Alberto Núñez Feijóo aterrizó en Madrid con fama de gestor tranquilo y promesas de revitalizar a los votantes más centrados, pero ha decidido radicalizarse. Ahora ... habla y gesticula como Santiago Abascal. Lo que iba a ser un discurso sereno, capaz de atraer a votantes moderados (incluso a los desencantados hoy con las aguas turbias que ahogan al PSOE a causa del panorama judicial que afrontan familiares del presidente del Gobierno, el fiscal general y los vividores del partido) se ha transformado en un manual de instrucciones de Vox con la portada ligeramente azul. El giro no es casual. Durante meses, las encuestas dibujaron a la ultraderecha como socio imprescindible del PP para conformar un hipotético consejo de ministros. La suma era simple: Feijóo presidente, Abascal virrey. Pero la demoscopia actual es caprichosa y las tendencias recientes dibujan un futuro menos halagüeño para el líder gallego; Abascal podría convertirse en quien reparta las sillas. Y ahí llega la ironía envenenada: la oferta 'generosa' de brindarle a Feijóo la vicepresidencia primera. Porque aceptar ese papel sería el triste epitafio de su carrera política, abocándolo a renunciar.
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Mientras Feijóo se esfuerza en sonar tan agrio como su rival, corre el peligro de diluir su propio perfil, mientras crece la sensación de que el verdadero relevo en el PP no se juega en Génova, sino en la Puerta del Sol. El 'ayusismo' acecha. Un Feijóo debilitado es el mejor trampolín para que la presidenta de Madrid asuma, irremisiblemente, el liderazgo del partido. Feijóo se radicaliza para no quedar eclipsado, sí, pero podría acabar descubriendo demasiado tarde que quien marca el paso de la oca no es él, sino el amo de Vox y sus temerarias fantasías. La marca blanca es más barata, pero depende de quiénes sean los comensales.
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