas de sabor añejo, de tertulias de pintores, de actrices como Blanca Portillo y directores como Fernando Urdiales, de lienzos del Grupo Simancas. Porque aquí han degustado el aroma a café incontable gente de la cultura.

Tiroteo en 1981

Su vinculación con la izquierda le costó una crónica de sucesos el 6 de enero en 1981. Tres jóvenes de extrema derecha tirotearon el bar desde la ventana. Hirieron a un cliente que se quedó cojo, un hombre que sigue siendo fiel a este café de tertulias. «Era un bar muy significado de izquierdas, un bar que funcionaba muy bien», resume José Luis Castrillón, el encargado y hermano de su propietario, Joaquín.

Música clásica, pop y jazz, mucho jazz, como el que sonaba en esos conciertos que albergó hasta que la ley se recrudeció, amenizan el cafetín en invierno. Porque desde primavera, entre 24 y 26 mesas hacen de su terraza una de las más demandadas por los vallisoletanos. «Es verdad que el tipo de cliente ha cambiado. Hablamos de que antiguamente a diario salían los estudiantes muchísimo, y eso ahora los estudiantes no tienen esa cultura de ir de bares», comenta José Luis Castrillón.

Hace 18 años que sirven el café en la misma máquina, y contabilizan los pagos con una máquina registradora de 1921. La esencia se mantiene. Poetas y actores siguen encontrando aquí fuente de inspiración. También turistas que se topan con su historia en guías, cada vez más, que lo recomiendan en su visita a la ciudad del Pisuerga. «Son innumerables las anécdotas que guardamos. Cuentan que entró una vez un señor a caballo a consumir y que llegó hasta la barra. Y hasta hace doce o catorce años un cliente venía con su caballo, que lo ataba aquí en la puerta. Prueba de ello son las fotos que tenemos con un municipal diciéndole que ahí no podía dejar al animal».

Apenas unos metros arriba, en dirección a la calle López Gómez, en el número 18, la poesía encuentra otro espacio. Es el Sildavia, 14 años abierto (anteriormente La Latina), con un proyecto arquitectónico que fusiona elementos como metal y madera. De sus paredes cuelga una exposición de Poetografía que fusiona fotografía con poesía. Es, como comenta Violeta Pérez, camarera, un espacio para exposiciones mensuales. Se pueden contemplar mientras se degusta un café espumoso o un mojito artesanal, de esos que mantienen la misma receta, cubana, desde hace 14 años, desde que José Castrillo tomara el timón del bar. «Mantenemos por la tarde la clientela de hace 14 años, que ya son padres, y por la noche otra más joven, la de 30 años o así», explica Violeta. Pop y rock son sus señas de identidad desde que abre cada día, a las 17:00 horas, hasta que cierra, en función del día de la semana.

Artesano de ollas

La historia de la calle Arribas no se completaría sin la Casa de las Ollas, el establecimiento de la carretera de la Esperanza que hace diez años abrió una especie de sucursal en pleno centro de Valladolid. Martín Sanz se erige en uno de los mayores expertos en la materia. Empezó su andadura laboral en Magefesa y, cuando la fábrica cerró, prosiguió por su cuenta con el negocio de las ollas.

Muchos años siendo prácticamente el único lugar en Valladolid, y casi en Castilla y León, que repara y vende en exclusiva un producto cada vez más demandado. «Se sigue vendiendo, y cada día más, porque en diez minutos tienes lista la comida y eso es lo que va buscando la gente, rapidez», señala Martín Sanz.

Rodeado de ollas, cazuelas y otros productos como transistores o más modernos, como bolsas de aspirador, este vallisoletano, a pesar de los años, lanza siempre el mismo mensaje: «Lo importante es la seguridad, que sea buena y segura». Eso sí, si hay una cosa que con el paso de los añosno ha cambiado es el perfil del cliente: «La mayoría son mujeres».

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