Hay personas que nunca se van del todo. Lo dicho, pero sobre todo lo hecho se graba a fuego en un espacio escondido del corazón. ... Ese privilegio sólo lo tienen unos pocos y eso los convierte en eternos. ¡Ojalá más personas te hubieran conocido! De costumbres sencillas y con espíritu misionero entregó su vida a los demás. Al enfermo, a los mayores, a los niños, a los adolescentes y a las familias. Acunó a todos con la palabra cercana, la que alienta a seguir adelante a pesar de la dificultad, la que te acerca más a Dios. Jesús Lada sabía cómo hacerlo. Cómo aplacar el dolor y aliviar el espíritu.
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La sencillez de su aspecto conjugaba con sus actos y con su palabra. Tenía un lenguaje cercano, amigable. En la puerta de la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Valladolid nos recibía. Conocía cada historia, cada herida. Tenía el don de convertir la homilía en una enseñanza con la que te identificabas. Quitaba magistralmente el peso de la culpa. No hablaba de pecado, sino de pequeños fallos. Así era Jesús, comprensivo, piadoso y tan cercano que duele su ausencia.
Abrazó al enfermo en el hospital y lo acompañó hasta el último aliento. Lo vi entregado con el mayor. Llevaba la Iglesia a cada una de sus casas. Confesión y Comunión a domicilio. Alimentaba el alma de todo aquel al que tocaba. Y aunque sigamos cometiendo aquí pequeños fallos, sus palabras seguirán vivas mientras nuestro corazón siga latiendo.
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