Las huellas de León Felipe en Sequeros, donde vivió seis años
Mañana se cumple el cincuentenario de la muerte del poeta, que vivió en la localidad salmantina, en la que su padre fue notario
PAULA HERNÁNDEZ ALEJANDRO
SALAMANCA
Lunes, 17 de septiembre 2018, 08:49
Tábara-Zamora-Salamanca-Sequeros… Es tiempo de siega a mano y de parva cosecha, de escuelas cerradas y horizontes abiertos, de soles abrasadores y seranos con ligera brisa. Es julio de 1887. Higinio Camino y Valeriana Galicia, su esposa, echan una última mirada. ¿Nos olvidaremos de algo?, parecen decir. Atrancan la puerta de su casa tabaresa, ubicada en la calle Escribanos, y se ponen en marcha: la familia está integrada por el matrimonio y cinco hijos de corta edad (he aquí sus nombres: María de la Concepción -a la que llamarán Consuelo-, Julio, Felipe, Ángela y Pablo Leónides, según aparecen en las inscripciones de los Libros de Bautismos de la parroquia de la Asunción y en el Cuaderno de Nacimientos del Registro Civil de la villa zamorana), además de Salustiana Ayala, madre de Valeriana. La familia reside durante siete años y medio en ese municipio: de finales de octubre o primeros de noviembre (Higinio abre el Libro Indicador de la notaría el 3 de este último mes) de 1879 a junio de 1887 (lo cierra el día 20). Adiós. A la torre de los «beatos» y a la rutina dichosa, beatus ille o no. Adiós, adiós…
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El terreno de las elucubraciones es pantanoso. Hay que orillarlo. Sin embargo, si cabe plantearse una cuestión: ¿por qué Higinio y Valeriana, padres del poeta León Felipe, deciden abandonar Tábara y asentarse en Sequeros? Aparentemente, no existe una causa profesional o económica, pues ambas localidades acogen notarías de tercera categoría y los censos oficiales de la segunda mitad del XIX dan una población superior, aunque leve, a la villa zamorana. Asimismo, las dos comparten aislamiento, si bien resulta más atenuado en el último caso. ¿Tal vez se veía el futuro más despejado en las tierras salmantinas? No cabe descartarlo.
El traslado resulta duro: intenso calor, deficientes carreteras, medios de locomoción de escasa comodidad. Las mudanzas son penosas. Y tratándose de vías y sendas serranas, la penuria está asegurada. Es decir, agravada. Y, después de vueltas y revueltas, aparece Sequeros en la lejanía. Está vacante la notaría del pueblo salmantino. Higinio Camino la solicita, y –tiene buen currículum académico, como reitera una y otra vez– se la dan. Sin ningún problema. Hacia allí se encaminan. Toma posesión el 27 de julio (1887), aunque se hace cargo «de ella cuatro después», según explica en la apertura del libro correspondiente a ese año (AHPSa, Signatura 9586). «Yo, don Higinio Camino de la Rosa, Notario público por oposición y con premio extraordinario, perteneciente al Ilustre Colegio Territorial de Valladolid, con fija residencia en Sequeros, mediante la posesión que de esta Notaría se me dio por la Junta Directiva del Colegio en 27 de julio de este acto, me hago cargo de esta Notaría, hoy treinta y uno de julio, y continúo el protocolo comenzado por don Francisco Maurenza, Notario de Miranda del Castañar, encargado de esta Notaría, siendo el último número autorizado por dicho señor el numerado con el siete, continuando yo con el ocho», escribe. Sustituye, pues, a Maurenza Montero. ¿Qué hace? Las labores más comunes de un escribano son, en esos días, legalizar firmas, testimoniar testamentos, refrendar signos notariales.
