El otoño que viene
«Ayudaría, cómo no, que la coalición de gobierno, sabiendo y aceptando que cada uno es cada uno, redujera la estridencia inoportuna y la ostentación de la diferencia»
Agonizando está este extraño verano, que empezó lleno de expectativas y que va languideciendo lleno de nostalgia y de preocupación. Nostalgia por el recuerdo de ... otros veranos pasados, en que había fiestas y no había rebrotes; preocupación por la inminencia de un otoño con mala pinta, amenazante y huraño.
Publicidad
Tal vez nos instalamos demasiado pronto, en cuanto se abrieron las compuertas del estado de alarma, en un clima de exceso de confianza y con ganas de revancha. Nos pareció que el tema del virus pasaba a un segundo plano, simplemente porque habíamos dejado de percibir sus manifestaciones externas más hostiles y dramáticas, y pensamos que había llegado la hora del desquite, aunque tuviéramos claro, o parecía que tuviéramos claro, que debían mantenerse algunas precauciones. Y así pasaron unas primeras semanas, optimistas o ingenuas, con los calores de julio invadiéndolo todo. Luego, entrados ya en agosto, las cifras aquellas de contagiados y fallecidos, que nos aterrorizaron a diario de marzo a mayo, fueron quedando en el olvido y empezaron a dejar paso a otras cifras de empresas y establecimientos que no reabrían, de turistas que no venían, de eventos que no se programaban ni reanudaban. Pero eso todavía no nos alarmó demasiado, porque no eran cifras de la salud, sino de efectos colaterales que todavía podíamos considerar pasajeros, hasta tanto el ritmo normal se recuperara; al fin y al cabo, esos efectos tienen solución económica, y Dios proveerá, mientras que los efectos sanitarios directos no tienen solución, si vienen mal dadas, y, oiga, hay una diferencia. Así que las psicologías y los ánimos siguieron razonablemente elevados.
Poco después fue llegando el goteo indeseable; otra vez el ranking de contagios, primero asociados a rebrotes que se extendían por doquier, luego ya más generalizados, aunque la intensidad no sea la misma en todos los sitios, que es donde estamos ahora. Cierto que, con menos hospitalizados, con menos presión en las urgencias, con menos ingresados en cuidados intensivos, con menos fallecimientos, con menos mayores y más jóvenes afectados, que lo superan antes y mejor, con muchos asintomáticos que no sabemos dónde nos los podemos encontrar, con noticias aún confusas sobre vacunas y tratamientos; en fin, con todo eso que sabemos de sobra que está pasando y que nos puede colocar otra vez en un escenario tan conocido y tan temido.
No sé si esta descripción apresurada, siempre con una dosis inevitable de subjetividad, es la que predomina por ahí, aunque habrá de todo, sensaciones mejores y peores, como es normal. Pero preocupación, haila, y mucha. Las previsiones científicas insistían en estar atentos al otoño y al invierno, cuando el virus podría asociarse con otros colegas de temporada y regresar para atacar de nuevo, y resulta que ni se había ido, o ni siquiera se había tomado vacaciones; simplemente era una tregua, en la que estaba esperando nuestros descuidos, o nuestras irresponsabilidades.
Publicidad
Así que, en medio de este ambiente, en estas fechas que siempre marcaron el tránsito de la relajación a la actividad, cuando aquello de «inaugurar el curso político», y el económico, y el académico, y el judicial, y hasta el deportivo, tenía un sentido de cambio de periodo, que también la pandemia ha trastocado, lo mismo que el cambio climático trastocó el cambio de estación, es justo que nos preguntemos cómo van los deberes que prometimos cumplir y que dejamos pendientes hace no mucho tiempo, cuando advertimos las carencias que antes no habíamos percibido. Cómo van los servicios de atención primaria de los centros de salud, cómo van las residencias de mayores, cómo van las estrategias de localización de contagios, cómo va la fijación de criterios estables para saber con suficiente certeza todas las cifras, empezando por las de fallecidos, cómo van tantas y tantas cosas, tantos y tantos cambios que convinimos en que había que abordar para que a la siguiente no nos cogiera desprevenidos. Por supuesto que no ha habido tiempo para soluciones completas, ni es posible hacer milagros en un verano. Pero sí se trata de saber cómo están los proyectos, las previsiones y las prioridades sobre esos asuntos, si se ha avanzado, si hay iniciativas y plazos.
Del amplio conjunto de asuntos que nos inquietan especialmente en este momento, por su inminencia y por su importancia, hay, al menos, dos, que deberían estar clarificados, o muy orientados ya. El primero es, sin duda, el que atañe al comienzo del curso escolar en todos los niveles educativos, asunto que exige la máxima certeza posible en cuanto a modalidades de la actividad docente y en cuanto a medios personales y materiales necesarios y disponibles para las distintas opciones. Sería tremendo comprobar que también ahí hay margen para la rentabilidad política y para la distancia, por activa o por pasiva, o que la distribución de competencias, sean las de ordenación o las de gestión, pueda convertirse en arma arrojadiza o en coartada en un tema tan sensible en este momento. Es probable que buena parte de la credibilidad del sistema con que administramos los intereses comunes se esté jugando ahí, en la capacidad de los distintos niveles institucionales, estatal, autonómico y también local, de cooperar en el ámbito educativo, además del sanitario. Ambos son ahora mismo, sin duda, el centro de atención más relevante para la mayor parte de los ciudadanos, y el juego frívolo del «desgástate tú» puede ser especialmente peligroso, sea cual sea la dirección del desgaste.
Publicidad
El otro asunto que está exigiendo ya urgente certidumbre es el de la disposición de unos presupuestos generales adecuados a las circunstancias, que contemplen las necesidades actuales, que estén preparados para encauzar esos fondos europeos en los que decimos poner tanta esperanza, que sirvan a la recuperación de sectores económicos y, a la vez, a paliar en la mayor medida posible las situaciones críticas que se van a presentar. Haría falta percibir flexibilidad en el panorama político, disponibilidad para convenir y aceptar prioridades, capacidad para compartir, incluso sin dejar de discrepar y criticar. Haría falta trasladar desde la política a la sociedad algo de todo esto, porque lo que más a menudo se ve es radicalidad, acritud, acoso y veto, y no va a ser esa la mejor forma de predisponer los ánimos para un trance que será complicado en muchos aspectos. Y no es cuestión de que el debate territorial, o el de la forma de Estado, o tantos y tantos otros que están planteados, dejen de estarlo; es cuestión de que, sobre todo quienes tienen más responsabilidad, definan lo urgente, lo compartan cuanto más mejor, y distingan los momentos. Ayudaría, cómo no, que la coalición de gobierno, sabiendo y aceptando que cada uno es cada uno, redujera la estridencia inoportuna y la ostentación de la diferencia. Y ayudaría, y mucho, que el funcionamiento del sistema descentralizado que tan positivos efectos ha tenido en su tiempo de vigencia, se impregnara de los principios de lealtad y corresponsabilidad. Casi todo lo demás vendría por añadidura.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión