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v. a.
Domingo, 22 de marzo 2015, 09:38
Cualquiera que haya visitado alguna de sus cinco tiendas en Valladolid sabe que Remar se dedica sobre todo a la restauración. Toma muebles, electrodomésticos o ropa usados que otros ya no quieren, los arreglan, y los ponen de nuevo en circulación. Pero su principal labor rehabilitadora no es la que aplican a los objetos, sino la que desarrollan sobre las personas. A sus centros llegan seres emocionalmente heridos, o golpeados por la necesidad material. Ellos los toman en sus manos, los pasan por un taller de reparaciones en el que son restaurados con afecto y respeto, y logran que esos seres que llegaron desvencijados y rotos recobren las ganas de vivir y la dignidad personal. Vuelven a ser las personas que podían ser, las que tenían derecho a ser, quizás incluso las que siempre quisieron ser.
Remar surgió hace 33 años orientada al auxilio de personas con problemas de toxicomanías y drogadicción, entonces muy abundantes. Sin embargo, en la última década la orientación de su trabajo se ha transformado progresivamente. «Nuestros centros se han ido convirtiendo más bien en casas de acogida para familias sin recursos, desestructuradas y con hijos a su cargo», explica Rachid Bougaidán, director de la organización en Castilla y León. Eso y mujeres maltratadas o abandonadas, o ancianos, o cualquier otra necesidad que se les presente. El resultado es que actualmente los drogadictos son sólo un 50% de las 70 personas que Remar atiende en sus tres fincas comunitarias en la provincia.
Un equipo de 25 voluntarios hace posible la restauración humana. 25 mujeres y varones que un día descubrieron que los bienes materiales no dan la felicidad. Que se convencieron de que lo único que satisface es el amor. Y que decidieron apostarlo todo a esa causa. Es posible que estas frases puedan sonar tópicas. E incluso habrá quien las vea como muestra de una ingenuidad sin futuro en medio de un mundo que rinde culto al fetichismo tecnológico y el bienestar material. Pero estas personas, y otras muchas repartidas por 72 países, lo creen.
Es una cuestión de fe, por supuesto. De fe en la vida y de fe en los seres humanos. Pero también de la otra fe. Y es que, aunque no se exija a nadie ser creyente, y no sea confesional, Remar es una organización de inspiración cristiana vinculada a la Iglesia del Cuerpo de Cristo. La figura clave es el leonés Juan Miguel Díez Álvarez, que aglutina en su persona la doble condición de presidente de la ONG y la de pastor general de esta rama evangélica. Fue él quien creó la asociación en el año 1982, en Vitoria, y es el responsable último de que la suya sea hoy día la organización española no gubernamental con mayor proyección internacional, según se encargan de destacar sus responsables.
«Al final del día nos sentimos recompensados porque vemos vidas que han venido a nosotros con heridas emocionales, físicas o psicológicas y que se restauran. Para nosotros ese es el mayor premio: es algo impagable». Quien habla es Rachid Bougaidán, natural de Marruecos, que en el pasado vivió su propio infierno devorado por el fuego de las drogas. Pero él, como otros, recibió la ayuda de una mano salvadora y todo cambió en su vida.
Los voluntarios de Remar no son unos voluntarios cualquiera. No ejercen la solidaridad a tiempo parcial, sino que la organización es su vida. Es una comunidad de trabajo y una comunidad de existencia. Viven en casas separadas, pero en las mismas fincas; trabajan en las actividades de la asociación; y las economías domésticas de la mayoría dependen del fondo común. Remar cubre todos sus gastos esenciales (vivienda, educación, comida, transporte y hasta 15 días de vacaciones anuales) pero otros dispendios cotidianos se cubren «de forma ordenada y con justicia» dependiendo de la disponibilidad del fondo común.
