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Trashumancia al paso con los utreros de Aurelio Hernando en el último encierro de Cuéllar
Monturas y bueyes guiaron sin sobresaltos a un sexteto noble y hermanado formado por unas reses de diversa capa y homogéneo comportamiento en el tramo campero
El quinto –no hay quinto malo- encierro de Cuéllar, jueves 4 de septiembre de 2025, fue un homenaje a aquellas ancestrales conducciones de bóvidos por cañadas y veredas. Que no estaban vinculadas con encierros, sino con el tráfico mercantil de las reses destinadas para el consumo humano de sus carnes. El corral de suela junto al Cega ofrecía, minutos antes de las 8 de la mañana, una alegre policromía, que delataba el origen veragüeño de los utreros de Aurelio Hernando, propietario de la vacada que pasta en tierras serranas madrileñas, en el término de Soto del Real, población con reminiscencias ganaderas desde antiguo y actuales penitenciarias.
Tras la suelta, que siempre genera unos segundos de incertidumbre sobre la dirección que toman las reses de lidia (los bueyes ya tienen su gps incorporado), apenas se adentró la comitiva en el pinar las cabalgaduras lograron amortiguar los recuperados bríos de unos animales que regresaban a la libertad. Tanto que hubo una parada apenas a trescientos metros, e incluso una segunda antes del paso de Las Máquinas. Hacía tiempo, muchos años, que no se hacía ese par de altos en el camino bajo las copas arbóreas. Por unas razones o por otras, es decir, por unos toros o por otros. La calma chicha presidía el transcurso de la comitiva por el suelo arenoso del pinar.
La procedencia Veragua de la vacada de Aurelio Hernando, lo que presupone su origen vazqueño conjuntamente, era visible en el cromatismo de las capas y en el perfil anatómico de los utreros. Tres jaboneros, uno de ellos sucio (más oscuro), otro melocotón (que hacía recordar a las añoradas reses de Molero Hermanos) y el sexto negro, todos de encornadura moderada y hechuras proporcionadas. De aquella ganadería del Duque de Veragua apenas subsisten en su procedencia un puñado de divisas, y el hierro, el que se marca en las reses de Juan Pedro Domecq.
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Cual trashumancia antigua, sin duda favorecida por las faenas de hermanamiento y encabestramiento en la finca Carmona (Castronuño) desde la que llegaron a Cuéllar, transcurrieron los siguientes tres kilómetros, siempre al paso, con los bueyes en el papel de guías tranquilos, y los astados de lidia siguiendo su estela, siempre cercana. Apenas perceptible el ronco sonido de los cencerros, sin las agitaciones de otros días. Sin novedad en el paso bajo la autovía de Pinares, obstáculo en tantas ocasiones para otros encierros. Y después, en un teso desde el que ya se divisa el perfil mudéjar de Cuéllar y su castillo-palacio de los Duques de Alburquerque, el último reposo.
La tónica de la conducción bóvida no perdió su principal rasgo, el de un agrupamiento en velocidad lenta, parsimonioso, que en el descenso del embudo, inicialmente, mantuvo ese rango contenido, sin necesidad de que las garrochas sirvieran de freno de mano pecuario. El ritmo, poco a poco, se fue avivando y el grupo penetró en las calles cuellaranas… Bueno, todos menos uno, que regresó a la tierra bajo el señuelo de dos caballistas. El utrero, jabonero, rebobinó su recorrido hasta el páramo superior del embudo, aunque con la ayuda de los bueyes en la reserva motorizada fue, finalmente, reconducido al umbral en el que se despedía, definitivamente, de su vida en libertad.
Y, como en ninguno de los días anteriores, los corredores pudieron gozar de templar embestidas, encajados los riñones en la cercanía de las astas, con los utreros de Aurelio Hernando abriendo la manada, con un tranco acompasado y rítmico, sostenible (por los músculos, que aquí no se lidian ideologías) durante varias decenas de metros. En Las Parras, la calle en subida y sin talanqueras donde se dan cita los corredores más en forma y con más experiencia delante de las astas, se pudieron contemplar carreras de gran mérito.
Cinco, primero, y uno, el rezagado, después, los utreros irrumpieron en la arena del coso cuellarano y, finalmente, pasaron a los corrales. Un descanso merecido para los protagonistas de un rito que ha consumado un nuevo año en su secular y emotiva historia. Ya queda menos para los próximos encierros. ¡A por ellos!
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