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Ilustración de Jose Ibarrola

Netanyahu lee, mi madre no

repaso las innumerables personas que, desde mi madre hasta mi compañero de habitación en el hospital, sin catálogo de lecturas, sin necesidad de erudición, sin presumir de comportamiento, esparcen bondad, difunden generosidad y regalan compromiso

Joaquín Robledo

Valladolid

Martes, 9 de septiembre 2025, 07:40

De forma recurrente emerge una controversia referida a la lectura y su poder para aderezar, siquiera regenerar, la condición humana de las gentes que leen; ... para elevar el rango de estas un peldaño respecto a quienes apenas han abierto un libro. Ha vuelto a aflorar, al menos en el ámbito de las redes sociales, tras la sentencia/acusación de una afamada de este espectro reticular: «No sois mejores porque os guste leer».

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Al escuchar veredictos tanto análogos como antagónicos, mi cabeza bulle de forma similar a los momentos en los que se autopropone pleitos sobre una pretendida superioridad moral de la izquierda (o, en paralelo, de una determinada derecha depositaria de valores comunitarios). Entiendo que leer aumenta el potencial de desarrollo humano; que meditar, y aun estimar coherentemente el jugo de las reflexiones, propicia avances en nuestras sociedades. Pero también repaso las innumerables personas que, desde mi madre hasta mi compañero de habitación en el hospital, sin catálogo de lecturas, sin necesidad de erudición, sin presumir de comportamiento, esparcen bondad, difunden generosidad y regalan compromiso. Tal vez porque han sido capaces de comprender el mundo desde su mundo; porque desde la sencillez del día a día, entiendan o no a Nietzsche o Kant, hayan oído o no estos ilustres apellidos, han adquirido una visión global, porque sus miradas integran ciclos completos: desde el preparar la tierra al segar; desde el nacer hasta el morir. Porque aman. Porque quieren.

En estas, siempre recuerdo el final de la película de John Frankenheimer 'El tren'. Un oficial nazi, despechado después de que la Resistencia frustrase el expolio de patrimonio artístico francés, pretende ofender al líder partisano reprochándole que no era ni capaz de comprender el valor de lo recuperado.

Resulta incuestionable que la miseria genera miserables, pero individuos de esta especie brotan, también, como por generación espontánea pese a que les atavíe el dinero, pese a que se recreen en las fabulosas historias relatadas por escrito.

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Interrumpe el debate de la lectura un titular de prensa: «Sorprenden a un niño de 12 años con un revólver, cartuchos, droga y… un libro de Pablo Escobar»: se hará mejor.

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