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Las ideas no tienen edad

Una visión personal y familiar del segundo TEDxYouth@Valladolid, un foro en el que los ponentes tenían entre 10 y 18 años

Antonio G. Encinas

Lunes, 24 de noviembre 2014, 14:01

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Quizá sea demasiado pronto, piensas. Quizá, con ocho y siete años, no van a entender nada. Aunque se sientan contentas en las butacas del Lava, deslumbradas por lo novedoso del sitio, por la bolsa que les han dado al entrar, por la chapa que lucen orgullosas. Saben que van a ver charlas. Y han preguntado muchas veces, en los días anteriores, qué es una charla. En resumen sencillo, gente que cuenta cosas a otros que las escuchan. Solo que esta vez los que dan la charla son chavales de entre 10 y 18 años.

Belén Viloria, organizadora de este segundo TEDxYouth en Valladolid (y del primero, y de los tres TEDxValladolid, y de los TEDxSalon...), ha propuesto que escriban en una hoja que harían si gobernaran el mundo. Y ha llevado a tipos que crean robots, que vuelan drones, y ha puesto chuches junto al café. Por si acaso alguno de los pequeños espectadores que acudirán se aburre, o siente que este asunto de las charlas no va con él.

No habría hecho falta.

Es lógico, claro, que no todas las ideas que sueltan los jóvenes ponentes les lleguen igual. No pueden comprender lo que dice Alejandra Acosta, que a sus 18 años habla de conflictos interiores, de la sensación de vulnerabilidad y de cómo convertirla en fortaleza. Quizá les queden lejos las reivindicaciones raperas de Tronilo, pero desde luego no su ritmo, ni la energía que imprime sobre el escenario a sus gritos de rebeldía convertidos en rimas. A los ocho años es probable que no entiendan la afición por el cine de Alberto Monje salvo si se refiere al de dibujos animados, y puede que el hecho de que un grupo de adolescentes pueda ejercer como asesor del Ayuntamiento de Laviana les coja algo despistadas, garabateando en la libreta que les han dado al entrar.

Pero algo queda.

Queda Gadea Castro . ¿Qué le pasa en los ojos?, te dicen inquietas al ver su rostro proyectado en la pantalla. Que no puede ver, es ciega, contestas, tratando de ponerle azúcar a una respuesta que, con o sin eufemismos, es igual de dura. Y entonces Gadea, 10 añitos sobre el punto rojo del TEDx, deja los nervios en el punto rojo y se sienta a tocar el piano. Un piano maravillosamente azul en manos de alguien que, quieres creer, siente que ese piano es azul aunque no lo vea. Y Gadea les concede a tus hijas, sin saberlo, una lección de vida impresionante.

Aplauden. Aplauden tanto que les pican las manos. Voy a aplaudir al revés, a ver si me pica menos, dice la 'mayor', porque lo que no quiere es dejar de aplaudir.

Y sale Laura González, una de las estudiantes del instituto Cristo Rey, habla de cómo se pusieron a investigar la obesidad a partir de un análisis exhaustivo de los almuerzos de sus compañeros , y la mayor se da cuenta de que está hablando de la pirámide alimenticia, y de la dieta mediterránea, y de cosas que ella ya ha visto en el cole.

Y un vivaracho Beltrán Sousa, de diez años, demuestra que con inventiva y perseverancia se pueden solucionar pequeños problemas, como el de resbalarse por el pasillo de casa por andar todo el día con calcetines. Y te giras y la pequeña, de repente, está erguida en su asiento, escuchando embelesada, y rompe a aplaudir entusiasmada cuando termina su alocución.

Y Sara París y Laura San Juan hablan de su viaje a la India, y de lo que allí vieron, y de lo que otros muchos críos en el mundo son capaces de idear, de crear, de construir, solo a partir de la voluntad y de su imaginación. Y jurarías que tus dos canijas tienen la boca abierta de asombro en ese momento.

Como cuando sale el cuarteto In Crescendo, ejemplo de integración, y tocan e invitan a todos a corear un pequeño estribillo, y escuchas que a tu lado, tímidamente primero, con decisión después, tienes a una improvisada corista dándolo todo.

Y acaba. Tres horas y media de ideas expuestas por críos que te obligan a replantearte las cosas. Y casi puedes oír, a tu lado, el 'chup, chup' que bulle en las dos cabecitas de 8 y 7 años que, sorprendentemente, han entendido mucho más de lo que tú, adulto soberbio, podías prever.

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