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SECCIÓN

Lo que es del César

«Todavía hay quien se extraña e incluso quien se escandaliza por el hecho de que los políticos se rodeen de asesores de imagen»

ALFONSO ARRIBAS

Sábado, 4 de septiembre 2010, 02:58

Me voy a poner algo frívolo, que falta me hace. Revolviendo en el cajón de los recuerdos (lo mío no es un baúl, porque padezco de amnesia recurrente, miedo a acumular memorias, y me quedaría grande un contenedor tan amplio), he caído en la cuenta de que el famosísimo portavoz de los controladores aéreos, ese chico rubio de ojos azules tan elegante llamado César (Álvarez) Cabo, fue compañero de facultad, de clase y en muchas jornadas de pasillo y cafetería.

No se me molestará si explico que le llamábamos querubín, por razones evidentes. Esa dulce apariencia que ahora muestra por las televisiones en aquel entonces, con 18 años, estaba en su punto álgido. Nada de barbita cuidadosamente descuidada, tampoco muestras evidentes de su paso por gimnasios...

Charlamos bastante y nunca imaginé que alcanzaría la popularidad, quizá efímera pero sorprendente en todo caso, que le ha convertido en poco menos que un icono del estío 2010, como la canción del verano pero en personaje.

No voy a utilizar este espacio para contar batallitas de aquella época, pero sí para demostrar que esto de la comunicación institucional tiene su misterio. No neguemos que los controladores aéreos forman uno de los colectivos profesionales más antipáticos de cuantos se integran en nuestro sistema laboral, más aún desde que se ha publicado hasta la saciedad todos los ceros de sus sueldos. Secretamente o no, todos hemos calculado los años que nos tocaría trabajar para alcanzar sus ingresos de un trimestre, y por mucho que nos apresuremos a llamar a eso sana envidia, nos deja un poso de rencor que además viene enriquecido por su habilidad, la de los controladores, a la hora de diseñar huelgas dolorosas.

Pues bien, en mitad de este panorama, llega César Cabo, periodista de carrera que sin embargo, hasta el momento, apenas había ejercido labores de información, y logra colocar en un segundo plano las tiranteces gracias a su apariencia, sobre la que tanto hombres como mujeres coinciden en calificar de atractiva.

Tiene clubes de fans, admiradores y admiradoras, se hace fotos de moda y practica la mirada perdida ante la cámara, quizá escudriñando los cielos con afán controlador, será vicio profesional. Ha contrarrestrado una fase crítica para su colectivo en un tiempo récord y lo ha hecho, de nuevo espero que no se moleste, con un discurso poco sólido y repleto de victimismo. Da igual. La camisa bien planchada ha vencido, su tono conciliador y su cara de no haber roto un plato en la vida ha convencido a muchos, dando verdad a un mensaje que el bueno de César ha reiterado estos días: somos gente normal, con un buen sueldo y un trabajo estresante.

Y todavía hay quien se extraña e incluso quien se escandaliza por el hecho de que los políticos se rodeen de asesores de imagen... Un acierto en este terreno vale más que el trabajo resultante de una reunión entre diez escribas de discursos, cuatro ideólogos y un gurú.

Creo que lo dijo la gran Arancha Furundarena: si quien se sienta a negociar es el yerno perfecto, el amigo leal, el novio respetuoso y tranquilo, al final la razón cae a plomo hasta su lado de la mesa.

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