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Un grupo de mujeres en una parada de autobús. R. Ruiz
Vidas Breves

El autobús de las siete

«Saber que necesitas a los demás y reconocer tu propia debilidad, paradójicamente, te fortalece y te hace muy consciente de la importancia de lo público»

Lunes, 8 de septiembre 2025, 08:25

Cada diez minutos se renueva el destacamento de la parada de autobús. Tras el paréntesis del verano, la tripulación está casi a pleno rendimiento. A ... las siete los asientos metálicos se ocupan poco; la mayoría aguarda de pie a un lado y otro de la marquesina. Hay consultas compulsivas a la aplicación del móvil: hoy llega un minuto antes, o cuatro después, no te puedes fiar del todo. Aquí no hay colas, Valladolid no es tan grande, así que llegado el embarque basta con arremolinarse cerca de la calzada, donde más o menos para cada día. Dentro y fuera las mujeres son mayoría. Algunas llevan haciendo el mismo trayecto muchos años; otras, jovencísimas, acaban de estrenar nómina. Tras los días de calor aparecen las rebecas, y dentro de muy poco se cubrirán con abrigos. Salvo que coincidan compañeras, en general se respeta el silencio. Todavía la mente está sujeta con un hilo invisible a la cama deshecha, al táper sacado rápido del congelador, a la puerta cerrada con precipitación. El autobús va recogiendo personas, que reparte donde demandan sus servicios.

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Pienso en la fidelidad de las mujeres al autobús. En su preferencia por los trabajos regulados, con horario y previsión, aunque sea a costa de segar su ambición. También su apego a la seguridad del espacio urbano, en el que se sienten más protegidas, y por tanto más libres. En esas coordenadas, el autobús es su transporte lógico, y no les importa asumir la pérdida de autonomía que implica someterse a un horario, a trasbordos, a compartir espacio con otras personas.

El rectángulo del bus ofrece una muestra significativa de quién trabaja en la ciudad con más precisión que un encuestador del CIS. Habrá algunas jefas de área, pero muchas más que se ocupen de tareas medias y básicas, así funciona la máquina. Hay una mujer con un macuto, que hace limpiezas en días alternos, y mantiene cada mañana una llamada interminable con su hija, que está a punto de acostarse al otro lado del Atlántico. Durante un rato todas son pasajeras. Con el tiempo reconocen en los rostros de las otras una inesperada energía matutina o un corte de pelo, o, por el contrario, una tristeza nueva.

Las cintas de colores de las líneas de autobús se esfuerzan por mantener atada una ciudad cada vez más disgregada en pedazos. Barrios nuevos, de edificios simétricos y zonas verdes intercaladas, habitados por parejas también simétricas en edad e ingresos; barrios céntricos mantenidos por la resistencia de la gente mayor; barrios en los que se apiñan los que no tienen fácil entrar en ningún otro. Todos ellos son reflejos incompletos del latido, único y cierto, de la ciudad.

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Hay convivencia en este espacio estrecho y sobre ruedas, no importa que sea un trayecto mudo y guardemos una distancia prudente unas de otras. Tantas mujeres distintas e iguales que, como yo, han madrugado, se han aseado y vestido con más o menos ganas para acudir a su puesto de trabajo. Clarice Lispector, una escritora experta en saltar de lo complejo al detalle cotidiano, decía que, si te refugias en visiones fragmentarias, al final tienes la idea de que el mundo entero debe cambiar para que puedas estar tú en él, que viene a ser la obsesión de los dictadores. Está probado que las mujeres tenemos más resistencia a votar por partidos extremos, a pesar de que azucen el miedo y nosotras lo llevemos grabado a fuego. Puede que sea gracias a esas redes que estamos acostumbradas a tejer para sobrevivir, que nos hacen desconfiar del discurso de la imposición y la fuerza, y nos hacen valorar más lo compartido. Cuando cuidas o enfermas, aprendes a apreciar como el oro un centro de salud; cuando crías, comprendes la grandeza de un colegio; cuando envejeces, esperas protección. Saber que necesitas a los demás y reconocer tu propia debilidad, paradójicamente, te fortalece y te hace muy consciente de la importancia de lo público, de ese apoyo mutuo que nos prestamos entre desconocidos.

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