Hay pocas certezas en la vida y una de ellas tiene que ver con lo que uno sabe, lo que aprende de la experiencia de ... vivir o de sobrevivir. Lo más frustrante de todo es ser consciente de no saber nada o no haber asimilado la enseñanza que muestra el tropiezo. Algo parecido ocurre con la gestión de la pandemia. Un microorganismo se ha convertido en el gigante desconocido sobre el que pivotan nuestras incertidumbres.
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La relajación navideña y el contacto estrecho al que no hemos querido renunciar ha disparado la estadística y ha sumido a muchas familias en el caos de la conciliación. Las dos rayas en rojo han encendido todas las alarmas en la casa de Beatriz donde solo cuenta con dos manos para atender a dos pequeños positivos. Ella de momento se ha librado, pero toca activar el modo confinamiento para colgar el mandil de cocinera –eso no admite teletrabajo posible– y transformarse en profesora de primero de la ESO y de segundo de Primaria. Una semana por delante de plena dedicación y sin posibilidad de acogerse a una baja por cuidado de menores.
Después del 14 de marzo de 2020 puede que seamos mejores en algo, pero no en conciliar. Aquí, quienes decidieron meternos en casa, cerrar colegios y ahora confinarnos una semana por contraer la enfermedad, merecen un suspenso. Un cero redondo porque siguen sin aprender que los niños no se cuidan solos.
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