Elvia, la rastreadora de Segovia de trece años que guía expediciones
La hija del segoviano Fernando Gómez recibe un galardón, considerado el Oscar de la exploración, por su trabajo siguiendo huellas de animales en doce países
El legado del rastreador segoviano Fernando Gómez está asegurado con su hija Elvia Gómez Troya, premiada a los trece años por la Scientific Exploration Society, la organización más antigua del mundo, con el Young Scientific Explorer Award 2025, algo así como la mejor rastreadora joven.«Seguí los pasos de mis padres porque son los que me han guiado desde que estaba en la tripa». La joven cuenta la anécdota de los cascos en la barriga de su madre como si lo hubiera vivido, como si recordara los sonidos de aves y anfibios que se reproducían a través de ellos. Quizás sea la lógica del rastreo: no hace falta presenciar algo para saber qué ha ocurrido realmente.
Aquella niña que aprendió mediante libros los sonidos de animales acompañaba a su padre a conocer marmotas y búhos por montañas de Francia, Andorra o Portugal. Y con cuatro años se plantó en Finlandia. «Fue la expedición que marcó más mi comienzo». Después, estuvo en Bulgaria persiguiendo huellas de chacales. Su punto de inflexión llegó, con diez, en Kenia y Tanzania, descubriendo elefantes y conviviendo con una tribu de cazadores-recolectores. Las últimas navidades las pasó en Zambia luchando contra la caza furtiva.«El profesional es mi padre, así que luego en el campo aprendía de ellos».
Es la primera persona española en recibir este premio, uniéndose a una lista de referentes internacionales. Elvia ha seguido huellas de fauna en una docena de países y a los once años publicó su primer libro. Parte de los fondos generados por su trabajo contribuyen a financiar su participación en proyectos de conservación internacional. «Lo hago porque siento que la naturaleza necesita nuestra ayuda. Con la suerte de tener a mano a tanta gente que me ha enseñado, la tengo que aprovechar. Si no somos cuatro personas las que hacemos esto, vamos a acabar con el planeta, que es el que nos ha dado la vida», argumenta ella, que aspira a formar parte de una red de cuidadores ambientales.
«Es mi hogar. Aparte de tener mi casa, los animales son mi familia. Todo lo que tenemos en la naturaleza me flipa». Se da alguna licencia como el break dance, pero es un espíritu contracultural en su generación. «Comparto más anécdotas con gente de Colombia o México, que de verdad les gusta esto, que con los de mi clase. Solo hablan de videojuegos o fútbol. Oye, cada uno con sus gustos, ellos podrían decir lo mismo. Acaban burlándose de mí y no lo respetan». Horas en el campo y recolectar excrementos no son precisamente tendencia en TikTok. «Como mucho, pasean al perro por la ciudad».
«Comparto más anécdotas con gente de Colombia o México, que de verdad les gusta esto, que con los de mi clase»
Elvia va a clase en Navarra, el epicentro de su vida nómada, que incluye Segovia, la tierra de su padre, con un amplio currículo de premios. Ella tiene el suyo. «Me siento súper orgullosa, pensar que estoy a la altura de mis ídolos es una pasada. Espero poder pertenecer a ese equipo no solo unos años, sino hasta que me muera». Lo recibió antes de partir hacia Nacional Madidi, en la Amazonía boliviana, en busca de tapires y jaguares. Fue con su padre y su madre, Paloma Troya, en colaboración con la comunidad indígena Takana, a realizar un primer estudio de fauna silvestre y formar a seis jóvenes locales como guías, ofreciéndoles una alternativa profesional frente la deforestación o la caza furtiva.
Ha trabajado junto a sus padres en una guía que suma quince años de investigación de campo, que se publicará en otoño. Recibirá el premio en Londres el 15 de octubre, donde se entregarán los Oscars of Exploration. «Lo que más me gusta es poder escribir libros. Que no se pierda la esencia de pasar una página, de subrayar». Y los documentales, como Félix Rodríguez de la Fuente, otro ídolo que comparte con su padre.
Su padre recibió el galardón como una sorpresa que premia su esfuerzo. «Ha trabajado muy duro. Ha dado charlas conmigo, talleres... Con todo lo que ha ganado, se ha pagado su billete a Bolivia y ha comprado el material. No para, se quita tiempo de otras cosas, y eso al final tiene su recompensa». Esa ética del esfuerzo es solo una parte del aprendizaje que ve en legar el rastreo a su hija. Por eso defiende su método frente a una infancia más normalizada entre fútbol y videojuegos.
«Mi hija tiene un cerebro increíble porque está todo el día leyendo y en contacto con la naturaleza. Y físicamente es una bestia porque entrena para expediciones». Y añade una herramienta más, la gestión de emergencias y primeros auxilios. «Vamos a la selva, ella entiende el valor de una ducha de agua caliente. Eso no se lo puedes explicar a un chico que lo tiene todo. No porque sea mi hija, pero debería haber más Elvias. El planeta lo necesita».
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