Alumnos del Ezequiel González que participaron en la Olimpiada. El Norte

El Ezequiel González se saca una espinita olímpica

El equipo de Bachillerato del instituto segoviano gana la Olimpiada Nacional de Escuelas de Ingeniería y afianza su apuesta por la tecnología

Domingo, 20 de julio 2025, 08:51

El instituto Ezequiel González es el equipo modesto de fútbol de la ciudad, a la sombra del grande, del Mariano Quintanilla, su vecino de enfrente. ... No tiene los alumnos, los medios o el prestigio del centro donde impartió clase Antonio Machado, pero puede presumir de tecnología, una fábrica de ingenieros. Quizás sea el futuro de Nicolás Arranz Sanz, Irene Centeno Casado o Diego García Tapia, ganadores en Algeciras de la Olimpiada Nacional de Escuelas de Ingeniería ante otros alumnos de Bachillerato y veinteañeros creciditos de ciclos superiores. «Siempre oímos que el Andrés Laguna o el Quintanilla han conseguido cosas... Pues también el Ezequiel. Y tiene mucho más mérito. Tenemos menos alumnado, pero somos una familia», subrayan sus profesores Amelia Antón y Miguel Ángel Vega.

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Un estudiante del Ezequiel ganó en 2015 una olimpiada de la Escuela Agroalimentaria de Palencia, uno de los primeros formatos impulsados por la Universidad de Valladolid (UVA). Era un test para alumnos de Bachillerato que cursaban Tecnología Industrial. Los docentes postulaban candidatos y acudían de forma conjunta con los del Quintanilla. Pasó después a ser colectivo, jornadas en el edificio Miguel Delibes de Valladolid con proyectos de toda la región. El instituto Ezequiel González lo ganó en 2018 con una maqueta de una casa con energías renovables. Y al siguiente, con un coche autónomo que sorteaba obstáculos, pero entonces no había una fase nacional.

Mayoría femenina en 2019

El centro no pudo concurrir los años siguientes por un cambio en las reglas para potenciar el papel de la mujer en la ingeniería que exigía tener al menos la mitad de miembros femeninos en los equipos. Aunque el instituto puede presumir de varias jóvenes que se han sumado a las ingenierías, un Bachillerato tecnológico sigue siendo predominantemente masculino. «Escribí una queja a la universidad diciendo que yo iba con mi alumnado, con lo que tuviera cada año», resume la profesora. Y las chicas eran mayoría cuando ganaron en 2019.

La restricción desapareció y el Ezequiel volvió. «Ellos plantean un reto, lo trabajas con los alumnos en el aula y luego tienen que hacer lo mismo allí, desarrollar el proyecto en dos horas». El grupo ganador parte del equipo de 2023 que se quedó a las puertas del premio regional. El objetivo era hacer lucir un diodo eléctrico que a su vez iba acoplado a una turbina hidráulica mediante el movimiento del agua. «Nos costó muchísimo». Solo lució unos instantes con la ayuda de levantar el agua para aumentar la energía. «Pero nuestro proyecto tenía solidez», apostilla la representante de este instituto segoviano. Por eso fueron terceros.

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Ahí estuvieron Nicolás y Diego, que aprendieron una lección más allá de la tecnología: la gestión del fracaso. «Es un proceso doloroso de ensayo error. Y te llevas malos momentos porque a veces falla». No pudieron redimirse al siguiente, aunque Irene ganó uno de los premios individuales. «Así que este año seguían picados».

«Es un proceso doloroso de ensayo error. Y te llevas malos momentos porque a veces falla»

Los de Segovia se plantaron en Valladolid para construir un aerogenerador. Un reto parecido al de su cuenta pendiente, el diodo, pues consistía en utilizar la energía mecánica, ahora eólica en vez de hidráulica. Se medía cuánta era capaz de producir en condiciones normales y con una especie de túnel de viento que aumentaba considerablemente la velocidad. La clave era que la turbina aguantase ese empuje.

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«Trabajan en grupo, cada uno con sus capacidades. Hay que llevarlo bien preparado». Se encontraron una competitividad creciente, con cerca de cuarenta grupos. No solo se quitaron la espinita, sino que ganaron el billete a la fase nacional en un certamen que dejó una conclusión. «A la hora de producir energía, los diseños más simples eran los más eficientes. A veces te vas a lo más complicado y no funciona mejor». Un razonamiento que ya habían refutado en clase cuando un alemán –parte de su programa Erasmus– preparó el álabe –una estructura aerodinámica– más complejo, pero no lo hizo funcionar.

El trece les trajo suerte

El problema era la fecha, con el curso ya acabado. Así que fue un esfuerzo por parte de alumnos y profesores que prueba la vocación de ambas partes. «Los alumnos desarrollan sus habilidades cuando tienen interés y esto a nosotros también nos motiva. Julio, Algeciras, vamos para allá». Un desplazamiento costeado por la UVA a través de patrocinadores como Michelin, uno de los que se beneficia de madurar ese talento. La Escuela de Ingenieros Técnicos Superiores de Algeciras asumió la organización para celebrar su 50 aniversario. Cuando llegaron allí y vieron las dimensiones de uno de los puertos más grandes de Europa entendieron que las Olimpiadas iban a ir por ahí.

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Porque uno de los cuatro retos era optimizar la carga de los barcos para dar salida al mayor volumen de mercancías. Junto a la elaboración de un circuito eléctrico doméstico –con interruptores o conmutadores– en el que había que averiguar por simple observación –sin polímetro– qué elementos tocaba activar para encender la bombilla. Un menú que incluía una prueba de control de temperatura y otra química. Cada reto estaba en un aula –tenían 25 minutos para afrontarlo– y los trece grupos iban turnándose con periodos de descanso.

De las cuatro evaluaciones salió la clasificación final. Y ganó el número 13. «Cuando les tocó, lo teníamos claro, este es el número de la suerte». La clave es la coordinación entre los miembros del equipo para resolver la tarea contrarreloj y organizarse, por ejemplo, para programar siete días de carga y descarga de embarcaciones. Su otro grupo (Alba Gómez Galán, Lola Misis Castrillo y Alba Piñuela Seoane) fue cuarto en la categoría de Secundaria.

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El número 13 valió un patinete eléctrico para cada uno. Hubo que hacer encaje de bolillos para meterlos en el vehículo de vuelta a Segovia. El verdadero premio va más allá. «Como profesores, nos cuesta que se centren, pero hicieron un trabajazo. En el departamento nos hemos esforzado por acercar el mundo de la universidad y de las ingenierías, que por lo menos lo conozcan». Por eso valoran un centro pequeño, «de fácil manejo», con una ratio baja de alumnos por profesor, buenos resultados de EBAU y un abanico amplio de actividades. Una fábrica de ingenieros.

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