«Vivimos comunitariamente, pero luego cada uno hacemos vida normal e independiente, como cualquier familia», explica Rachid, quien asume con naturalidad y sin drama las restricciones de su opción. Está convencido de que nuestra sociedad sobrevalora la importancia de los bienes materiales. «Vivimos con lo justo, pero no nos falta nada esencial. Yo aquí descubrí que hay algo mucho más importante que el dinero y que es la vida. No se la valora como se debería. Aquí nos llegan personas deterioradas que se recuperan, encuentran a su pareja, se casan y tienen hijos. Y nosotros somos parte de eso. Es hermoso y merece la pena».
«En nuestro mundo hay poco amor de verdad, desinteresado. Se están perdiendo los verdaderos valores», añade. «¿Por qué tenemos que esperar al 25 de diciembre para ser sensibles a las necesidades de los otros? Eso debería ser lo normal cada día. Si actuáramos así, la sociedad tendría muchos menos problemas».
Samaritano
Remar nació con la intención de mirar al prójimo con ojos de buen samaritano (el mesón comunal de Laguna de Duero lleva ese nombre de resonancias bíblicas) y eso les ha llevado a abrir sus puertas a las distintas necesidades que se han ido encontrando. «Nosotros estamos dispuestos a atender a cualquiera que llame a nuestra puerta, las 24 horas del día. Y ofrecemos lo que tenemos. Pero por nuestra experiencia, la mayoría lo que necesitan es afecto. Ser abrazados, sentirse escuchados. Nuestro problema como sociedad es que estamos demasiado ocupados en nuestros asuntos. Pero cuando vives centrado en ti mismo no disfrutas de la vida, se te escapa, porque la vida no es eso».
Los responsables de Remar detectaron hace años la existencia de grandes bolsas de necesidad en familias castigadas por la pérdida de empleo y decidieron poner en marcha una primera experiencia piloto de centro familiar. Desde entonces hasta ahora ese programa ha ido creciendo y hoy Remar cuenta ya con 75 centros de este tipo repartidos por las distintas comunidades autónomas del país en los que residen 850 personas. Una pequeña parte de las aproximadamente 3.000 que encuentran cobijo en España en los centros de esta organización, y de los 60.000 vinculados a ella en todo el mundo.
Unos centros en los que deben combinarse dos planteamientos que tienden a chocar entre sí: por un lado, la necesidad de intimidad que toda familia necesita, y, por otro, el necesario asesoramiento y cuidado que deben recibir por su especial situación de debilidad, conflictividad o desestructuración. El equilibrio entre los dos aspectos se ha logrado creando zonas de servicios comunes y zonas de intimidad restringida: las habitaciones.
«Tenemos un especial cuidado por proteger al eslabón más débil de la familia, los niños, para lo que compaginamos programas específicos para ellos con otros globales de familia, aunque unos y otros están interrelacionados», explican en su memoria anual.
No son las únicas necesidades que atienden. La semana pasada les llamaron desde el Hospital Río Hortega para solicitarles que acogieran a un indomiciliado que acababa de ser atendido médicamente por un desajuste en sus niveles de azúcar. Y no es una excepción, también el Hospitl Clínico, Cruz Roja o Cáritas les remiten habitualmente personas en situación de necesidad. Y también colaboran con Instituciones Penitenciarias facilitando la posibilidad de que algunos presos cumplan en su organización penas y medidas alternativas a la reclusión a través de trabajos comunitarios.
«En nuestra ciudad hay mucha necesidad. Familias sin recursos a las que avergüenza recoger alimentos, pero que, a la vez, los necesitan», explica el director regional de la organización. En otras ocasiones han acogido a ancianos que no tienen quién se ocupe de ellos. «A veces los atendemos directamente en Olmedo, pero lo más frecuente es que los derivemos a Zaragoza, donde gestionamos dos residencias para personas mayores».
Con todo, nada de lo construido hubiera sido posible sin la colaboración y apoyo de esas decenas de miles de personas que entregan sus muebles usados (la organización se encarga de ir a los domicilios a retirarlos), o que los compran una vez reparados en sus tiendas.
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