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BLANCA TORQUEMADA
Domingo, 2 de enero 2011, 02:28
Minucioso, observador. Temple en el trazo. Los dibujos que Luis Carrero Blanco fue dejando a lo largo de los años sobre la mesa del palacio de El Pardo en la que se celebraban los consejos de ministros del franquismo están hoy primorosamente recogidos en un álbum de tapas de tela adamascada.
Los conserva el mayor de sus hijos, Luis Carrero-Blanco Pichot, quien explica que esta singular colección en la que confluyen una apreciable veta artística y el interés documental de lo poco conocido e inédito, llegó a sus manos poco después de que ETA asesinara al almirante en la calle Claudio Coello de Madrid el 20 de diciembre de 1973. Tras el magnicidio, su secretario Luis Acevedo, que había ido guardando los dibujos, los entregó a la familia. «Durante años, cuando iba hacia El Pardo, mi padre observaba algún árbol o animal, lo memorizaba y luego lo iba dibujando durante la reunión del Gobierno. Como se ve, muchas de las cuartillas en las que están hechos tienen el membrete del Consejo de Ministros. Y algunos son de mucha calidad, parece que tienen relieve, se tocan casi».
Junto a la estantería donde reposa la recopilación de esta desconocida faceta de Carrero hay colgados varios óleos con motivos marineros. «También los pintó él -relata su primogénito-. Le entretenía mucho la pintura, e igualmente fue un magnífico escritor. Cuando sus amigos le preguntaban que cómo le daba tiempo a todo, él respondía que solo era cuestión de organizarse, porque las 24 horas del día cunden si se reparten bien», apunta, al tiempo que señala una balda repleta de libros «unos suyos, otros sobre él. En ocasiones publicó obras bajo el seudónimo de Juan de la Cosa, y en otras con su nombre».
La pasión por la mar y por la Armada late en cada rincón de esta habitación del hogar filial, sancta sanctorum del estrechísimo vínculo de afecto y lealtad entre padre e hijo. «Los tres hermanos varones hemos sido oficiales de Marina. Y a mí me dio esta Virgen del Carmen que él mismo había pintado (descuelga el cuadro, de pequeño formato) y que me ha acompañado en todos los barcos en los que he estado destinado a lo largo de mi carrera», relata, mientras muestra los nombres de las naves, anotados a mano en el reverso, sobre el bastidor.
Cuando se han cumplido 37 años del atentado que más interrogantes ha abierto en la historia reciente de España y está a punto de emitirse una serie de televisión sobre aquel cataclismo institucional y político, Luis Carrero-Blanco Pichot reivindica a su padre como «persona íntegra y coherente. Solo le movió su vocación de servicio a España y su sentido del deber. Porque, aunque nunca se apartó de la Marina, sí tuvo que dejar los barcos, que eran lo que de verdad le gustaba. Algunos libros le han presentado como alguien completamente distinto de lo que era. Por ejemplo, cuando le pintan como ambicioso, cuando él nunca quiso ser político por ser político. Lo fue porque le llamaron».
Sobre el magnicidio de 1973 se ha escrito a partir de entonces con algunos renglones derechos y otros torcidos o tergiversados, en opinión de la familia Carrero. Ellos prefieren preservar sus recuerdos, los de «un marino a quien le gustaba más hablar con sus hijos de barcos que de política». Los de un hombre «de religiosidad concienzuda, gran profesor y mentor a la hora de guiarnos por nuestra profesión y por la vida». Y los del autor de hermosos dibujos con membrete de Estado.
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