El primer autobús urbano circuló por Valladolid un 23 de junio de 1928. Aquel sábado, la ciudad se preparaba para disfrutar de la festividad ... de San Juan. En la plaza de toros, el circo de Leonard Parish deleitaba a los vallisoletanos con sus elefantes comediantes y sus caballitos liliputienses. Eran otros tiempos.
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Esa primera línea, que venía a complementar el servicio de tranvías, unía la Plaza Mayor con el barrio de Delicias y un billete costaba entre 14 y 19 céntimos, según publicó en este mismo diario, Víctor Vela, resumiendo una década —la de los 20, de hace cien— plagada de novedades. Tres días antes que el bus, llegó a la ciudad el Real Valladolid.
Y en casi un siglo, nunca hizo falta recordar a los usuarios que no se deben colocar los pies sobre los asientos. Hasta ahora.
Uso el transporte público menos de lo que me gustaría. No me cuadran los horarios. Pero aprovechando que la Vuelta pasaba por Valladolid, me embarqué en uno. El coche un día así, rozaba lo temerario. Y entonces las vi: pegatinas que indicaban gráficamente la prohibición de subir los pies sobre los asientos donde luego se van a sentar otros. Supongo que lo de los dibujos será para que los orgullosos alérgicos a la lectura puedan mantener sus principios.
No sé si son cosas de la edad, pero cada vez me molesta más la mala educación. Tan evolucionados para unas cosas y tan básicos para otras. Hay cosas que siempre se han sabido y no sólo porque se aprendía en casa.
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Uno puede sentirse joven durante más tiempo con comportamientos infantiles, pero se engaña. En esto, como en muchas otras cosas, se impone la máxima de mantener los pies en el suelo. Y si prefiere tenerlos en las nubes, es libre de hacerlo. Pero mejor en su casa.
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