«Somos conscientes de que jugamos a la lotería»
Un miembro del equipo de bomberos de Segovia que ha prestado ayuda en la comarca leonesa explica la difusa línea del riesgo: «Nos mata la prisa»
Jesús Mariano Martín García (31 de julio de 1967) explica con un boli y una servilleta por qué el equipo de bomberos del Ayuntamiento de ... Segovia quemaba fragmentos de una ladera berciana para proteger al pueblo vecino, Leiroso, de un frente virulento que se había formado en apenas tres minutos. «En incendios así, es ridículo que vayas con un camión de 3.500 litros de agua a apagar una ladera. Meten fuego para que no empeore la cosa». Limitar daños quitando alimento a las llamas: ya que no se puede apagar, que no crezca, que no atraviese la carretera, la escena que aterroriza a esos vecinos que, según remarca, tienen una dilatada experiencia en enfrentarse una y otra vez al mismo fantasma. Como los de Portela de Aguiar, Santo Tirso de Cabarcos, Sanvitul y Villarubín, asumiendo el máximo precio por ayudar. Es el axioma de la profesión: ir directos al lugar del que el resto huye.
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–¿Por qué bombero?
–¿Y por qué periodista? No lo sé. Siempre me ha gustado el campo, el rescate, el ayudar. La vida te da muchos garrotazos y yo di muchas vueltas por ahí, pero dije que quería ser bombero, aunque me costó diez años de oposición. Esta profesión lleva casi todo, lo que aprendes en ella. La teoría es una parte, pero somos un equipo. Trabajar con unos y con otros te da tablas. La verdad es que se tarda mucho tiempo en aprender a ser mayor. Y cuando lo consigues, ya eres viejo. Ya en dos años me 'obligan' a jubilarme.
–Tras pasar por tanta emergencia, ¿no tiene miedo?
–Sí. La verdad es que yo me considero un tipo un poco cobardica. Si alguien me pinta una línea con dónde está el riesgo, yo me quedaría siempre en el otro lado, pero caminamos siempre por ese filo. Nosotros somos conscientes de que jugamos a la lotería: intentamos tener los menos boletos posibles. Hay profesionales fantásticos y les pasan cosas ridículas yendo a la compra. Yo he tenido un par de accidentes feíllos, pero son gajes del oficio.
–¿Por qué siente la necesidad de ir al Bierzo?
–En el parque siempre ha habido esa inquietud de ayudar, hubo bomberos nuestros en el chapapote. Ahora hay un equipillo de gente muy joven que me arrastra. Tienen hormigas en los calzoncillos. Cada vez que hay algo, van. Yo soy uno más, pero hay gente que se ha puesto todas las vacunas porque están dispuestos a ir a Haití si hay un terremoto. El listón está alto. Cada vez me veo con más tablas, pero noto el físico, ya no soy el que era.
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«Prendimos fuego a una ladera muy grande para salvar a un pueblo. Nunca había hecho algo así»
–¿Qué esperaban encontrar?
–Una catástrofe. En la televisión ves las dimensiones, pero cuando llegas ahí ves realmente lo que hay. En el primer momento hay un poco de descoordinación, estuvimos en retaguardia y queríamos intervenir. «Tienes una cuba de 12.000 litros y tíos con pelo en el sobaco de ver fuegos y no van a hacer ascos». Esa misma tarde ya nos metimos en faena.
–¿Es frecuente en una catástrofe? Pedir ayuda por doquier...
–Y cuando llega no sé qué hacer con ella. Lo complicado de todo eso es coordinar, no dejar a nadie fuera. Si tengo ocho autobombas ligeras, repartirlas. No dejar a nadie sin un bocadillo.
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–¿Cuál fue su faena?
–Defender pueblos, abastecer de agua a los camiones con nuestra nodriza y enfriar los focos calientes. El fuego tenía unas dimensiones monumentales: el frente es dónde le das matarile, pero si dejas focos calientes y el aire los reaviva, vuelves a liarla. Uno de ellos se reavivó en un sitio bastante inaccesible. Fuimos allí a hacer una línea, atacándole con agua, pero el fuego nos hizo replegarnos. Hicimos una quema controlada de un volumen que a mí me dejó impresionado. Yo no había hecho nunca algo así. Era meter fuego a una ladera muy grande para proteger a un valle y un pueblo.
–¿Cómo explicaría las dimensiones de aquello?
–No sabría decirlo en hectáreas, pero unos cuantos valles muy grandes. Probablemente no haya habido un fuego tan grande en Segovia como lo que quemamos. Y era el mal menor. Era una ladera bastante pindia con matorral, robles importantes… Digamos que nosotros provocamos un fuego digno de que fueran los bomberos. Y le dejamos quemar. Así trabajan allí ahora. No puedes ir con una manguera ante un enemigo del tamaño de un monstruo. Precisamente hicimos ese cortafuegos porque los medios aéreos se desplazaron al de Igüeñas porque era un pueblo sin salida y había más peligro en aquel que en el nuestro. Son carreteras súper estrechas y retorcidas, haces kilómetros y kilómetros por zonas quemadas. Se han perdido vidas, se han quemado casas, aunque fueran segundas residencias. Y la fauna desplazada.
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«En el parque hay inquietud de ayudar. Hay gente que se ha puesto las vacunas por si toca ir a Haití»
–¿Qué siente cuando está en un incendio en el que están muriendo bomberos?
–Ninguna zarza merece la vida de nadie y hay veces que corremos de más. El valor de lo que vamos a salvar ni siquiera se aproxima a que un tío esté de baja, pero nuestra profesión es esa. Siempre intentamos que nunca suceda. Es algo que nos toca muy de cerca, como el accidente de Alcorcón, deja una huella que te hace plantearte muchas cosas. Estudiar y practicar mucho para que no te pase. Fue un incendio bajo rasante en un garaje, algo de lo más complicado que hay. Tristemente, de este accidente hemos aprendido bastante.
–¿Llega a plantearse si merece la pena?
–Igual en ese garaje se hubieran quemado 20 coches si hubieran ido más despacio, pero se han perdido dos vidas. Es lo que decíamos, la línea entre lo seguro y lo no seguro. Nos mata la prisa, la mayoría de los accidentes es por ir un poco por encima de nuestras posibilidades. Vas paseando por el rompeolas de Gijón y ves a un 'chiquín' que se ha caído al agua y lo está pasando mal. Si le sacas, eres un héroe, pero si te quedas tú eres un pringado. Esa raya es la que nunca tenemos claramente dibujada.
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–¿Qué siente cuando ve arder un entorno que quiere?
–Cuando salía al monte de pequeño tenía un gorro y me encontré en él una chapa que decía: «Si se quema el monte, ¿dónde vamos a ir las cabras?» Y estuve mucho tiempo llevándolo los domingos. Claro, si este es mi medio de ocio y se quema, ¿dónde voy yo?
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