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Valentín, acompañado por sus hijos Valentín, José Luis y Miguel. El Norte

Adiós a Valentín, el hombre de la cesta de Palencia

Fallece el conocido comerciante palentino, que desarrolló su actividad ambulante por toda la provincia

Álvaro Muñoz

Palencia

Martes, 14 de abril 2020

Tal vez Valentín Buey no salió muchas veces en los periódicos, ni sus profesiones ni trabajos le catapultaron a una vida pública a veces reservada a políticos u otros oficios. Pero en Palencia era muy raro quien no conocía a 'Valen', siempre con su cesta y su bata blanca por todos los rincones de la provincia. Y es que casi sin avisar, a los 88 años, Valentín se fue de este mundo el 11 de abril, en tiempos de coronavirus, aunque no fue la COVID-19 quien acabó con su vida.

En 1931, en plena Segunda República, nacía Valentín y, dos años más tarde, Jacinto, su inseparable hermano. No fue una niñez sencilla. Al poco de nacer perdieron a su padre y tuvieron que crecer en tiempos de miseria y pobreza. «Todo esto marcó sus vidas. Además tuvieron que dejar de estudiar para empezar a buscarse el pan», apunta José Luis, uno de los tres hijos de Valentín (los otros dos son Miguel y Valentín), que destaca la afición por la lectura de su padre. «Le gustaba leer tebeos. Retenía las palabras para luego, en su escritura, cometer las mínimas faltas de ortografía. Todo esto casi sin estudios y en una época muy complicada como fue la posguerra», continúa.

Jacinto y Valentín empezaron a decantarse por la venta ambulante. Se desplazaban a algunos pueblos a hacer rifas, sorteaban cachabas de caramelo y otros artilugios, amenizando la vida en los pueblos.

Crecieron, y Jacinto comenzó a trabajar en la zapatería Trigueros. Valentín, en cambio, lo hizo en los conocidos almacenes Mariano de Vena.

Pasó el tiempo, y como la cosa no cuadraba económicamente, Valentín decidió coger su famosa cesta de mimbre, su bata blanca y su bicicleta, y empezó a desplazarse a los rincones palentinos donde hubiese gente, a vender. El campo de fútbol, la plaza de toros, las salidas de los colegios, el parque del Salón, la orilla del río y la salida de los cines. «Había que verle en pleno enero, con las heladas que caían entonces, aguantando el frío en La Balastera vieja. Nunca una mala cara, siempre con una sonrisa y un impecable saber estar», rememora su hijo.

Transcurrieron muchos años así, hasta que aparcó su bicicleta y su cesta, y emprendió su camino en los negocios, siempre de cara al público y «con una paciencia que ni el Santo Job».

Trabajador incansable con dos grandes vicios, su familia y su trabajo, que mezclaba con pasiones como las películas del oeste y su Nino Bravo. «Lo que le hacía verdaderamente feliz era la adoración que sentía por sus tres nietas (Eva, Silvia y Cristina). Disfrutó de ellas, y ellas de su abuelo. Hasta que un día, el de arriba, le llamó y le dijo 'Valentín, tu mujer te está esperando' y como él era muy obediente, se fue al cielo, el único lugar que merecía», concluye su hijo José Luis, que habla en nombre de sus hermanos y las tres nietas de Valentín.

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