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Las míticas letras de Hollywood en el Monte Lee en Los Angeles. LP

La belleza de antaño

Si en cualquier disciplina artística las obras maestras son por definición una rareza, en el cine su excepcionalidad va aún más allá

Martes, 23 de septiembre 2025, 00:37

Si en cualquier disciplina artística las obras maestras son por definición una rareza, en el cine su excepcionalidad va aún más allá. Cuando uno abandona ... la sala con la certidumbre de haber visto una película digna de ese calificativo, puede estar también seguro de que acaba de asistir a un milagro. Sirva como demostración el análisis de inusitada profundidad que sobre una de las obras maestras indiscutibles del séptimo arte, Chinatown (Roman Polanski, 1973), nos ofrece Sam Wasson en su libro 'El gran adiós', significativamente subtitulado 'Chinatown y el ocaso del viejo Hollywood'. En sus páginas, repletas de información y de erudición sobre la industria del cine, y a la vez generosas en sabrosos detalles, podemos constatar el calibre de la conjunción de talentos que dio lugar a un filme tan memorable que medio siglo después de su estreno resplandece inmune al tiempo.

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No fue sólo la mirada de Roman Polanski, que a su destreza extraordinaria como realizador unía la conmoción por la atroz pérdida de su esposa Sharon Tate, asesinada de una manera tan salvaje como absurda por la llamada familia Manson. Ahí están también Jack Nicholson, con su capacidad para dar vida a J.J. Gittes, ese detective con hechuras de clásico, o Faye Dunaway, que encarna en estado de gracia a la mujer fatal menos fatal y más conmovedora de la historia del noir. Y ahí está Robert Evans, el gran productor de la Paramount, responsable de hitos como El Padrino, sin olvidar a los responsables del diseño de producción y del vestuario, Richard Sylbert y su cuñada Anthea Sylbert, que infundieron a la película su perenne elegancia.

Y antes de que hubiera producción siquiera, está el guión, que firma Robert Towne pero como cuenta Wasson no sabemos en qué medida no se deberá además a la inteligencia del discreto Edward Taylor, su amigo y colaborador en la sombra: un texto de larga gestación y lenta destilación que, partiendo del espíritu del gran maestro del género negro estadounidense, Raymond Chandler, buceó de la mano de John Fante en el alma oscura y amarga de Los Ángeles, esa ciudad desmedida y destartalada que ha inspirado y sostenido los sueños de medio mundo.

El resultado: una hermosa elegía a un tiempo perdido, o a la pérdida en sí misma. Hoy parece imposible que uno vaya a ver en el cine algo así. Los Emmy acaban de inundar de premios a la serie The Studio, otra forma de réquiem. El de un Hollywood que, sabiéndose huérfano de la belleza de antaño, no encuentra otro camino que trazar la sátira de sí mismo y de sus impotencias.

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