El mundo en llamas
«Es inaudito que, tras haber ardido mas de treinta mil hectáreas hace tres años en Zamora, aun sigamos sin ver los incendios como un problema de primer nivel»
El agua y la tierra de Valencia contra el fuego y el aire de León. Dos catástrofes, cuatro elementos y un único drama, el de ... la naturaleza dejando claro quién manda y el de las administraciones dejando claro quién no. Con un matiz: en Valencia no había pirómanos del agua, que ni siquiera sé cómo se llaman -puede que hidrómanos- porque lo más probable es que la tara ni siquiera exista. No existe el vandalismo hídrico ni los inundadores compulsivos. O al menos no me consta. Pero sí existe la macarrada diaria entre administraciones que, cuando llegan los desastres -porque siempre llegan-, demuestran que no actúan desde la lealtad y el servicio, sino desde la triste inquina de unos psicópatas cejijuntos.
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La ciudad de León está negra. Llueve ceniza, el cielo está naranja y dicen los que han pasado cerca que el calor que despide el fuego se nota desde lejos. Hay un miedo atávico. Aprendí de Higinio Marín que cuando el hombre aprendió a utilizar el fuego creó un espacio que no existía, «el adentro a salvo, el interior en sentido propio». Hasta entonces todo era exterior e intemperie «y ni siquiera las cuevas eran habitables porque su interior era el de la noche y el invierno perpetuos. Pero cuando el fuego espantó a las bestias domesticó el espacio, es decir, convirtió el adentro en hogar, que no por casualidad significa el lugar del fuego». El fuego, como vemos, nos fijó al espacio y dejamos de ser nómadas. No deja de resultar triste que el mismo fuego que define el hogar sea ahora el que lo destruya; no deja de resultar paradójico que lo que surgió para fijar a la familia a la tierra acabe sirviendo para expulsarla. Dice Luis Cañón que se está dando un fenómeno curioso: en los pueblos azotados por el fuego nadie se quiere ir. Nadie quiere abandonar sus casas, nadie quiere dar por perdido sus animales y nadie quiere dejar atrás el fuego del hogar para ir hacia el fuego de lo desconocido, es decir, hacia lo verdaderamente salvaje. Los jóvenes quieren ayudar, los vecinos se organizan por su cuenta y hay en ello un romanticismo de fondo, el del hombre luchando por defender lo que le pertenece. Pero otras cosas no tan románticas: lo hacen porque no se fían. Saben que si se van lo pueden perder todo, que las ayudas no llegarán y que puede haber pillaje. Y va contra los instintos más primarios dejarse robar e irse lejos de una casa que se va a cenizas, solo para evitar un problema a la administración. «Lo que pasa es que hay elecciones pronto y no se pueden permitir un muerto», dicen en La Bañeza.
Y esto tiene dos lecturas. La primera es que, efectivamente, se trata de eso, de que no haya muertos. No hay nada de malo porque ese es el objetivo, y es preocupante que alguien crea que salvar vidas no es un fin en sí mismo sino un medio para salvar traseros. Pero la segunda lectura es que está calando en la población la idea de que a nadie le importa el campo, los pueblos o los vecinos, y que si los políticos buscan desalojar no es porque esa sea la opción más sensata sino porque es la que mejor vende la imagen de diligencia. Es decir, que la política se ha convertido en un oficio propio de los bajos fondos en el que solo importa 'el relato' y que todos se disparan buscando el interés propio, mientras desprecian el general. Esto el germen de la antipolítica. Es la actitud de PSOE y del PP lo que da alas a los antisistema de derechas y de izquierdas. Da vergüenza oír al gobierno culpando a Mañueco y da vergüenza oír a Feijóo culpando al gobierno. Pero, sobre todo, da vergüenza escuchar a Puente, que ha perdido el oremus definitivamente, poseído por una agresividad delirante y una soberbia enfermiza. Desde luego, hay espectáculos más destructivos que los de las llamas. La región arde y lo que parece consumirse es la confianza. León se levanta entre cenizas, pero en los pueblos se instala la sensación de que la Junta no está respondiendo como debe. Desde luego, es inaudito que, tras haber ardido más de treinta mil hectáreas hace tres años en Zamora, aun sigamos sin ver los incendios como un problema de primer nivel. No hay recursos suficientes, no hay inversión preventiva, no hay planificación adecuada y, lo que es peor, no hay sensación de que exista una preocupación real. En un territorio natural como Castilla y León, esto debería ser tan prioritario como si viviéramos en la falda de un volcán o expuestos a maremotos. Porque, por mucho que los pirómanos sean inevitables, al menos hay que hacer todo lo que esté en nuestras manos para ponérselo difícil, cuidando los montes, desbrozando, creando cortafuegos, con inteligencia artificial, con drones, primando los rebaños de ovejas churras en extensivo o como Dios quiera que se hagan estas cosas.
Desde luego, la demagogia de Puente afeando a Mañueco que estuviera de vacaciones en Cádiz, como si su sola presencia calmara las llamas, solo se ve matizada por el hecho de que cualquier político profesional sabe que el lugar que le corresponde a un presidente ante una catástrofe de esta naturaleza no es la hamaca. Y que el de su consejero -gracias a Dios no es vallisoletano- no es la sidrería, ese nuevo Ventorro. En cualquier caso, no tengo duda de que, si Mañueco hubiera aparecido en Las Médulas con un chaleco de cazador y se hubiera sentado en una mesa de camping señalando viejos mapas, Puente le habría acusado de oportunismo, de ir solo a hacerse la foto y de creerse el 'Coronel Tapiocca'.
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Porque la realidad es que, viéndolos, parece que los incendios importan menos que la puñetera refriega. Queda la sensación de que el PSOE ha entrado en caída libre y que el PP no es capaz de comprender el tamaño de la tragedia que tiene entre manos. En este momento, solo el incendio de Molezuelas de la Carballeda, es ya el de mayor extensión jamás registrado en España. Y, desde luego, más allá de lo técnico, la gestión de la comunicación no ha podido ser peor, aunque al final haya llegado Puente a salvarlos. No todo en política va de gestionar competencias, a veces hay que gestionar emociones. «Están a uvas», dice otro amigo. «No se entiende que hablen ya de reconstrucción cuando aún no han dejado de arder los montes». Se quema la tierra y lo que se va a cenizas es la credibilidad del sistema. Entre la abulia de unos y la podredumbre de otros, el monte sin barrer. Y si el fuego lograra acabar con el fuego, es de prever que vuelvan las bestias. Y el mundo volverá -ahora sí— a ser exterior, intemperie.
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