Calle Santiago, en el inicio de plaza de Zorrilla, en una fotografía del libro 'El verano detenido. Crónica visual de la Guerra Civil en Valladolid', de María José Velloso y Luis Posadas.
La Platería en llamas

Como en julio de 1936

«Ahí está la diferencia entre aquellos días vergonzosamente laureados y estos que ahora disfrutamos sobre una paz que tiembla cuando el debate público se envilece»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 30 de julio 2025, 06:59

Aventuro que un día como hoy de finales de julio, en 1936, la temperatura ambiente sería similar a la que disfruto yo mientras escribo esta ... columna o usted mientras la lee. Los rayos ultravioleta de cuya incidencia nos advierte ahora mismo una sencilla aplicación del móvil atravesarían entonces con idéntica inquina la piel acartonada y lunareja de los campesinos que en este instante, hace mil sesenta y ocho meses, se hallarían entre espigas vencidas por el peso mientras repasaban pacientemente el filo de sus guadañas. Aunque, a pesar del terror que se propagó por nuestra tierra o atosigados precisamente por sus consecuencias, puede que los graneros acumulasen a estas alturas del calendario gran parte del grano producido. Es probable que muchos campos lucieran agostados; que miles de gavillas reposaran dispersas y equidistantes por el terreno.

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Supongo que el sol saldría y se pondría hace ochenta y nueve años a horas y segundos idénticos, acaso con una variación inapreciable. También sospecho que las brisas racheadas y levantiscas que se desperezan durante los atardeceres de este nuestro verano avivarían entonces, hace casi un siglo, el murmullo de las arboledas.

Durante la noche, a buen seguro, los mochuelos y los autillos peinarían la oscuridad de los valles en busca de errores y descuidos fatales cometidos por ratones y topillos. Guiados por el rumor del agua y el olor de las ausencias, los corzos acercarían su hocico a la calma apacible de los arroyos. El tiempo anticiclónico permitiría la maduración parsimoniosa de las moras. Como diría Robert Musil, las isotermas y las isobaras cumplirían con su deber. Y todo ello ocurriría, prácticamente, como ocurre hoy, al margen y a pesar del ruido de los hombres.

La imagen fotográfica del perfil de nuestros valles podría superponerse a la de entonces; las capas calizas y arcillosas, barridas y desgastadas por el curso de nuestros ríos, amenazarían a groso modo con similares pozas, bancos y remansos. También los meandros, desde los ligeros a los pronunciados, se mostrarían hace cuatro mil seiscientas cuarenta y cuatro semanas exactamente igual.

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Para el mundo, todo este tiempo ha sido solo un simple parpadeo durante la observación milenaria y perezosa de nuestro bendito terrario. Pero si afinamos la mirada y la adaptamos a nuestra escala humana y diminuta, pueden contemplarse diferencias extremas. Acaso insoportables. Hace ochenta y nueve años, celdas, cárceles y calabozos improvisados fueron destino y partida de miles de vecinos detenidos y secuestrados que jamás volverían a ver la luz del sol ni a sus familias. De cerca, podría distinguirse el miedo pegado en las mirillas de las casas, la crueldad desplegada desde las tapias del cementerio del Carmen hasta los Montes Torozos; entre batidas y camiones; entre gritos, insultos y disparos desdeñosos hechos a quemarropa. A esta misma temperatura estival, con igual presión atmosférica, se propagó el horror por toda la ciudad, de un corazón a otro, hasta invadirlos todos durante años. Ahí está la diferencia entre aquellos días vergonzosamente laureados de julio, en 1936, y estos que ahora disfrutamos sobre una paz y una prosperidad que tiembla cuando el debate público se envilece.

Ahora no hay sublevados armados en nuestras calles, ni políticos y sindicalistas secuestrados. En Valladolid no hay somatenes, ni 'patrullas del amanecer'. No hay 'paseos', ni 'mareos'. Tampoco se queman conventos ni se anegan las checas de comerciantes honrados; nadie purga, ni arrebata la propiedad privada impunemente. Y arrastrar la palabra a esos extremos padecidos, ochenta y nueve años después, aunque solo sea para responder a las ofensas en una sesión municipal, es un terrible desatino.

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