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La ministra Portavoz, Pilar Alegría, habla con los periodistas a su salida de una rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Ministros, en una imagen de archivo. EP
Vidas breves

Lo malo y lo bueno del periodismo

«Quizás nosotros no lo hemos sabido hacer demasiado bien, pero el periodismo está siempre en construcción. ¿Quién no necesita entender cómo funciona el mundo, más ahora que nunca?, ¿quién no necesita confiar?»

Lunes, 15 de septiembre 2025, 06:55

No recuerdo qué escritor contaba que, siendo estudiante en Oxford, cuando presentaba algún ensayo superficial o poco trabajado un compañero le decía: «Excelente muestra de ... periodismo, amigo». Los periodistas estamos acostumbrados a ese tipo de comentarios y conviene ser humilde porque «ser especialista en nada» viene de serie. El periodista va por el mundo haciendo preguntas bastante parecidas al ciudadano común, y debe ser así, para poder explicar las respuestas al resto de ciudadanos. Acostumbrados de siempre a la mirada indulgente de los sabios sobre nuestro trabajo, en los últimos tiempos se ha sumado la presión de los que justo demandan lo contrario: noticias bomba, y en diez segundos. Qué caduco ha quedado el background, con el que siempre andaba a vueltas la profesora de Redacción Periodística: «Ninguna noticia sin su contexto».

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Duele que en casi todas las encuestas sobre confianza en profesiones los periodistas no salgan bien parados. Mucha gente desconfía, lo que tiene una parte buena –son conscientes de que detrás de cada medio hay un propietario y unos intereses– y otra peor –muchos no soportan que una noticia no confirme sus prejuicios y expectativas–. Si la distancia primera puede ser recomendable, la segunda es peligrosa, sobre todo porque esos mismos que creen que los periodistas están vendidos babean ante paparruchas que cuenta un tipo no muy distinto de un vendedor a domicilio, pero no de enciclopedias, sino de caos e ira, que también hay quien paga para extenderlos.

El otro día escuché tantas críticas a los medios por no enfocar a las banderas palestinas en el recorrido de la vuelta ciclista, como por enfocarlas en demasía. Siempre es posible un sesgo puntual –en general, el periodista refleja más la excepción– aunque está claro que la ubicación de cada espectador determinaba su exclusivo punto de vista sobre lo ocurrido. Hoy, por muchas razones, no se conforma con que le cuenten las cosas desde otro prisma, y lo atribuye con demasiada ligereza a que el periodista es un rojo o un facha. Y de ahí a pasar directamente a la intimidación, como en Torre Pacheco, hay un paso.

Prueba del fuego cruzado sobre la profesión se refleja en las medidas que quiere implantar el Congreso para limitar en sus pasillos la presencia del variopinto caudal de acreditados como «comunicadores», algunos solo agitadores que buscan dañar las instituciones y de paso reventar el trabajo legítimo de los informadores. Una de las normas que se proponen es que los redactores solo graben audio, y no hagan fotos o vídeos, tareas que corresponden a los gráficos. Lo contradictorio es que hoy muchísimos periodistas se ven obligados a asumir la multitarea, solo les falta llevar una cámara en la cabeza, como Andrea Caracortada, la reportera que interpretó Victoria Abril. La Mesa del Congreso dice cómo debería ser la profesión, pero no cómo es.

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Con la que cae fuera, no es extraño que la imagen que tienen los periodistas de sí mismos esté bajo mínimos. Algunos se refugian en la nostalgia, otros se entregan a la militancia, –¿pero esto no iba de buscar lo más cercano a la verdad?–, y los más encienden el piloto automático: hasta donde se pueda y como se pueda. El sector está más atomizado que nunca, con las plantillas de los medios tradicionales reducidas, con más profesionales trabajando dentro que fuera de las instituciones y empresas, y con un creciente número de autónomos. No es raro que desde hace tiempo no sea fácil encontrar candidatos para dirigir las asociaciones de la prensa: ya ni nos acordamos de qué tenemos en común, ni de cómo defender ese derecho a la información del que somos depositarios, como estudiábamos en la facultad. Quizás nosotros no lo hemos sabido hacer demasiado bien, pero el periodismo está siempre en construcción. ¿Quién no necesita entender cómo funciona el mundo, más ahora que nunca?, ¿quién no necesita confiar?

Pienso en los que estudiaron Periodismo conmigo y en tantas promociones que pasaron por las facultades, personas valiosas que no han podido ejercer su vocación inicial. Aun así, como dijo aquella vetusta profesora, si te esfuerzas un poco es una bonita formación. Hasta terapéutica. Pocos trabajos te obligan a hablar con desconocidos, hacerles buenas preguntas e interesarte sinceramente por sus respuestas. Porque de eso va el periodismo, de comprender y contar.

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