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M. A. L.
Domingo, 24 de octubre 2010, 14:00
Es historiador, gran aficionado al monte, que conoce y ayuda a conocer desde su trabajo en el Centro de Educación Ambiental de Valsaín y está ligado a la Escuela de Dulzaina de Segovia desde el principio. Carlos de Miguel es el secretario de la Asociación para la Promoción de la Cultura y la Música Tradicional, imparte clases de dulzaina y se sabe al dedillo la geografía de Segovia porque la ha recorrido muchas veces, aprendiendo primero y tocando después en muchas fiestas y en variadas ocasiones. La dulzaina castellana, la gaita, «que es como se llamaba siempre a la dulzaina», dice, «es la más evolucionada de todas».
-Comienzan el curso con unos 60 alumnos, ¿son muchos o pocos para una escuela con 28 años?
-Hemos llegado a tener más de 120 alumnos hasta mediados de los años 90 y ahora estamos manteniendo cada curso alrededor de 60, un número que no está mal porque hay muchas escuelas en todas partes.
-¿Quién se interesa por saber tocar la dulzaina?
-Hay gente que se apunta para aprender a tocar bien, y otros con la idea de saber lo suficiente para las reuniones de amigos. Muchas veces se confunde lo 'popular' con el 'todo vale'. Pero la dulzaina no es tan fácil; siempre es complicado afinar bien, aun sabiendo, y cuesta trabajo y disciplina, sobre todo por la embocadura del instrumento.
-¿Cuánto tiempo lleva aprender lo suficiente?
-Pues la respuesta es compleja. Por una parte estamos preocupados porque estamos manteniendo la matrícula con un porcentaje de alumnos que permanecen en la escuela año tras año. Un alumno normal, constante y trabajador puede conseguir un nivel aceptable en cinco años, a otros les cuesta mucho más, otros siguen para ampliar su repertorio... Nunca se termina de aprender y todo depende de hasta donde quieran llegar. En un principio la escuela se planteó para que los alumnos siguieran un programa de tres o cuatro años, pero las cosas toman otros derroteros. También es cierto que el repertorio para fiestas populares es muy extenso, mientras que el tradicional es más limitado pero más complejo porque las técnicas tradicionales de ejecución, como los dobles o triples 'picados' cuesta bastante hacerlas bien, y conseguir un buen sonido con la dulzaina es difícil. A mucha gente no le gusta la dulzaina, incluso le desagrada, porque lo que han escuchado no era de calidad.
-¿ En la enseñanza qué queda de Agapito Marazuela, se sigue su cancionero?
-Hay un poco de libertad de cátedra. Cada profesor enseña lo que sabe, como ocurre en todas las manifestaciones de la música popular. Lo que se ha intentado en la escuela es que los alumnos aprendan de varios profesores con distintos estilos. Yo, personalmente, y ahora que nos faltan los auténticos maestros tradicionales, me agarro al 'Cancionero' de Agapito Marazuela como una de las mejores herramientas para conocer el repertorio tradicional. En el 'Cancionero', que también tiene sus limitaciones, Agapito nos tendió un puente con los dulzaineros del siglo XIX y plasmó en esas partituras lo que a él le pareció más característico del estilo castellano y aquello que entendió que podía estar en peligro de desaparición por las modas que venían. Quien sea capaz de tocar ese repertorio con ese estilo que reflejó el maestro Marazuela habrá alcanzado un grado de capacidad muy alto para interpretar bien a la dulzaina.
- Hay que tocar para saber.
-Hay que saber, pero es necesario pulir las técnicas, no se trata solo de aprender a tocar piezas. Creo que hay que aprovechar todas las posibilidades que nos brinda el instrumento y sacarle el mayor rendimiento posible y por otro lado enseñar lo que nos han trasmitido los mayores, el oficio. Por eso hay que conocer también el lenguaje social de cada pieza, qué hay que hacer en cada fiesta, en qué sitio ponerse en cada momento, que no es lo mismo una procesión que un recibimiento, un baile o animar el ambiente. Y es muy importante, para los alumnos y para los profesores, seguir hablando con la gente mayor, con los gaiteros tradicionales que aún quedan, y que saben mucho de las formas de interpretar y de proceder.
-Una curiosidad, la dulzaina viene de lejos pero ¿de dónde?
-La teoría más extendida es que viene de oriente, como casi todo. Lo cierto es que los instrumentos de esta familia son universales ya que podemos encontrar instrumentos de doble lengüeta, como la dulzaina, por todo el mundo, desde China o la India hasta los países del África subsahariana. Allí tocan un instrumento similar que llaman 'algaita'. También en Europa hay ejemplos como la bombarda de Bretaña. En toda España hay múltiples variantes, en Aragón, en Cataluña, en Valencia, en Navarra y, por supuesto, en Castilla. En Segovia, tradicionalmente se le ha llamado gaita y dulzaina se empezó a generalizar cuando se introdujeron las llaves para diferenciar el instrumento moderno del primitivo. Formalmente, la castellana es la más evolucionada de todas; las llaves permiten tocar con semitonos y que la voz de la dulzaina sea más rica y armónica. Siemprese ha buscado que sea un instrumento idóneo para tocar al aire libre, y tiene que tener un timbre y un volumen elevados.
-¿De dónde salen, quién hace hoy las dulzainas?
-Si no hubiera sido por Lorenzo Sancho, que empezó a construirlas a finales de los 70, quizá no se habrían mantenido porque durante unas décadas no se hicieron. Había que comprarlas de segunda mano y no solo era difícil encontrarlas sino arreglarlas, ya que solían estar en mal estado. Las más antiguas eran de madera de peral, o de otros frutales fáciles de conseguir, y cuando se introdujeron las llaves empezaron a utilizarse maderas nobles como el ébano, el granadillo o el palosanto. Hoy día, las más utilizadas siguen siendo las de Lorenzo Sancho, pero en Segovia hay dos constructores más, Martín López y Juan Pablo Barreno.
-¿Cuestan mucho?
-Son caras. Las buenas están alrededor de 1.500 euros, y las que no tienen llaves cuestan unos 200.
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