Ojeo un librito publicado en 1944. Se titula Ensayo de un vocabulario social. La primera entrada es «Absentismo: Ausencia de las personas acomodadas que se ... alejan de las pequeñas localidades donde radican sus bienes para residir en las grandes ciudades». Apenas recordaba esa acepción que recogían los libros de Historia. Las clases absentistas, los que vivían de su renta con holgura, sin ocuparse de la gestión de sus propiedades. Me pregunto cuándo empezó a utilizarse absentismo con el significado actual: «Abstención deliberada de acudir al lugar donde se cumple una obligación». Hoy la palabra está de moda, aunque no se atiende a su significado. Cuando se apunta que desde el Covid se ha duplicado la tasa de absentismo del 3,5 al 7 por ciento, la mayor parte son trabajadores que se ausentan por enfermedad o incapacidad temporal, no porque les dé la gana. Estamos envejeciendo muchos a la vez, y el cuerpo falla más; aunque dicen que también hay más bajas entre los trabajadores jóvenes. Puede que existan ausencias demasiado prolongadas, a veces por retrasos en la recuperación que no desea el propio afectado. Y puede, fijo, que haya unos cuantos muy jetas. Pero no se debe proyectar una sombra de sospecha sobre todos, es injusto y cruel. La vagancia no es absentismo. Qué más quisiera uno estar sano, y no tener que estar todo el día dando explicaciones, a la mutua, a los compañeros y al vecino indiscreto.
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El hecho es que los empresarios están preocupados, sobre todo porque hoy no es tan fácil reponer plantillas. En bastantes trabajos, por primera vez en muchos años la lista de candidatos es corta, se nota ya el descenso de población. En el manual de 1944 describían de forma muy gráfica la ley de oferta y demanda laboral: «Cuando dos patronos corren tras un obrero el salario sube, y cuando dos obreros corren tras un patrono, baja». Por las calles no se ven carreras de obreros y patronos ─si es que queda alguien que se define ya como lo primero o lo segundo, pero algo hay. Leído en la prensa, solo en los últimos días: una ronda de entrevistas exprés entre empresarios y desempleados, para cubrir puestos de trabajo de hostelería en Salamanca; una feria similar en Segovia, entre estudiantes y empleadores; una aplicación para ofrecer empleo en Ponferrada; falta mano de obra en el transporte, en el campo, en la construcción; no hay otra que reducir turnos de comida en hostelería… Cada colectivo, pueblo o ciudad busca su propia fórmula, y nadie cuenta con que lo arregle el servicio público de empleo. Las patronales dicen, finamente, que buscan «talento». Talento es una palabra ambigua. El talento no es comprobable hasta que pasa tiempo, no se trae de fábrica, se practica. No quieren aprendices, tienes que venir aprendido, pero no ser mayor, para que no les resoples; a veces se quejan de que falta formación, otras de que no es la que ellos quieren... Quizás el propio empresariado anda despistado: en este mundo complejo y urgente, busca un zahorí que le marque el camino para sortear un futuro que no acaba de comprender.
Salta a cada poco el discurso de la nostalgia. Que si «las nuevas generaciones vienen ya cansadas». Que si «en España nadie quiere trabajar», dice alguno que no madruga nunca. El desprecio no hace equipo. Lo que más desconcierta es que al nuevo trabajador no le basta para echar el ancla el salario, que dicho sea de paso tampoco suele ser para tirar cohetes. Es que quiere un horario claro, y lo dice en la primera entrevista. El empresario puede interpretar esto como falta de compromiso, pero no tiene por qué serlo: es sincero y responde a un nuevo pensamiento, una nueva forma de entender las cosas. Esos nuevos trabajadores pueden entender que implicarse pasa por aportar y ser escuchado, no por acatar pasivamente y calentar la silla.
Remedios Zafra, en El Informe, reciente Premio Nacional de Ensayo, escribe: «necesitamos otras condiciones de trabajo para otros tiempos». A la vez, apunta: «Me gusta pensar que, cuando alguien hace bien su trabajo, en cierta forma el mundo se salva». Esas dos ideas son compatibles. Trabajar bien es hacerlo con dedicación y con sentido y, por qué no, con cierta libertad. En eso los trabajadores y los empresarios nos parecemos.
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