Oficios antiguos: así son los alguaciles del siglo XXI
Juan Manuel Álvarez, Fernando Jiménez y Socorro Sampedro de Vega, son algunos ejemplos de alguaciles vocacionales entregados al servicio a los demás
Son los primeros en pisar cada día las calles de sus pueblos y casi los últimos en abandonarlas por la noche. Siempre están. Siempre pendientes. ... Bajo un sol de justicia o en medio de aguaceros. Atendiendo fugas, encendiendo luces, regando jardines o echando la mano a un vecino que lo necesite. Son los alguaciles, un oficio que viene de antiguo, que ha evolucionado, y mucho, con el paso de los años, pero que hoy más que nunca, sigue siendo esencial para la vida en el medio rural. Son trabajadores públicos, pero también son memoria viva de nuestros pueblos. Sin ellos, simplemente, nada sería igual en los municipios de Valladolid.
Y si hay un nombre que personifica como nadie a los alguaciles de la provincia ese es el de Juan Manuel Álvarez, Juanma, que este fin de semana cuelga las llaves del Ayuntamiento de Torrelobatón tras 42 años de entrega absoluta a su pueblo. Lo hará con discreción, como ha hecho todo en su vida, pero con la satisfacción de quien sabe que ha hecho un buen trabajo.
Cuando se le pregunta si le da pena jubilarse, sonríe y contesta: «Bueno, un poco sí… pero también estoy cansado». Es una mezcla de emoción y alivio, lógico después de cuatro décadas sin vacaciones en verano, siempre al pie del cañón, haciendo de todo, desde segar el césped de la piscina, hasta colocar las talanqueras del encierro, pasando por arreglar averías de luz o agua, atender las necesidades del colegio o el consultorio o tirar los cohetes de las fiestas. «Acabé la maestría industrial del automóvil en Cristo Rey y me puse a buscar trabajo. Estuve sacando patatas y remolacha. También de peón de albañil y luego me fui al paro. En 1982 me llamaron del Ayuntamiento para cavar los agujeros para los vasos de las piscinas y al acabar, me ofrecieron seguir. Mi principal cometido entonces era recoger la basura de todos los vecinos del pueblo», relata.
El pueblo ha cambiado mucho desde entonces, pero Juanma siempre ha sido una constante, un rostro familiar para todos los torreños y alguien siempre dispuesto a ayudar. «He trabajado con seis alcaldes, y con todos me he llevado bien. Siempre he tenido libertad para organizarme. Lo mejor de trabajar en tu pueblo es que conoces a la gente, sabes lo que hay que hacer, y cuando algo va mal, actúas rápido». Porque Juanma nunca ha tenido un horario fijo. Si hacía falta cortar el agua a las diez de la noche, se hacía. Si había que montar un escenario un domingo, también. «Nunca he fichado. Lo importante era que todo estuviera hecho».
Y él lo hacía todo. Sabía dónde estaba cada llave del agua, cada registro, cada tubería vieja o nueva. Muchas las colocó él mismo, al tiempo que se pavimentaban las calles. El suyo es un oficio que no se aprende en una escuela ni se basa en un manual. Es un trabajo de vocación y de compromiso hacia los demás. Requiere saber un poco de todo, de fontanería, electricidad, carpintería, jardinería, logística…, y, sobre todo, tener mucho tacto. «Yo sé que a veces he podido contestar mal a alguien o cortar el agua sin avisar. Pero siempre lo hacía por necesidad, porque había que solucionar algo ya. Y los vecinos lo han entendido. Me han aguantado y me han ayudado muchas veces, y eso es lo que más agradezco», comenta.
El alguacil del siglo XXI
En plena era de la digitalización, la labor del alguacil es más indispensable que nunca. Si bien, es cierto que su perfil ha cambiado mucho, tanto que muchos pueblos han profesionalizado aún más esta figura y ahora también redactan bandos digitales, coordinan actividades culturales, apoyan en gestiones administrativas o manejan redes sociales municipales.
Otro buen ejemplo de ello es Fernando Jiménez Hernández, alguacil de Villalar de los Comuneros que, a sus 56 años, lleva 35 entregado en cuerpo y alma a su pueblo. En su caso, fue elegido por votación entre los concejales del Ayuntamiento. «Nos presentamos dos y salí yo», recuerda este profesional que ha hecho del servicio a los demás, su vocación. Desde entonces no ha dejado de trabajar para mejorar la vida de sus vecinos. «Al principio apenas había herramientas. Ahora tengo prácticamente de todo para poder hacer mejor y más rápido el trabajo», cuenta. Su día a día varía según la época del año. En verano, el mantenimiento de la piscina y las zonas verdes ocupa buena parte de su jornada; en invierno, la poda de árboles y pequeñas obras o reparaciones. «Hacemos de todo, desde arreglar una fuga de agua hasta echar cemento en una calle», comenta.

Pero lo que más le gusta es la poda y el cuidado del césped. «Para mí, trabajar como alguacil en mi pueblo es una satisfacción, porque das un servicio a la gente que conoces de toda la vida. Me he criado aquí, somos todos conocidos», subraya. La cercanía, la confianza y la responsabilidad marcan su labor diaria, con jornadas que a veces se alargan por una avería o por los preparativos de las fiestas. Pero Fernando no se queja. Al contrario, lo vive con alegría y orgullo.
En los últimos años ha crecido el número de mujeres que asumen este rol tan importante en los pueblos. Socorro Sampedro forma parte de esa nueva generación de alguacilas que, sin distinción de tareas, se implican al 100 % en la vida municipal de su pueblo, Vega de Valdetronco. Ella es la sonrisa amable que abre el consultorio médico, limpia el albergue y mantiene en orden las escuelas. Aunque nació en Gallegos de Hornija lleva media vida vinculada a este pueblo donde ha encontrado su sitio y donde ejerce un trabajo que compagina con su vida familiar. «Cuando volví al pueblo hace once años, la alcaldesa me preguntó si quería trabajar en el Ayuntamiento. Le dije que sí, que no se me caían los anillos. Tengo un oficio que me encanta», dice.

A Socorro no se le escapa nada. Está pendiente de todo y no tiene horario fijo. «Yo me organizo. Tengo todo limpio y en orden. La época más fuerte del año son las fiestas. Esos días me toca montar mesas y preparar refrescos. Me gusta que las cosas salgan bien y que no falte nada», confiesa. «Hasta hace poco tenía un compañero que se encargaba de las podas, riegos y limpieza de calles. Él ha aprobado una oposición y se está buscando a otra persona para cubrir la vacante. Lo que hace falta es gente comprometida, porque el nuestro es un trabajo para dar servicio a los demás», concluye.
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