Manifestación en apoyo a Palestina en Madrid. EP

Dos visiones del mundo: la radicalización de las propuestas

Cuando daba la impresión de la sinrazón y el daño surfeaban en las olas de un mar de frustración y descontento, ha emergido la contestación de multitudes que se manifiestan contra el genocidio de Gaza

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 11 de octubre 2025, 09:18

La ingenuidad, simplismo o equivocada estrategia de cierta izquierda le ha inducido a creer y repetir dos cosas que, además de discutibles e inexactas, no ... resultan ni siquiera convenientes para sus propios objetivos políticos. Y sobre las que, por esto, parece cada vez más necesario reflexionar. Porque nos encontramos viviendo un momento del cual no cabe decir que es, simplemente, como tantos otros; o que en él ocurre lo que vino sucediendo, durante las últimas décadas, en todos los parlamentos de los países occidentales: en suma, la mera alternancia de poder que supone pasar de la predominancia de posiciones izquierdistas a las de signo contrario. Pues lo que acaece, actualmente, en el mundo, pero –por supuesto– también en España, constituye un cambio mucho más profundo que pone en entredicho el sistema entero: la democracia en sí.

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La primera de tales cosas es que los partidos conservadores de derecha y los del radicalismo ultra son lo mismo. Lo que puede acabar siendo así, en efecto, cuando no se desautorizan –dentro de aquella– posturas extremadamente populistas que intentan combatir al extremismo con más extremismo e imitan sus consignas y propuestas reaccionarias. O, cuando a priori se identifica por completo a la derecha moderada y a la ultraderecha, favoreciendo –de ese modo– que acaben realmente por coincidir. La segunda cosa consiste en una reiteración de la idea de que, más allá de la izquierda, no existiría plan ni modelo de nación. Y hay algo de verdad en que los proyectos de la ideología moderadamente conservadora y liberal se han vuelto –en los últimos tiempos– difusos o en exceso contaminados por la radicalidad de corrientes políticas contiguas, aunque diferentes. Los planes de ese movimiento global los conocemos, ya, en líneas generales, por su puesta en práctica en otras latitudes.

Enumeremos, en un somero repaso, algunos de sus aspectos principales: desmantelamiento del estado; despido de funcionarios y empequeñecimiento de la administración hasta convertirla en una agencia de servicios subcontratados, ineficaz e irrelevante; privatización de servicios públicos fundamentales, como la educación y la sanidad; congelación de sueldos y pensiones; reducción de determinados derechos sociales; estrategias descaradas para favorecer a las grandes compañías multinacionales, al negocio de las residencias de ancianos o la especulación inmobiliaria a gran escala (más una gestión con frecuencia opaca, torpe e irresponsable); abolición de la libertad de expresión y de prensa; guerras culturales que entretienen y distraen al personal con cualquier asunto banal que produzca enorme ruido mediático; los viejos prejuicios racistas respecto a la inmigración, considerándola no únicamente culpable de una sinfín de males, sino también de la desprotección y decadencia de una raza o una civilización.

Decía –tan sólo hace unos días– el escritor Manuel Rivas que los totalitarismos necesitan el control de las mentes; y, de ahí, la persecución, tortura y asesinato ejercida por ellos –a lo largo de la historia– sobre quienes representan al pensamiento crítico y la disensión. Hoy ya no es del todo así: basta con el atontonamiento sistemático. Porque, por lo general, serán los que apoyan, jalean y votan a favor de tales propuestas los primeros perjudicados. Sin embargo, y cuando todo parecía perdido, cuando daba la impresión de que el delirio, la sinrazón y el daño surfeaban a placer en las olas de un mar de frustración y descontento, ha emergido la contestación de multitudes que se manifiestan contra un genocidio de personas inocentes en Gaza y que –con ello– se resisten a asumir la inevitabilidad de un futuro tan desesperanzador. Lo estamos viendo acontecer ante nuestros ojos en un montón de ciudades y naciones. El despertar de las conciencias. El grito frente a la resignación del rumbo que nuestras vidas estaban tomando. Y es que estas dos visiones opuestas del mundo que contemplamos, ahora, trascienden lo ideológico y partidista. Las derechas o las izquierdas. Se trata de empatía o no empatía. Compasión o crueldad. Humanidad o no humanidad. Esta es la cuestión. Ni más ni menos.

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