Penas y alegrías
El infortunio llama pronto a la puerta (la casa-oficina, ni solariega ni blasonada, se halla situada en la calle del Prado, número 3) de Higinio y Valeriana. Así, recién asentados, sin tiempo para conocer al vecindario, fallecen sus hijos Ángela («a consecuencia de una enterocolitis», se dictaminó) y Pablo Leónides los días 17 y 21 de agosto. Cuentan, respectivamente, año y medio y dos meses y medio. Valeriana se halla embarazada, y da a luz el 23 de diciembre. Es una niña, y se le impone el nombre de María Natividad de Loreto. La parca aldabonea, nuevamente, a la familia: Salustiana Ayala, madre de Valeriana, muere el 7 de septiembre de 1892. Diagnóstico: cáncer de estómago. Palabra de notario. Ha estado siempre ahí: con la hija y los nietos. Para ayudar y acompañar. Es una familia tradicional, donde no falta el respeto a la experiencia de los mayores y se cumple con la religión. Es el signo de ese tiempo. Lo último queda corroborado en otro hecho: Julio, Felipe, María Consolación y María de la Natividad de Loreto reciben el sacramento de la Confirmación el 12 de septiembre de 1892, como reflejan las actas del archivo parroquial de Sequeros. Lo administra el obispo fray Tomás Cámara y Castro, agustino culto, senador del Reino y académico, que polemiza con Miguel de Unamuno.
No es difícil imaginar, lejos de ejercicios de ficción, las correrías de los niños (Felipe y los otros) por aquellas calles (ahí está la rotulada «del Concejo») y plazas con hermosas balconadas, por aquellos pasadizos y callejones de arquitectura popular. Posiblemente se acercan a la ermita del Humilladero con curiosidad. Quizá se asoman al Teatro, levantado poco antes, y a las leyendas locales. Y los juegos socializadores, tan participativos en la niñez, cuando el primer deber es el divertimento, ¿le dirían por qué ríen tan espontáneamente, sin malicia, los críos y por qué habla tan alto y descompuesto el español? Los juegos (canicas de barro, escondite, peonzas, morrillo, pelota, tal vez chorro-morro) y las trastadas, que son «cosa de niños». ¿Lo suyo era meterse en los charcos en invierno y no buscar las sombras en el abrasador estío?
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Sequeros cuenta, en esos años, con coliseo y casino, así como dos escuelas de primeras letras o de instrucción primaria, «una para cada sexo», separados, que acogen a una amplia concurrencia en el crudo invierno, de abrigo y tente tieso. Está estudiado: el Ayuntamiento dedica, en el ejercicio económico de 1892, el 15,18 % de su presupuesto a costear la Instrucción Pública. También dispone de cárcel, que se sitúa en los bajos del Consistorio. Y juzgado, puesto de la Guardia Civil, oficina de Correos. El terreno, apunta Pascual Madoz a mediados del XIX, es «flojo» (puede entenderse: de escasa calidad). Lo mismo opina Rafael González Martín en su libro «Geografía físico-descriptiva del partido de Sequeros» (1886). Celebra una afamada feria en septiembre, que facilita la asistencia de forasteros y genera movimiento de dineros. Entre las «industrias», varias fuentes citan a la arriería, lo que habla bien del espíritu comercial de aquellas gentes. El partido judicial suma 34.000 habitantes, y su cabecera no alcanza el millar. El notario pertenece a la clase funcionarial.
El padre: siete libros notariales…
Como antes en Tábara, Higinio Camino de la Rosa realiza, meticuloso, su labor de fedatario público: testamentos, escrituras (sobre todo, de ventas), codicilos, poderes especiales (para hipotecar, cobrar, litigar)... Los siete libros producidos por su Notaría recogen el periodo temporal que abarca de 1887 a 1893, y se corresponden con las signaturas 9586-9592 (AHSa). El primer documento, registrado el 2 de agosto del primer año, es un testamento que otorgan Wenceslao Hernández Santos, con 63 tacos a las espaldas, montaraz en la dehesa de Zarzoso, natural de Carrascalejo de Huebra, y su esposa Casimira Hidalgo Vicente, de 64 años, natural de Tamames. El hombre se halla «algo enfermo» y la mujer goza de «buen estado de salud». Ambos, no obstante, disponen de «completo juicio, memoria y voluntad», y con «habla clara y expedita para testar». Hacen diez mandas, muy variadas: exequias, sepelios, cabo de años, socorros a los más necesitados («se dé en caridad a los pobres que asistan a su entierro y funerales dos fanegas de trigo en panes, de libra cada pan, cuya limosna se distribuirá al finar el aniversario, y suplicando a dicho pobres que encomienden a Dios las almas de los testadores»). Además, igualan las dotes de sus dos hijas. Y, para eso, se mejora la perteneciente a la soltera «con la máquina de coser que hay en casa, sistema Singer, y la yegua llamada Cordobesa». Wenceslao padece erisipela, se indica, y esa enfermedad le impide firmar la declaración de última voluntad, que se formaliza en Tamames.
