Peluches en el exilio
«Lo cierto es que me fijado muy bien y no he visto, ni en fotos de prensa ni en repostajes televisivos, a ningún niño del exilio con un ángel de la guarda de peluche»
Me gusta hablar de los niños. De hecho me invento historias y escribo libros para ellos.
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Pero hoy no voy a hablar de los niños, ... sino de sus muñecos y peluches. De los peluches de los niños exiliados y emigrantes más en concreto.
Si se han fijado ustedes, todos los niños y niñas que estos aciagos días deambulan por el mundo, de una frontera en otra, suelen llevar un peluche en sus brazos: un osito, un cerdito, un dinosaurio, un perrito orejudo, una muñeca con trenzas y casi siempre despelujada.
¿Hay que buscarles sentido a estas tiernas imágenes? ¿Es el miedo a las bombas, el presentido desamparo el que les hace aferrarse a un peluche para sentirse seguros si en algún momento les falta la mano firme de su padre o de su madre?
No lo sé, las mentes infantiles no son fáciles de interpretar, pero la visión de un niño o niña exiliados, abrazándose estrechamente a una rana de fieltro, es una imagen asombrosa.
Todo lo concerniente a los niños es asombroso. Y nos asombraría todavía más saber qué piensan, cómo interpretan ellos esta guerra que se nos ha venido encima. Tendrían que explicárnoslo. Porque nosotros, los adultos, como dice el Principito de Saint Exupery, no entendemos nada, «a los adultos todo hay que explicárselo».
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Esas caravanas infantiles recorriendo el mundo, huyendo del horror amarrados a un muñeco de trapo es la constatación contundente de que los mayores todo o casi todo lo hacemos mal: de que la solución a una guerra no son lo corredores humanitarios, o la diplomacia; o ni tan siquiera los ángeles de la guarda de esos niños, que a saber dónde andan metidos, los muy zánganos e irresponsables. La solución está en un niño con un unicornio blanco en su regazo.
Lo cierto es que me fijado muy bien y no he visto, ni en fotos de prensa ni en repostajes televisivos, a ningún niño del exilio con un ángel de la guarda de peluche. Lo más parecido ha sido una niña de 7 años –que ella sí que parecía un ángel– abrazada a un pingüino emperador de trapo.
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¡Anda, pues es verdad, si se fijan ustedes bien, con detenimiento, el parecido entre un ángel con sus alas en ristre y un pingüino emperador, es asombroso!
Aunque, al parecer, los niños y niñas ucranianos se fían más de un pingüino emperador de peluche.
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