José Ibarrola

El voto masoquista

CRÓNICA DEL MANICOMIO ·

«Al comienzo de la Transición, oí como los obreros de una fábrica local se burlaban de un compañero por votar a Alianza Popular»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 26 de noviembre 2021, 07:31

Una de las vocaciones más sorprendentes del género humano es buscarse la ruina. Nos pasamos el día hablando del placer, el amor y la felicidad ... , pero en cuanto nos dejamos ir un poco a nuestro aire, sin ningún corsé, surgen los efectos del núcleo sadomasoquista sobre el que rota la vida.

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Los antiguos se equivocaban en esto. Cicerón se preguntaba ingenuamente, «¿cómo es posible comprender ni imaginar que exista algún animal que se odie a sí mismo?». Y resulta que es lo que mejor hacemos. A lo que estamos todos dispuestos. Es la inclinación específica del animal cultural que somos. Pues los seres humanos no somos animales indómitos sino bestias con conocimiento.

La pulsión de muerte fue el último descubrimiento de Freud. Y aunque pueda parecer excesivo hablar de un hallazgo irrefutable, sí fue una apuesta decidida por su parte. Él mismo lo veía impensable pero cierto. Como el dicho gallego de que «no creo en las brujas, pero haberlas las hay», Freud no llegaba a creer que la vida tuviera como finalidad la muerte, pero dada su experiencia no acertaba a pensar de otro modo. En realidad, se admita o no se admita, basta que la pulsión de muerte se haya formulado como posibilidad para que nuestra visión del mundo cambie y tenga ante sí nuevas preguntas y desconocidas respuestas.

Al comienzo de la Transición, oí cómo los obreros de una fábrica local se burlaban de un compañero por votar a Alianza Popular. No concebían que un trabajador se pronunciara a favor de un partido conservador. Solo un desvarío singular, entre mental e ideológico, podía justificar que un asalariado votara al mismo partido que la patronal. Hoy, en cambio, la norma es lo contrario. Los países más pobres votan a los candidatos más conservadores, e incluso abren democráticamente las puertas a los dictadores.

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No sé si esta tendencia responde al masoquismo, a la pulsión de muerte o a la cruda estulticia. Pero ahora que se habla tanto de suicidio y se medicaliza y psiquiatriza su tratamiento y prevención, en vez de atajarlo mediante la justicia social, no se mencionan en cambio estos suicidios ideológicos que abrevian el camino, ya de por sí corto, que lleva a la muerte.

En una de sus obras más conocidas, forjada entre secreciones, penetraciones y lascivias, Sade, fiel a su mejor estilo, esto es, el de decir algo importante como de pasada y en un respiro de lujuria, dejó para la posteridad una definición insuperable del capitalismo: «Dicen que usted es rica, señora. Pues bien, en ese caso necesito pagarle: si usted fuera pobre yo la robaría».

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Esta frase es exacta porque no necesita explicaciones. Se basta por sí misma para describir el vórtice de la realidad contemporánea. Y, en su propia presentación, evoca la pulsión de muerte porque nos obliga a preguntarnos si para ser escandalosamente lúcidos hay que ser sádicos o masoquistas.

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