Temer como un torero
«Solo cuando pasa el tiempo te das cuenta de que dedicaste demasiado tiempo a entrenar músculos para pelear contra miedos imaginarios, cuando podrías haberte ahorrado unas cuantas muescas»
En la casa en la que crecí colgaba en el pasillo una foto descolorida. Mi padre, con traje gris de oficinista y corbata desajustada, sujetaba ... un capote al lado de un par de vaquillas. Su sueño adolescente había sido ser torero, como el de media España de la posguerra. Alcanzar la fama en los ruedos era un camino seguro para salir de la miseria. Triunfar en Las Ventas era subir automáticamente de clase social: vestir bien, quemar los garitos de la Gran Vía, codearse con las actrices, comprarse un cortijo, y hasta ir al Pardo, por qué no. Pero, sobre todo, comer pan hasta hartarse. Entonces, los jóvenes luchaban por prosperar, por tener una vida medio normal, al igual que la siguiente generación luchó por la libertad y por acabar con el bozal de la dictadura.
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Me pregunto qué sueño tienen los toreros de ahora. Qué les mueve a ese voluntario sacrificio íntimo y brutal a esos chicos que entrevistan en la televisión. Muchos son casi niños, pero parece que vivieron ya un siglo: pulcramente peinados, con chaqueta y camisa planchada, de palabra parca y mirada melancólica. Están hablando de matar a un animal y, sin embargo, su lenguaje es casi poético: entrega, valor, respeto, amor. La suerte es su misión, y también su sentencia, porque la muerte siempre está convocada. Hoy no es probable que elijan esa vocación para escapar del hambre. Puede que sueñen con la gloria, o quizás sientan que ese es su único camino.
'La suerte' es justo el título de una serie corta que estos días ofrece un canal de pago. El protagonista es un torero experimentado, críptico y sensible, que interpreta o mejor dicho encarna Óscar Jaenada. Como los argonautas a Jasón, le acompaña un estrecho equipo de fieles, a su manera bizarra también heroicos en lo suyo. Dentro de su burbuja de gloria y drama, Jaenada es el Maestro, con mayúsculas; cuando sale de ella, es un ser confuso, perdido, tanto o más que cualquier hombre. Hay un momento en el que le preguntan si está de acuerdo con esa frase de Manolete de que el miedo es el estado natural del valiente. Él mismo se da cuenta de que es así, que vive instalado en el temor, a veces en el pánico, y que mirar frente a frente al toro es su radical forma de esquivarlo durante esos segundos en el que no existe el pasado ni el futuro, solo el presente.
La liturgia y plasticidad de lo taurino es enorme, pero no basta para que, a la mayoría, yo incluida, no le descomponga por dentro la muerte y el dolor del toro. Incluso, más allá de los planteamientos éticos, es un formato largo, difícil de encajar en este mundo tiktoker. Las corridas «puras» que se celebran hoy son muy poquitas, aunque haya un número importante de encierros y novilladas en provincias con tradición taurina. Se habla de un repunte de asistencia de hombres jóvenes, justo de 18 a 24 años, y, qué contradicción, utilizan el bono cultural, que tantas críticas le ha reportado a Sánchez. Esa misma franja de chicos es la que despunta en las encuestas como simpatizantes de ultraderecha. Hay dos palabras que gustan de repetir, una es honor, y la otra, valor. Son consignas que no significan nada concreto y que suenan un poco a tebeo del Capitán Trueno. Pero de algún modo les llegan dentro, porque también ellos sienten miedo, y se revuelven con rabia. Apelan a la libertad, como hicieron sus padres y abuelos, pero justo para lo contrario: cuestionar la democracia y hasta para defender que les encadenen de nuevo. Un error que puede ser muy peligroso. Pero hay parte de culpa en los que les critican con altanería, sin reconocer los fallos del sistema y sus corruptelas.
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Aquella frase del Mío Cid «Qué buen vasallo sería si tuviera un buen señor», viene a resumir el paso del fuego de la juventud a la madurez, que todos atravesamos lo mejor que pudimos. En una entrevista que le hicieron poco antes de morir, Manolete comentaba que el entrenador de Joe Luis, famoso boxeador americano, le tocó los bíceps y dijo algo así como «Puaf». «Por lo visto −comentaba el diestro− se creía que los toros se matan a puñetazos». Solo cuando pasa el tiempo te das cuenta de que dedicaste demasiado tiempo a entrenar músculos para pelear contra miedos imaginarios, cuando podrías haberte ahorrado unas cuantas muescas. Pero quién nació enseñado.
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