Meneses y Valdecañas demuestran cómo sus bares rurales son un servicio esencial
Los establecimientos cubren otras demandas, como punto de encuentro o espacio para el acceso a las nuevas tecnologías
En Meneses de Campos, el teleclub funciona como un salvavidas colectivo. En verano y en invierno, pero sobre todo en invierno cuando apenas quedan en ... el pueblo 60 vecinos de los cien censados. En lo que fueron las antiguas escuelas, hoy reconvertidas en un espacio comunitario, se levanta el teleclub Los Tellos, que hace de bar, tienda improvisada y punto de encuentro. Allí se vende pan, garbanzos de bote o latas de conserva, lo justo para sacar de un apuro a los vecinos y a quienes llegan de paso. «Es muy bueno porque aquí no hay tienda», explica Miguel Camina, alcalde del municipio, convencido de que «sin bar no hay vida». «Sin bar y sin piscina», añade un vecino de Meneses, Alejandro Rojo, que además es concejal de la España Vaciada, y a sus 32 años sabe bien lo que es vivir en un pueblo pequeño siendo joven.
«El bar es el sitio donde nos vemos, donde sabemos cómo está el vecino y donde nos juntamos todos», explica Alejandro, que ha conseguido que su pareja se haya mudado desde Avilés a Meneses y contagiarla todo su amor por el pueblo. Él pasa por el teleclub a diario. «Si el trabajo me lo permite, un café por la mañana y otro por la tarde. El fin de semana, en vez de irnos a Palencia, nos quedamos aquí», explica. En su opinión la dimensión social del bar trasciende lo lúdico. «Sales de casa al bar y con alguien te encuentras. Es socializar, es salud. Sin eso, el pueblo se muere», dice Alejandro. Para el alcalde el teleclub se ha convertido en un servicio básico, casi al nivel del consultorio médico. «Es allí donde vemos si alguien está flojo, si un mayor necesita algo. El bar evita que nos sintamos solos», subraya.
La rutina está marcada por las partidas de mus y dominó a las que se suman vecinos de otros pueblos que no tienen tanta suerte, el café de las mañanas y el vermú compartido en una terraza de la que presumen todos los vecinos porque es «una gozada en verano», asegura el alcalde. Y, sobre todo, por los almuerzos de los jueves. «El que quiere lleva unas alubias, otros unas tortillas, cada uno lo que quiera y pasamos un rato bueno», relata el alcalde.
Reparto de ayuda a domicilio
El espacio cumple además funciones de servicio público. Tres veces por semana, la cooperativa Lovepamur de Saldaña reparte comidas preparadas que se dejan en el teleclub para los mayores que viven solos. «Somos cuatro o cinco los que estamos solos y nos viene de maravilla… se nos ha olvidado guisar», admite Camina. También es el punto de recogida del pan y, en invierno, acoge talleres y cursos para vecinos.
A muchos kilómetros de allí, en Valdecañas de Cerrato, la realidad es distinta pero el espíritu se repite. Aquí no hay teleclub municipal, sino un bar privado que regenta desde 2013 Sara Sardón. Apenas 50 habitantes conviven en este municipio y el local de Sara es el único lugar abierto todos los días. Además del café diario y las partidas de cartas, ofrece raciones y comidas por encargo los fines de semana y gestiona un pequeño restaurante bajo reserva para grupos, donde el lechazo asado en horno de leña y las sopas de ajo se han convertido en su principal reclamo.
El sacrificio personal, sin embargo, es considerable, porque las cuentas no salen, el trabajo es constante, la conciliación complicada y la responsabilidad enorme. «Yo tengo una niña pequeña y una pareja que no se dedica a la hostelería, y claro, están hasta el borde. Al final es una responsabilidad bestial, porque si algún día cierro, dejo al pueblo sin bar», insiste. «Y si no existiese el bar, no nos veríamos. En verano todavía, pero en invierno no te ves porque hace frío y cada uno está en su casa. Si salen de casa es para ir al bar», continúa. Por eso, durante diez años abrió sin descanso, pero ya el año pasado decidió dejar tiempo para su pareja y su hija pequeña y se permitió cerrar una semana en junio y otra tras las fiestas. «Al principio los vecinos protestaron, porque se tenían que ir a otros pueblos, pero al final lo han entendido», asegura.
Sara compagina el bar con la agricultura para poder sostenerse. «Sobrevivir solo con el bar es imposible», admite mientras sopesa si le compensa tanto esfuerzo. Pero al final, siempre acaba reconociendo que mantener el bar abierto es más un servicio comunitario que un negocio. «Cuando yo abrí el bar, en Valdecañas llevaban dos años sin bar, y es la muerte para un pueblo. Es que de verdad, es la muerte», asegura.
Además, en Valdecañas el bar no solo es un punto de encuentro social, lo es también tecnológico. «Tengo que tener internet porque aquí hay muchos problemas de cobertura. Eso es otro gasto. En verano me encuentro a la gente sentada en la terraza antes de abrir, conectándose», cuenta entre risas porque muchos chavales del pueblo o veraneantes usan el bar como único punto de acceso a la red.
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