Vida de barrio
Entre batas blancas, tortillas y alfajores: así resiste el Barrio del Hospital en ValladolidDurante el curso rebosa vida universitaria gracias a las facultades que lo rodean, pero en verano queda casi desierto a pesar de haber experimentado un enorme crecimiento demográfico desde la década de los 70
A medio camino entre el bullicio universitario y La Rondilla, se encuentra el barrio de San Pedro Apóstol, conocido por todos como el Barrio del Hospital, que late con un ritmo propio en el corazón de Valladolid. En sus calles conviven la historia de antiguos monasterios y hospitales con el trasiego de batas blancas, estudiantes con mochilas llenas de libros y apuntes y vecinos que se saludan por su nombre de pila desde hace décadas.
El nombre del barrio no es casual. Su evolución urbana gira en torno al Hospital Clínico Universitario, un gigante blanco inaugurado en los años setenta que no solo atiende cuerpos, sino que también da identidad a toda la zona. Aunque el hospital es su epicentro funcional, su alma va más allá de quirófanos y consultas. Aquí se mezclan generaciones, acentos y rutinas. Y sobre todo, se respira una vida de barrio que se resiste a diluirse.
Hasta bien entrado el siglo XX, lo que hoy es el Barrio del Hospital estaba ocupado por huertas, prados y caminos polvorientos fuera del casco histórico. Las iglesias de San Pedro Apóstol y la Magdalena marcaban los pocos núcleos habitados en una zona aún rural. Con la llegada del Instituto Nacional de la Vivienda, a partir de 1954 comenzaron a levantarse los primeros bloques. En los años 70, el nuevo Hospital Clínico (se comenzó a construir en 1971 y se inauguró en 1978) trajo consigo un crecimiento demográfico, urbanístico y funcional que consolidó al barrio como uno de los pulmones sanitarios de la ciudad.
Con una población en torno a los 7.500 habitantes, el barrio se caracteriza por una convivencia intergeneracional. En la calle Quebrada, por ejemplo, los vecinos tienden a ser jubilados que se reúnen cada mediodía para el menú del día o simplemente para jugar una partida de mus. Las facultades cercanas, como Medicina, Empresariales o Filosofía y Letras, aportan movimiento joven, pisos compartidos y un ritmo más dinámico.
En la esquina junto al murmullo del Hospital Clínico, está un histórico kiosko del barrio comandado por Resurrección Ceamorate, cuyo nombre ya debería estar grabado en bronce en la fachada del barrio
«Antes todo el barrio venía aquí a comprar el periódico»
Resurrección Ceamorate
Kiosko del Barrio del Hospital
Lleva 41 años dedicados a la venta de periódicos, gominolas y paciencia, aunque reconoce con humor seco que ya «los niños no compran casi». Y eso que las gominolas aún vuelan, especialmente entre universitarios. La revolución estudiantil no será televisada, pero sí masticada. «Ahora tengo clientes muy diferentes a cuando empezamos. Antes venía todo el barrio aquí a comprar el periódico pero con los móviles ya nadie se mueve hasta aquí», dice con resignación de quien ha visto el cambio lento, pero contundente de la zona.
A pesar de no vivir en el Barrio del Hospital, son ya tantos años que Resurrección se conoce cada rincón de aquí como si fuese su hogar. Antes de iniciar su jornada laboral, va cada día a otro comercio mítico de la zona, el bar Oviedo, un refugio ideal para desayunar donde el café le sabe a hogar y a costumbre. «Voy a tomarme ahí todos los días mi cafecito y hablo con los mismos vecinos», nos dice. No pide tostada ni churro. Solo café. Firme. Como ella.
Universitarios, tortilla y nostalgia de verano
Más adelante, dando un paseo en el que el objetivo es resguardarse del calor hasta llegar a la casa del Estudiante, Marta Palmero e Irene Lozano charlas amistosamente con dos mochilas a sus espaldas. Irene estudia Logopedia y Marta oposita a Policía Nacional.
«Es una zona muy buena si eres estudiante de fuera»
Irene Lozano
Estudiante universitaria que vive en el barrio
Ambas tienen claro que el barrio «durante el curso está a tope de gente joven» mientras que en verano «se queda un poco desangelado», como si la zona tuviera síndrome vacío estival. «Es muy buena zona si eres estudiante de fuera porque durante el curso hay muy buen ambiente, pero ahora en verano está todo desierto, es un cambio muy brusco» comenta con acento y una agradable sonrisa Irene, que procede de Almería.
Estados dos amigas frecuentan clásico sitios del barrio como El Tío Molonio, El Piraña o el bar Santa Lucía, donde el desayuno universitario es casi una institución. «Mis amigos siempre se van a hacer un descanso al Piraña para tomarse una tortilla» comenta Marta. Y uno no puede evitar preguntarse: ¿cuántos exámenes se habrán superado con esa tortilla?
Agradecen la cercanía del hospital y de la universidad, que convierte la zona en un ecosistema único: médicos en prácticas, vecinos de toda la vida y jubilados madrugadores.
Colores latinos en el barrio de siempre
Y como ocurre en otros barrios cercanos como Vadillos o La Rondilla, las tiendas con colores y sabores latinos son también una seña de identidad. Natalia Lozano, una comerciante que lleva tres años con su tienda en el barrio, aporta ese aire internacional que rejuvenece las esquinas. Cuenta con un amplio horario porque «queremos atender a todo tipo de clientes, desde los más madrugadores hasta los que trasnochan».
«Cuando todo está cerrado, aquí seguimos abiertos»
Natalia Lozano
Tienda de productos latinos
Abren de diez de la mañana a diez de la noche, como si fueran un servicio de urgencias del comercio de barrio. «Cuando todo está cerrado, aquí seguimos abiertos», dice con una sonrisa que vale más que mil campañas de publicidad municipal.
Su tienda es un pequeño mapa de Latinoamérica. Venden chucurramos, cocosetes, alfajores, zambas, y también recargan móviles, envían paquetes y ofrecen giros internacionales. «Aquí hay de todo un poquito y para todo tipo de necesidades», resume. Y es verdad. En esa frase cabe todo lo que hace especial al Barrio del Hospital: variedad, servicio y calor humano.
El Barrio del Hospital no cuenta con grandes luces ni centros comerciales, pero late con fuerza propia. Aquí no hay postureo, hay kioscos con 40 años de historia, tiendas que huelen a arepas y vecinas que te saludan aunque no te conozcan. Es un barrio donde la universidad da vida, el hospital impone respeto y el comercio de cercanía mantiene la dignidad urbana a flote.
Falta inversión, sí. Falta más ambiente en verano, también. Pero sobran ganas de quedarse, de saludar al de siempre, de tomarse el café en Lobiedo, de esperar turno en la tienda de Natalia mientras descubres qué demonios es un cocosete. Aquí no se habla de gentrificación, se habla de supervivencia con humor, trabajo y mucha calle.
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