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El segundo documento, redactado el día siguiente en Sequeros, trata de la venta de varios muebles, efectuada entre un zapatero y un chocolatero, también residenciados en el citado Tamames. En apariencia, venta. De hecho, pago de un débito. El chocolatero concede al zapatero un crédito de 1500 pesetas, cifra muy elevada para la época, aunque sin intereses. El último no abona esa cantidad, y el otro, el prestador, cobra en especie. El remendón, al carecer «de metálico», oferta: «solo puede ofrecer en pago», se reseña, «varios muebles de su propiedad, consistentes en curtidos y demás». Como hojas de suela y de becerro, baquetillas, cueros, piezas de novillo y arrobas de zumeque. Posteriormente se mencionan «herramientas, enseres y efectos para la fabricación de curtidos». Tal vez, después de eso, cambió de oficio… Ambos textos legales son buenos exponentes de la sociedad de aquel tiempo finisecular.
…y un millar de documentos
En los cinco meses de 1887 como notario público en Sequeros, Higinio Camino de la Rosa registró y autorizó 76 documentos. En los seis años de su estancia, un millar. El fedatario vallisoletano desarrolla una notable actividad profesional en ese tiempo, «con residencia fija en Sequeros». Recibe clientes en su despacho y se desplaza a los pueblos de los lugareños que requieren sus servicios. Si se trata de localidades cercanas, y en el tiempo bueno (parte de la primavera, parte del otoño), no duda: a pie. Es joven, y le sobra energía. Cuando se trata de pueblos más lejanos, o con difícil orografía, se traslada en un mulo. O en un jaco. La lectura de la documentación notarial lo sitúa en Villanueva del Conde, Miranda del Castañar, El Cabaco, Valero, Endrinal, San Esteban de la Sierra. San Miguel de Valero, Santibáñez de la Sierra, Herguijuela, La Alberca, Sotoserrano, Garcibuey, Mogarraz... Su firma, al final de los documentos, da fe de verdad y cierra el texto legal. Sobre su autógrafo, en la parte superior del mismo, traza un simbólico dibujo, de sencilla complejidad: iniciales del nombre y los dos apellidos (encriptados)… ¿y algo más?
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Y, de nuevo, en camino. Como si el distintivo de la sangre imprimiese carácter. El notario vallisoletano cesa el 3 de agosto de 1893 en Sequeros, cabeza de partido judicial desde 1834, formado por 62 ayuntamientos e integrado por villas, lugares, aldeas, alquerías y despoblados. Cierra el despacho. Desde ese momento hasta abril de 1894 firma, por vacante, José de Prada Lagarejos, notario de Béjar. Le sustituye, definitivamente, a partir del 24 de ese mes, Mateo García. Así, la familia Camino-Galicia reside seis años en el pueblo salmantino. Felipe (es decir, el futuro poeta León Felipe) vive de los 3 a los 9 años en Sequeros, con maestros que desafían al hambre y médicos de continua visita domiciliaria. Allí aprende las primeras letras. Allí transcurren los días azules, de luz clara, de su infancia. Cuando no se reclaman «tierras provincianas» ni otras identidades.
Tábara-Zamora-Salamanca-Sequeros-Santander…. Adiós, adiós.
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