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Prostitutas del Moonlite Bunny Ranch presentan la campaña de apoyo a la aspirante demócrata.

Un chulo en campaña

Ha anunciado que piensa presentarse a senador y sus empleadas apoyan a Hillary Clinton. Dennis Hof, propietario de buena parte de los burdeles legales de EEUU, es un charlatán del sexo que dice haberse acostado con 4.000 mujeres

CARLOS DE BENITO

Martes, 16 de febrero 2016, 19:24

En el improbable caso de que a Hillary Clinton se le ocurra hacer parada electoral en Mound House, puede estar segura de que contará con un público entusiasta y vistoso, y también de que los medios de todo el país cubrirán con gran interés su paso por este villorrio en mitad de ninguna parte. En la localidad de Nevada se encuentran cuatro de los diecisiete burdeles legales que existen en Estados Unidos, y las trabajadoras del más famoso de todos ellos, el Moonlite Bunny Ranch, han constituido una asociación llamada Hookers for Hillary, algo así como Las putas con Hillary, que se dedica a impulsar su candidatura mediante pancartas, vídeos y ceñidas camisetas: argumentan estas mujeres que la aspirante demócrata defiende las posturas más acertadas en los temas que a ellas les preocupan, como la sanidad pública, la desigualdad económica o la violencia de género.

Y seguramente tendrán razón, pero resulta difícil no ver detrás de la iniciativa la larga mano de Dennis Hof, el propietario de ese prostíbulo y de otros seis, un exitoso charlatán que ha aplicado sus inagotables estrategias de embaucador al negocio del sexo. En Estados Unidos, los burdeles solo son legales en los condados menos poblados de Nevada, y aun así están sometidos a restricciones como la de no poder publicitarse, pero Hof ha sabido encontrar otras vías hacia la notoriedad mucho más efectivas que los viejos anuncios. La ocurrencia de Hookers for Hillary ha sido la penúltima. La última, su anuncio de que planea presentarse a senador. Pero antes de eso ya se había hecho famoso en todo el país: «Mi imagen pública es la de este tipo que bebe champán, fuma puros, va al trabajo por la mañana, se tira a diez o quince chicas, tiene un par de reuniones, vuelve al bar, se toma unas cuantas bebidas más y se tira a otras cinco o diez chicas», ha resumido en la revista Details este hombre «con nervios de acero y cojones de búfalo», sin añadir grandes desmentidos.

Dennis Hof, de 69 años, viene de una familia humilde de Arizona y tuvo su primer empleo en una gasolinera. Pronto se compró su propia estación de servicio. Al cabo de unos años ya poseía cinco y en 1972 descubrió el sector del relax: había escasez de petróleo, con interminables colas frente a los surtidores, y Hof llegó a un acuerdo con una casa de masajes, por el que reservaba combustible a las trabajadoras a cambio de servicios gratuitos.

Experimentó una iluminación de la que jamás se ha repuesto, que le llevó a invertir un millón de dólares en el Bunny Ranch y a emprender su personal actualización del negocio: permitió la entrada a clientas y parejas, con el objetivo de compatibilizar el mercadeo sexual con la atracción turística, y empezó a dar una campanada tras otra con sus tretas circenses en materia de relaciones públicas. ¿Ejemplos? Hay tantos... Dennis Hof contrató como chófer y camarero a John Bobbitt, aquel desgraciado al que su esposa cercenó el falo, que después acabaría haciendo pelis porno como Frankenpenis. Dennis Hof ofreció sexo gratis a los primeros cincuenta veteranos de Irak que se presentasen en el burdel. Y, en fin, Dennis Hof organizó el concurso Échale un polvo a mi abuelo, en el que se impuso Johnny Orris, un encantador caballero de 86 años que llevaba una década viudo y abstinente. El premio era acostarse con dos chicas, así que Johnny acudió al Bunny Ranch, eligió a sus favoritas Caressa Kisses y Vanity y decidió acumular fuerzas antes de la fiesta zampándose un buen filete. Se atragantó con la carne y murió, y lo peor es que su nieto, que le había presentado al concurso y le hacía de acompañante, decidió no desperdiciar el bono del premio y lo usó aquella misma tarde.

Al menos ocho orgasmos

Pero no nos desviemos: Hof, algo así como la voz del sexo industrial en Estados Unidos, lo mismo puede hablar de sus experiencias de cama con cuatro mil mujeres (sí, 4.000) que opinar sobre algún congresista pillado en falta. Ha llegado a dar una conferencia en la Universidad de Oxford y siempre suelta frases resultonas: «Hay más putas en la política que en los cincuenta años de historia del Bunny Ranch», por ejemplo. O «todo el mundo tiene algún chulo». O, ejem, «nunca penetro por primera vez a una mujer sin proporcionarle al menos ocho orgasmos». Sus mayores éxitos como feriante del fornicio han sido Cathouse, un reality de la HBO que a lo largo de cuatro temporadas presentó la vida cotidiana dentro del Moonlite Bunny Ranch, y The Art of the Pimp (es decir, el arte del chulo), un libro de memorias en el que se anticipó a las críticas e insultos de sus detractores: incluyó un despiadado informe psiquiátrico, que lo define como narcisista y le atribuye tendencias sádicas, y permitió que una de sus exparejas escribiese un capítulo y le atacase con saña.

Su cénit de protagonismo llegó el pasado mes de octubre, cuando el jugador de baloncesto Lamar Odom, miembro del clan Kardashian, acabó en coma por sobredosis en otro de sus establecimientos, el Love Ranch. Un empresario normal tal vez se habría refugiado en un prudente mutismo, pero nuestro sacamuelas del Oeste no podía desperdiciar la ocasión de aparecer en todos los medios del mundo. «¡Fue lo más googleado del año!», sigue presumiendo. Además, de alguna manera tenía que amortizar esos 70.000 euros que Odom había dejado sin pagar.

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