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ESPERANZA ORTEGA
Miércoles, 7 de abril 2010, 02:50
En 1549 se firmó la Paz de las Damas, un tratado por el que se ponía fin a las guerras constantes entre Francia y el Imperio, que habían asolado Europa hasta ese momento. Lo firmaron Luisa de Saboya, madre de Francisco I, y Margarita de Austria, tía de Carlos V. La Paz de las Damas, aunque duró bien poco, se puede considerar un símbolo de la habilidad femenina para solventar los conflictos internacionales sin necesidad de tomar las armas. Esta habilidad ha sido puesta de relieve por el movimiento feminista, que se propone no sólo la conquista de la igualdad entre los sexos, sino también la transformación social, pues las mujeres representan la resistencia de la vida frente al instinto de muerte del poder patriarcal. Muchos siglos antes, Lisístrata, la protagonista de una comedia de Aristófanes, ocupaba la Acrópolis y declaraba la huelga sexual de las mujeres -las atenienses se negaban a hacer el amor con sus parejas- mientras los hombres no abandonaran la estúpida manía de matarse los unos a los otros. Está claro que tradicionalmente la mujer no ha participado del espíritu épico, ni posee ese designio agresivo que parece estar escrito en el código genético masculino, precisamente por eso puede que el género femenino se haya dejado avasallar por los hombres a lo largo de la historia. Sin embargo, las mujeres han sobrevivido a la injusticia histórica con dignidad, quizá porque, como explicaba Tagore: «La raza de la mujer es fluida, no rígida, sino animada y vivaz». La propia experiencia nos muestra que el número de mujeres terroristas es mucho menor que el de hombres y que, en el ámbito de lo privado, violencia de género significa violencia del hombre sobre la mujer, pues apenas hay casos de mujeres que intenten asesinar a sus parejas. Esto no significa que las mujeres no luchen con decisión por conseguir sus objetivos, sino que sus métodos son menos crueles y más inteligentes. Como muestra tenemos a las 'madres locas' de Argentina y a las 'damas blancas' de Cuba, por citar sólo dos ejemplos. Por eso mismo la aparición de 'las viudas negras', las dos muchachas que han muerto matando en el metro de Moscú, es doblemente dolorosa. Primero por la desdicha que originan y segundo porque dicen hacerlo en nombre del amor a sus maridos muertos y a la patria. Cuando la igualdad entre los sexos en el mundo es todavía una utopía, a pesar de los avances que se han conseguido gracias a la extensión de las ideas feministas en el Siglo XX, sólo falta que nos igualemos en la tarea de la destrucción y en el espíritu de la crueldad. Yo les diría a estas mujeres que leyeran a Virginia Woolf, que en su libro 'Tres guineas' arremetía contra el nacionalismo y la idea de patria, origen de todas las guerras, con estas sencillas y lúcidas palabras: «Como mujer, no tengo país. Como mujer no quiero un país. Como mujer, mi país es el mundo entero». O más sencillamente todavía, que les digan a sus padres, a sus hermanos y maridos que las dejen en paz.
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